Dom 21.08.2005

EL MUNDO  › EL TALLER DE LOS SABADOS SOBRE “EL ARTE DE BESAR”

Curso de besos a media luz

Es en “Te mataré Ramírez” y lo conduce el sexólogo Ezequiel López Peralta. Incluye velas, ambientación y gradaciones de erotismo y tiene sólidos boleros mexicanos como fondo.

› Por Carlos Rodríguez

El juego empieza con técnicas de relajación. Las seis parejas se hacen masajes que comienzan por la espalda, suben por el cuello y luego pasan por la mandíbula, preparándola para el trajín que vendrá. En forma solidaria, primero el hombre, luego la mujer, intercambian caricias en un ambiente cargado de sensualidad, con luces rojas que parecen pequeños fuegos encendidos, sillones morados al tono y almohadones desparramados sobre el piso. La luz tenue, la música melosa, hacen subir la temperatura y las doce personas convocadas por el psicólogo y sexólogo Ezequiel López Peralta se dejan llevar por la voz del cantante mexicano que les recomienda besarse mucho. Todos los sábados, entre la media mañana y la media tarde, haciendo caso omiso al ruido de la calle Paraguay, novios en etapa de maduración o matrimonios con hasta tres décadas de convivencia tratan de consolidar o renovar la mecha de la pasión participando de un singular taller donde se redescubre “El Arte de Besar”. Coffee break mediante, la cita es en el restaurante afrodisíaco “Te mataré Ramírez”. A pesar del toque bizarro del nombre, todos salen ilesos, muy apurados rumbo al refugio íntimo de cada cual, donde terminarán la tarea con el mismo amoroso afán con el que la iniciaron.
“Los vi muy entusiasmados y con ganas de avanzar muy rápido; pero espero que ‘no pase’ acá”, advierte el maestro de ceremonias, al plantear una restricción que se parece mucho a una invitación a trasgredir todas las normas de la buena vecindad y dejarse llevar por el impulso sexual. En la etapa previa a los besos, las parejas intercambian una especie de aleteo de manos sobre las mejillas y en un ejercicio que es ajeno a cualquier gimnasio normal, estiran y recogen “la trompa”, en una imitación del movimiento de la boca de los peces. La apertura de la charla, a cargo del gurú besuqueiro, comienza con citas del libro sagrado, el Kamasutra, al que se recomienda tener siempre a mano “sobre la mesita de luz”.
Para sumar clima se encienden seis velas de diferentes colores, del verde al amarillo, del violeta al rojo, del azul al naranja. Mientras el rojo “ayuda a la pasión”, el verde asegura “el equilibrio, la salud y el amor universal”. Las parejas llegaron, en algunos casos, de Tandil, Punta Chica o Zárate. Otras son de la región metropolitana y prefieren mantener ocultos sus nombres y sus rostros en una penumbra que parece alumbrarlos por dentro. Hay uniones bastante recientes y otras que ya llevan “28 años de casados, más dos de novios”. La consigna inicial es “tener la mente suficientemente abierta” y, por supuesto, hacer lo mismo con la boca.
Para incentivar el deseo, la primera media hora transcurre entre besos esquimales, con roces de nariz y alusiones a ciertas prácticas antiguas de la aristocracia polaca, con reverencias que iban acompañadas con besos en las rodillas. Luego vienen los “piquitos” en toda la cara, menos en la boca, y los “besos nominales”, en los cuales sólo se rozan los labios inferiores, mientras los superiores sufren el deseo contenido. A la hora de profundizar los besos, ya sin freno alguno, se recuerda que la ceremonia se goza con todos los sentidos, en especial el del gusto. Y se distribuyen caramelos de menta y chocolates afrodisíacos.
La pasión muerde a los doce protagonistas y aparecen los “mordiscos suaves” en los labios, las orejas, el cuello, la nariz. “Despacio, despacio”, recomienda el árbitro, sin mostrar tarjetas amarillas. Todo lo contrario. “Igual tenemos ambulancia”, tranquiliza a los que tienen hambre de gloria. Y baja su línea ideológica: “Erotismo, no pornografía; tango, no lambada”. Con los ojos vendados y el tacto en ebullición, las parejas se apretujan en el piso, sobre almohadones, en los sillones rojos y hasta parados, con la mujer de espaldas sobre una de las columnas. En el techo del restaurante, varios Cupidos se quedaron ya sin flechas de tanto mirar.

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