EL MUNDO
› BUSH ASUMIO SU RESPONSABILIDAD PERO ELUDIO LOS TEMAS CENTRALES
Manotazos de ahogado tras Katrina
George W. Bush no dijo nada nuevo anoche sobre los efectos de Katrina. Asumió su “responsabilidad final” por “el problema y la solución”, pero usó su mensaje para repetir viejos clisés ideológicos.
› Por Claudio Uriarte
Hizo lo que hace siempre, y lo hizo varias veces. Durante su segundo discurso en 48 horas para atajar el contragolpe político de su propia inactividad en el huracán Katrina, un George W. Bush en mangas de camisa y con el trasfondo del anochecer en Nueva Orleans volvió a asumir por casi media hora su “responsabilidad final” en el “problema y la solución” de las fallas de respuesta del gobierno frente a la catástrofe, pero sometió a su audiencia a una repetición salpicada de anécdotas emotivas de todo lo que la prensa televisada, radial y escrita contó durante los días en que él estuvo ausente: los desplazados, los muertos, las casas, automóviles y empleos destruidos, las familias separadas. Pero dos elementos se destacaron fuertemente en su mensaje:
1) Este presidente no se baja de su ideología, ni siquiera frente a una tragedia. Pese a que anunció lo que todo el mundo ya sabe (que pidió y obtuvo del Congreso una ayuda especial de 60.000 millones de dólares “no sólo para costear los efectos de la catástrofe, sino para hacer de Nueva Orleans y las zonas afectadas lugares mejores”), su discurso estuvo frecuentemente salpicado de alusiones a la importancia del rol de las iglesias, las organizaciones privadas de caridad, el papel del sector privado y el heroísmo de la Guardia Nacional. Por dos veces, sostuvo lo que pareció una muestra de humorismo involuntario: el “agradecimiento” de “este país” a “toda esa gente” que había ayudado heroica y desprendidamente a la saga del huracán. Parece que “toda esa gente” no era de “este país”.
2) Bush dijo que el huracán había revelado una “pobreza persistente”, y descubrió que en muchos casos eso estaba ligado a la “discriminación racial”. Pero, a la hora de describir el horizonte que avizoraba, habló de una Nueva Orleans donde las minorías fueran propietarias de más casas y de más comercios, divagó con la creación de una Zona de Oportunidad del Golfo y al final volvió a desembarcar en sus temas favoritos de rebajas impositivas para la pequeña empresa, rebajas impositivas para la gran empresa y, en fin, espíritu de empresa. “Capitalismo popular” a la Reagan-Thatcher, en otras palabras. Alguien debió haberle dicho que fue precisamente gracias a sus rebajas impositivas que el gobierno federal se encontró con la misma crisis de infraestructura que mencionó más adelante, y que los gobiernos locales hace tiempo que carecían de todo recurso suplementario más allá de vivir al día. Pero, en otra muestra característica de su estilo de mando –la elusión de responsabilidades, esto es–, el presidente contradijo, o al menos relativizó sus mea culpa para decir que “no fue un huracán normal y el sistema normal de emergencia no estuvo a la altura de las circunstancias”. También aseguró que “quería saber todos los datos de la respuesta del gobierno a Katrina”. Como si él no formara parte del gobierno.
Por momentos, la retórica de Bush recordó a la que emplea sobre Irak, diciendo que hará “cuanto sea necesario” y se quedará “tanto tiempo como haga falta... para ayudar a los ciudadanos a reconstruir sus comunidades y sus vidas”. Los trabajos de reconstrucción serán costeados en su mayor parte por el gobierno federal, y supondrán uno de los esfuerzos de reconstrucción “de mayores dimensiones que el mundo jamás haya visto. Cuando haya concluido, los estadounidenses tendrán algo de lo que podrán estar orgullosos”. Pero esto pone el dedo en la llaga de las inconsistencias de Bush. Ayer se supo que sólo en su primer año el costo de reconstrucción rondará los 200.000 millones de dólares, lo mismo que EE.UU. ha gastado hasta ahora en la ocupación de Irak (iniciada en marzo de 2003). Casi 2,5 millones de víctimas del Katrina ya han pedido subvenciones del gobierno para reconstruir sus vidas.
El impacto macroeconómico será mayor. Los expertos calculan que el costo elevará el déficit público hasta 400.000 millones de dólares, o 3 por ciento del PBI, en el año fiscal que acaba de comenzar. Y un 56 por ciento de los estadounidenses piensa ahora que el gobierno es incapaz de afrontar un desastre natural o un nuevo atentado terrorista. Por lo menos hasta el mensaje de anoche, y mientras el huracán Ofelia (que hasta el momento no causó bajas) mantenga su actual compostura.