Dom 11.09.2005

EL MUNDO

La seducción de los intelectuales

Cristina Kirchner convocó a un centenar de exponentes de la cultura para cenar con la candidata chilena Michelle Bachelet.

› Por José Natanson

No es un partido o una tradición política; ni siquiera una ideología en sentido estricto: es más bien un conjunto de ideas, un universo difuso de pensamiento que genéricamente se podría denominar “progresismo”. Porteño o aporteñado, no expresa un caudal de votos especialmente significativo, pero tiene su influencia y sabe hacerse escuchar. Quizá por eso, los candidatos oficialistas para los dos principales distritos –Cristina Kirchner y Rafael Bielsa– eligieron convocar a un centenar de exponentes del progresismo criollo –la crema y nata de la intelectualidad argentina- para una cena junto a la candidata chilena Michelle Bachelet.
El evento ocurrió el viernes por la noche en el Sheraton de Pilar. Estaban prácticamente todos, intelectuales, artistas e integrantes de ese colectivo indefinido pero admirado que algunos llaman “gente de la cultura”: profesores universitarios como Horacio González e Isidoro Cheresky, filósofos (José Pablo Feinmann) y economistas (Mario Rapoport), embajadores como el chileno Luis Maira, periodistas como Horacio Verbitsky y María Seoane y funcionarios como Jorge Coscia, Elvio Vitale y Juan Manuel Abal Medina, uno de los responsables de la convocatoria.
Primero habló Bielsa, que destacó la importancia de construir instituciones supranacionales y no se privó de citar a Derrida, Habermas y Kant. Cerró Bachelet: mujer, agnóstica, separada y socialista, está ubicada como la favorita para las elecciones presidenciales y el viernes pronunció un discurso interesante y sereno, en el que destacó la importancia de que la Argentina y Chile avancen en una “relación estratégica”. En el medio habló Cristina, que puso el eje en la comunión de los gobiernos de la región, subrayó la importancia de volver a vincular la economía con la política y recordó la visita de Joseph Stiglitz, el economista norteamericano que unos días antes había firmado con los Kirchner su consenso de Buenos Aires.
Fue, para el Gobierno, un paso más en su estrategia para conectar con ese universo difuso de pensamiento que los intelectuales, los académicos y los artistas expresan mejor que nadie. ¿Por qué tanto empeño en convocar a figuras prestigiosas pero poco relevantes en términos electorales? Quizá porque, aunque no constituyan un grupo electoral numeroso, tienen presencia pública y hacen sentir su influencia en un sector vasto de votantes de clase media ubicado en la Capital, el primer cordón del conurbano y algunas ciudades del interior.
No es la primera vez que sucede. Raúl Alfonsín logró representar en sus mejores tiempos de primavera democrática a un sector importante del progresismo, que se vio reflejado en el Grupo Esmeralda, en el Consejo para la Consolidación de la Democracia y en el discurso de Parque Norte, redactado, no casualmente, por dos académicos de peso: Emilio de Ipola y Juan Carlos Portantiero. Años después, Carlos “Chacho” Alvarez, uno de los invitados a la cena del viernes, consiguió expresar a una parte significativa de este espacio, al que sedujo con su lúcida crítica al bipartidismo y su carisma de profesor universitario. Tiempo después, más fugazmente, fue Elisa Carrió quien se convirtió en referente de este sector, en un momento en que el modelo de los 90 se caía a pedazos y ella estremecía al país con sus denuncias de lavado de dinero. Ahora son los Kirchner los que –con las frecuentes apelaciones a los intelectuales y con eventos como la visita de Stiglitz y la cena de ayer– buscan conectarse con este universo esquivo pero importante de opinión (y de votos).

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