Lun 27.05.2002

EL MUNDO

Cómo es la guerra diaria que anticipa la nuclear

India y Pakistán, dos potencias nucleares que ya libraron dos guerras por Kashmir, están en el borde de una tercera. Pero en realidad ya empezó, según los habitantes de la frontera.

Por Luke Harding *
Desde Pakhlan, Kashmir

El misil cayó desde detrás de la montaña, justo cuando Mohammed Arif Bhat se aventuró a salir de su casa para rescatar a su oveja. Cayó en el aire muy frío del Himalaya y se estrelló sobre un bosque de pinos, lleno de pimpollos blancos y caballos zainos. Las tres hermanas de Mohammed escucharon la explosión, y después silencio. Cuando el bombardeo terminó, salieron a buscar a su hermano. El misil había caído a siete metros de donde Mohammed, un estudiante de 18 años, estaba doblado sobre una pared de piedra. “Tratamos de reanimarlo. Pero los restos de metralla lo alcanzaron en su cabeza”, declaró Shaheena, de 22 años. “Lo queríamos mucho. Era el único hombre de la familia. Ahora hemos perdido nuestras esperanzas.”
La muerte de Mohammed, hace seis días, fue azarosa, cruel y sin sentido. Su aldea, Pakhlan, está a menos de cinco kilómetros de la “línea de control”, la frontera en la región de Kashmir entre las fuerzas indias y paquistaníes. Las fuerzas paquistaníes, del otro lado de esta montaña bien frondosa, estaban tratando de alcanzar al cuartel general de una brigada del ejército indio. Alcanzaron a Mohammed. India y Pakistán, ahora en el límite de una guerra total, han desarrollado una notable actitud indiferente ante la muerte. En estos momentos hay fuego de artillería diario entre las fuerzas indias y paquistaníes. Desde enero, cuando militantes islámicos lanzaron un simbólico y audaz ataque contra el edificio del Parlamento indio, más de un millón de hombres fueron apostados en ambos lados de la frontera. Cuando las relaciones entre India y Pakistán están bien, lo cual no ocurre de manera frecuente, los disparos cesan. Cuando están mal, empiezan de nuevo.
Sin embargo, muy pocos de los 1000 habitantes de Pakhlan entienden que el subcontinente está en la víspera de un tipo de guerra diferente, mucho más peligrosa, ya no con disparos de armas, fusiles o proyectiles pequeños, sino con misiles nucleares. “No sabemos lo que va a pasar. Sólo sabemos que cuando empiezan a caer los proyectiles todo está mal”, dijo Shaheena. ¿A quién culpa por la muerte de Mohammed? “No queremos culpar a nadie.”
La Línea de Control (LoC) divide a Pakistán de la zona del Kashmir ocupada por India. La frontera apenas ha cambiado desde enero de 1949, cuando las tropas indias y paquistaníes lucharon por primera vez hasta un alto sobre este territorio en disputa para después firmar un cese del fuego. Yendo en auto hacia allí, queda claro que cualquier invasión sería prácticamente imposible. El área completa está ampliamente militarizada. El camino hacia Srinagar, Jammu y la capital de verano del Kashmir atraviesa un valle encerrado por las montañas de Gulmarg, el único lugar de la India donde se puede practicar ski. Los huertos de manzana y los campos de arroz van desapareciendo gradualmente. La ruta pasa entonces sobre el turbulento río Jhelum, de color verde oliva, y se encuentra luego en un paisaje de picos finos, techos brillantes de zinc y sauces de débil resplandor. Los soldados indios están por todas partes, chequeando documentos de identidad o patrullando bajo la sombra de los álamos. Los convoyes del ejército alteran el paisaje yendo febrilmente hacia el frente de combate y llenando todo de polvo.
Desde la última escalada de hostilidades, los intercambios de fuego son constantes, por lo que los residentes en la aldea fronteriza de Uri deben refugiarse en una suerte de bunkers caseros. “El techo entero de mi casa fue destruido la semana pasada por los disparos”, dice Shah Zaman Patman, 40 años, funcionario civil. “Tuve que mudarme.” ¿A quién culpa por la situación actual? “Estoy podrido de los dos, de India y de Pakistán.” Patman y sus vecinos no están especialmente alarmados sobre la perspectiva de un conflicto a gran escala. “El fuego de ambos lados está sucediendo hace mucho tiempo. Esto ya es una guerra para nosotros”, dijo. Los residentes de estas montañas himalayas no son estúpidos: la mayor partedel tiempo hay disparos de todo tipo. El último bombardeo sobre la aldea de Mohammed fue hace un año. Llegar a su casa implica una caminata por terreno arduo durante media hora.
El aire es fresco y está perfumado con resina. Cerca de allí hay una montaña completamente nevada. La montaña pertenece a Pakistán. Los proyectiles cayeron sobre la aldea entre las 5.25 y las 5.40 de la mañana. Fueron unos 20. “Tres de los proyectiles cayeron en la aldea; los demás cayeron en el bosque, del otro lado”, describe Nazir Ahmed, 30 años, dueño de un almacén. “Fue brutal.” Las autoridades indias han desarrollado una actitud rutinaria y mecanizada hacia las víctimas de la guerra: después de todo, son muchos. El subjefe de policía local le dio a la familia de Mohammed 100.000 rupias (unos 1000 dólares) en compensación. Después de la autopsia, el cuerpo de Mohammed fue devuelto a la aldea el mismo día en que murió. Su funeral fue a las 9 de la mañana. Las hermanas de Mohammed, Shaheena, Jabeena, de 17, y Nasreena, de 12, se están preguntando qué van a hacer ahora. “Nuestros padres murieron. Mohammed era el único que traía la comida a casa. Cuando no estudiaba, trabajaba para traernos algo de dinero”, explica Shaheena. “Lo último que me dijo fue: ‘Guardame el desayuno para cuando regrese’. Los proyectiles ya estaban cayendo y él quería igual traer nuestra oveja y el ganado.”
El misil cayó en una ziaryat, o lugar sagrado, dedicado a un santo del Kashmir, Baba Dawood Khaki. Irónicamente se supone que el sitio, una pila de piedras decorada con banderas rojas, ofrece protección contra el mal. Ayer, las hermanas de Mohammed estaban sentadas al calor del sol y sacaron sus libros de la escuela de su desgastado bolso. Produjeron un cuaderno de notas donde figuran retazos de un ensayo sobre la armonía comunal, escrito por el mismo Mohammed. “Hindúes y musulmanes son hermanos”, escribió. “Todos ellos son seres humanos y deben respetar al otro.” Es un sentimiento notable, pero que se extingue mientras India y Pakistán se lanzan al abismo.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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