Dom 04.09.2005

EL MUNDO

“Hubo asesinatos, abortos, nacimientos y violaciones”

Era un estadio de deportes, pero se convirtió en una mezcla de prisión, campo de refugiados y campo de concentración. El Astrodome de Nueva Orleans iba a ser un refugio, pero se convirtió en el infierno.

Por David Usborne *
Desde Houston

Una ciudad totalmente nueva se ha levantado dentro del Astrodome en Houston, Texas, con una población de 15.000 personas. No es la mejor dirección en Estados Unidos –le dieron su propio código postal, 77230–, pero ofrece algunos beneficios para sus residentes. Está casi limpia, más o menos segura y completamente seca. Esta gente ya no tendrá que aferrarse a los techos de sus casas sobre aguas turbulentas o acurrucarse sobre elevadas carreteras en el sol inseguras de si van a vivir o morir.
Y, felizmente, ya no se agazapan en el Superdome de Nueva Orleans, un lugar que enloqueció con asesinatos, violaciones, suicidios, abortos y los vahos de desperdicio humano. O encerrados en el Centro de Convenciones sin comida o agua, en la compañía de cadáveres. Esos dos lugares de refugio se convirtieron en pozos infernales de un tipo impensable en Estados Unidos de América. Impensable hasta la semana pasada, esto es.
Sin duda, los recién llegados al Astrodome están entre los bendecidos de Nueva Orleans. Pero la mayoría está muy lejos del final de la odisea. Sus rostros tienen esa mirada sin expresión, vidriosa, de gente mentalmente agobiada. Miles tienen otra angustia: seres queridos están desaparecidos. Algunos desaparecieron durante la caótica transferencia en autobús de Nueva Orleans hasta aquí. Probablemente serán encontrados –en un futuro-. Otros no han sido vistos ni se ha sabido de ellos desde las primeras horas de la tormenta.
Gabrielle Benson, 40, tiene que pensar por un segundo. Son cinco, dice ella, los miembros de su familia que no han sido encontrados. “No sé dónde están mi madre y mi padre y tengo tres de mis hijos desaparecidos.” Otros dos hijos están con ella. Benson está tranquila acerca de los chicos perdidos. Sobrevivieron a la tormenta y estuvieron con ella en el Superdome de Nueva Orleans toda la semana pasada. Se perdieron en la confusión al abordaje de los autobuses. Lo más probable es que ahora estén en una ciudad diferente.
El desorden con los autobuses es lo que más enfurece a la señora Benson. Ella y su familia habían abandonado su casa el pasado domingo y huyeron inmediatamente al Superdome. La estampida por los autobuses comenzó el jueves. Describió soldados de la Guardia Nacional ladrando órdenes –“Hagan espacio, hagan espacio, esa era su orden favorita”, dice ella– y sin hacer esfuerzos por mantener a padres e hijos juntos. “Nos trataron como basura, como basura. Ni siquiera ayudaron a mis hijos cuando se perdieron. ‘Señora, tiene que quedarse detrás de la barricada’ era todo lo que decían. Los soldados al menos les dieron agua mientras esperaban, arrojando botellas a la multitud.” “Simplemente golpeando a gente en la cabeza con ellas.” Pero si subirse a los autobuses fue difícil, lo que vino después fue mucho peor para muchos entre los evacuados. Miles nunca llegaron al Superdome o al Centro de Convenciones. Algunos ahora dicen que están complacidos de ello, como Ruby Taylor.
Taylor no fue exactamente una saqueadora, pero el saqueo ayudó a salvar su vida. Es alta y orgullosa, y tiene 62 años. Comiendo el sábado una cena de la Cruz Roja hecha de arroz, frijoles y dados de carne, describe la huida de su departamento en un primer piso el lunes, cuando el agua había llegado casi a sus hombros y el chapoteo a la escuela local. “Fuimos afortunados porque teníamos las cocinas de la escuela, así que obtuvimos toda la comida que había saqueando y la cocinamos”, recuerda con una breve sonrisa. Rodeados de agua por todos lados y eventualmente forzados a subir al tercer piso de la escuela, ella y todo el resto miraron con frustración cómo sus señales de SOS pasaban inadvertidas por helicópteros que circunvalaron el área por dos días. “Sé que vieron nuestras señales”, dice ella. “Sé que las vieron.” Finalmente, el miércoles llegaron botes y fueron llevados a una carretera interestatal al oeste de la ciudad. Allí permanecieron –sin comida ni refugio– por 30 horas, hasta que llegaron los primeros autobuses.
Mucha gente describió en este punto similares horas de desesperación al aire libre –en carreteras elevadas, al lado de puentes, incluso en campos infestados de mosquitos– antes que llegaran los autobuses. Muchos se habían trasladado de una ubicación a otra en varios días, huyendo del agua –de su propia casa, a casas de amigos que aún estaban sobre el nivel del agua, a techos y a las elevadas carreteras que están alrededor de toda la ciudad–. Algunos, como Linda Bertoniere, se aferraron a lo alto de postes de la luz para sobrevivir. Otros tuvieron que saltar de techo en techo.
Sin embargo, es el testimonio de aquellos que hicieron lo que les dijeron y respondieron a los apremios del gobierno de refugiarse en el Superdome de Nueva Orleans y el Centro de Convenciones que ahora están apareciendo, aquí y en otros refugios de evacuados, con historias de depravación y peligro casi demasiado horribles para desentrañar.
Devan Allen tiene 11 años. Aquí, junto a su padre, se acerca cautelosamente para contar lo que vio en el Superdome. Fueron cosas que ningún niño debe presenciar. Como los momentos del martes –¿o fue el miércoles? Los días se confunden para todos aquí–, cuando un hombre se paró en uno de los balcones y gritó para que todos pudieran oírlo que había perdido a todos en la tormenta y ahora él también moriría. Se tiró de cabeza al campo de juego debajo suyo, y su cabeza estalló violentamente. Devan no debería haber visto eso. Ni tampoco debiera haber escuchado los disparos. Ni los gemidos de las niñas que fueron violadas y apuñaladas hasta la muerte, al lado mismo de él en el Superdome. O del niño que fue violado.
“Estaba asustado”, dice Devan. “Sabía que había violaciones y dijeron que había hombres secuestrando a los chicos.” Recuerda el suicidio: “El simplemente se tiró”. Como muchos de los adultos, también recuerda la odisea de subirse a los autobuses. “Era una multitud muy grande. Era terrible.” James Allen, su padre, está entre aquellos que hierven de enojo con lo que encontraron cuando huyeron del Superdome. “Fuimos ahí porque pensamos que estaríamos seguros, pero en cambio éramos más reclusos que otra cosa.” James, 31, nació en Nueva Orleans. Luego de lo que sucedió en el Superdome, dice, nunca jamás volverá a la ciudad. “No puedo volver allí luego de todo lo que pasamos.” Para la última noche, dice, los soldados de la Guardia Nacional se habían dado por vencidos en su tarea de patrullar el interior del estadio, dejándolo sucumbir a su propia repugnancia y anarquía.
Los detalles de las historias del interior del Superdome varían muy ligeramente dependiendo de quién las cuenta. La precisión de algunos detalles aun no puede ser probada. Será uno de los elementos del enredo de los esfuerzos de rescate a ser objeto de investigación oficial. Pero Gaynell Farrell, 56, que ha trabajado para el Whitney National Bank en Nueva Orleans por 27 años –su esposo soportó la tormenta en un suburbio de Nueva Orleans y sobrevivió–, dice estar segura de lo que vio y escuchó. Si hay una investigación oficial de los eventos en el estadio, Farrel seguramente querrá testificar.
“No quieres saber cómo fue. Tuvimos asesinatos, abortos, nacimientos, baños saturados y hacía calor, calor, calor.” Presionada para que dé detalles, ella no duda. Habla de dos niñas violadas y asesinadas dentro del estadio, una de siete años. La otra tenía 16 y le abrieron la garganta con un cuchillo luego de ser violada en el baño de mujeres, dice. Mucho de lo que cuenta es descripto en términos similares por otros varios evacuados del estadio. Un niño de siete años también fue violado por dos hombres. (El señor Allen dice que el violador fue perseguido por otros hombres y golpeado antes de ser entregado a los soldados. Declara que al otro también lo golpearon y luego lo lanzaron de una terraza fuera del Superdome al asfalto, matándolo.) “Hubo bebés que nacieron y los pusieron en la basura”, continúa Farrell. Aparentemente, otra persona encontró a un niño vivo y lo llevó a la pequeña clínica que había en el interior. Casi todos hablan de disparos en la noche, incluyendo uno contra un soldado dela Guardia Nacional. Farrell dice que el soldado murió, otros dijeron que había sido herido en la pierna y sobrevivió. Mientras tanto, agrega, floreció un mercado negro de intercambio de cigarrillos de marihuana, cocaína, armas y alcohol, en plena vista de las autoridades. Hombres mostraban sus penes a las mujeres, que sólo se atrevían a ir al baño en grupos de a cinco. Cuando los baños se tornaron tan asquerosos que se hizo imposible ir, la gente comenzó a acuclillarse en cualquier lugar para aliviarse. “Los seres humanos no viven así, la gente de la calle no vive así”, dijo.
Durante todo este fin de semana, se buscará encontrar alojamiento para estos refugiados. Pero no será tan fácil para la mayoría de las almas aquí dentro. Muchos están exhaustos y obviamente bastante traumados por sus experiencias de los días desde que golpeó el Huracán Katrina. “Yo no me voy a mover”, dice la señora Benson rotundamente. “Este será mi hogar. El hogar para mí y mis hijos.” Simplemente reza para que los tres niños que aun están perdidos sean hallados y traídos con ella.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Virginia Scardamaglia

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