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› TRAS KATRINA, LA IMPOPULARIDAD DEL PRESIDENTE BATE RECORDS
Las aguas bajan turbias para Bush
Por primera vez desde que asumió el mando hace casi cinco años, Geogre W. Bush tiene menos del 40 por ciento de aprobación.
Por Andrew Gumbel *
Desde Nueva Orleans
El manejo del huracán Katrina por la administración Bush –denostado desde todas partes del espectro político como desastrosamente lento, si no directamente insensible– ha precipitado a la baja las tasas de popularidad del presidente. Una nueva encuesta publicada por AP situó la popularidad de George W. Bush en menos del 40 por ciento por primera vez desde que asumió el mando hace casi cinco años. Curiosamente, sólo un 52 por ciento de los encuestados dijo que desaprobaba específicamente su manejo de la crisis a lo largo del golfo de México. Pero un 65 por ciento –enojado por los crecientes precios del petróleo y toda una serie de desilusiones políticas paralelas– dijo que el país estaba en la dirección equivocada, contra un 59 por ciento de hace un mes. Incluso antes de que la mayoría de los cadáveres hayan sido rescatados de las nauseabundas aguas de Nueva Orleans, el huracán ha desatado una tormenta política de altísima intensidad.
Inicialmente el presidente Bush dijo a su jefe de control de emergencias, Michael Brown, que estaba haciendo “un trabajo de primera”, sólo para relevarlo de sus responsabilidades al frente de la ayuda por el huracán el viernes. Brown, y la administración habían soportado críticas intensas por la escasez de la ayuda federal por varios días después del impacto de Katrina. Y Brown no hizo más que confirmar la impresión generalizada de que carecía de cualquier calificación para su puesto al decir a periodistas en la inundada Louisiana pocos momentos después de ser relevado de sus responsabilidades: “Voy a ir a casa y sacar a pasear a mi perro y abrazar a mi mujer y tal vez comerme una buena comida mexicana y un Margarita fuerte y dormir muy bien por toda la noche”. Como muchos comentaristas se apresuraron a señalar, las víctimas que él había ignorado y dejado atrás tristemente carecían de la misma oportunidad. Incluso comentaristas conservadores han expresado su sorpresa ante la aparente frivolidad del presidente Bush y sus aliados frente al peor desastre natural en la historia norteamericana. El congresista texano Tom DeLay, posiblemente el hombre más poderoso en la Cámara de Representantes, agregó su voz a una serie de gaffes de la familia Bush y otros al decir a un grupo de evacuados en un refugio de Houston que sus experiencias no eran demasiado diferentes a las de participar de un campamento de verano. “Ahora díganme, muchachos –dijo DeLay– ¿no les parece que esto es como divertido?”
En Nueva Orleans propiamente dicha, y a lo largo de las devastadas costas de Mississippi y Alabama, una presencia fuertemente incrementada de policías, guardias nacionales y socorristas ha estabilizado lo que, durante los primeros días, parecía un estado de anarquía casi total. Socorristas en Nueva Orleans dijeron que las aguas estaban retrocediendo ahora a un ritmo de varias pulgadas por día, lo que equivale a dos manzanas en los barrios de declives más leves. Con la mayoría de los sobrevivientes ya evacuados, los funcionarios se enfocan ahora en la desagradable tarea de recuperar a los cadáveres, muchos de ellos hinchados, descompuestos o mordidos por animales. Se impidió que la prensa acompañara a las partidas oficiales de rescate, y una morgue que fue montada en la pequeña localidad de St. Gabriel, camino a Baton Rouge, se negó a emitir cifras actualizadas del recuento de cadáveres.
Pero funcionarios del Departamento de Seguridad Interior dijeron que los indicios iniciales señalaban que el saldo de víctimas fatales podría ser significativamente más bajo que los 10.000 temidos anteriormente. “Algunas de las muertes catastróficas que se predijeron pueden no haber ocurrido”, dijo Terry Ebbert, jefe de Seguridad Interior.
Era imposible confirmar su versión, y muchos residentes, desalentados por dos semanas de dudosos pronunciamientos oficiales, estaban adoptando una actitud cautelosa. Sin embargo, se volvían evidentes algunas luces al final de un túnel muy oscuro.
El Cuerpo de Ingenieros del Ejército, responsable por el sistema de diques y drenajes en Nueva Orleans que falló tan catastróficamente a la zaga de Katrina, ahora cree que el secado de la ciudad sólo llevará un mes. Estimaciones anteriores habían oscilado entre tres meses y un año.
Mientras la nación lucha con las consecuencias de la devastación y la muerte en gran escala, surgen nuevos testimonios de las muchas fallas del gobierno federal: paquetes de ayuda enviados a puestos de recepción inexistentes, recursos enviados a Texas y a las Carolinas pero no a Louisiana o Mississippi, familias divididas y enviadas a distintas partes del país, en algunos casos sin que se supiera de antemano a dónde estaban siendo enviados los evacuados. Y así sucesivamente.
A mediados de la semana pasada, la Agencia Federal de Control de Emergencias (FEMA, por sus iniciales en inglés), dirigida por Brown, prometió distribuir tarjetas de débito con fondos de 2000 dólares para aquellos que hubieran sido más devastados por la tormenta. Las tarjetas fueron sólo distribuidas en Texas, sin embargo, y ya para el viernes el programa había sido totalmente descartado. Jane Bullock, quien fue la jefa de gabinete de la agencia bajo el presidente Clinton, dijo a periodistas que no podía creer que la agencia estuviera matando una de las pocas “grandes ideas” que salieron del esfuerzo de socorro.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.