EL MUNDO
› CENTRODERECHISTAS Y SOCIALDEMOCRATAS EN ELECCIONES MUY PELEADAS
Cómo es la nueva Thatcher alemana
Oportunista, tímida, intelectual, distante, tenaz y persistente son algunos de los adjetivos que se han acumulado sobre la centroderechista Angela Merkel, que este domingo compite con ventaja por llegar al gobierno de Alemania.
› Por Mary Dejevsky *
Desde Berlín
No hay una ilustración más vívida de la opción que enfrentarán los votantes alemanes mañana que los posters gigantes que compiten por la atención en casi cada cruce de calles en Berlín. Uno muestra a un vigoroso Gerhard Schroeder, con las palabras “Poderoso, valiente, humano” a lo largo. El otro es un retrato en tonos de naranja pálido y gris de su principal opositora, Angela Merkel, luciendo casi aniñada y un poco tímida, con la leyenda: “Un nuevo comienzo”.
Los posters lo dicen todo: éstos no son sólo dos políticos rivales, luchando por la mayoría en el Bundestag que les permita formar el próximo gobierno de Alemania. Son casi personajes opuestos, formados por experiencias de vida muy diferentes, cuyos senderos se han cruzado en la política sólo por las extraordinarias vueltas de la historia de Alemania en los últimos 50 años. Lo único que tienen en común son sus comienzos relativamente humildes. Mientras Gerhard Schroeder tuvo una niñez dura –nunca conoció a su padre, que murió en el frente oriental al final de la Segunda Guerra Mundial–, Angela Merkel provenía de una familia sólida y mayormente feliz, la hija mayor de un pastor protestante asignado a una parroquia en Alemania Oriental antes de la construcción del Muro de Berlín. Schroeder, viviendo en el floreciente oeste, aspiró a la política desde temprano; Merkel, en el gris y confinado este, era una física académica con una educación convencional de Alemania Oriental que entró a la política cuando el país ya estaba muy cerca de la reunificación.
Mientras Schroeder fue un extrovertido agitador natural desde su juventud, Merkel debió adquirir las muy diferentes habilidades políticas necesarias para negociar una tranquila vida profesional en el este. Mientras Schroeder es franco, encantador y se entusiasma frente a una multitud, Merkel, aún al final de esta intensa campaña, aparece como tímida. El mundo moderno de las campañas, con su euforia, su estridencia, los seguidores que le cantan “¡Angie!” y sus elaboradas oportunidades de foto, todavía le resulta extraño. Parece tolerarlo como un accesorio necesario para ganar una elección, no como algo que le resulte fácil o de lo que disfrute.
El particular infortunio de Merkel en esta campaña, por supuesto, es haber tenido que vérselas con uno de los más consumados competidores en el negocio. Los instintos políticos de Schroeder son seguros; encuentra oportunidades donde ningún otro político las hallaría. Es casi totalmente gracias a él que el partido socialdemócrata SPD está ahora nuevamente en combate, después de haber comenzado la campaña con más de 12 puntos de desventaja.
Al comienzo de esta semana, el implacable canciller disparó contra el aparente desagrado de Merkel por la dureza de la política. En un foro televisivo multipartidario, estuvo galante, condescendiente y cruel a la vez. Ridiculizó por enésima vez al experto financiero de Merkel, Paul Kirchhof, el “profesor de Heidelberg” por su esquema de “impuesto plano” (que no es política de Merkel). Cuestionó a Merkel sus credenciales para proteger a “la familia alemana”, pese a que ella fue una ministra para Familias totalmente competente en el gobierno de Helmut Kohl. Y si no llegó a decir, como sí lo hizo su esposa, que esto era porque Merkel no tenía hijos, era vergonzosamente claro a qué se estaba refiriendo.
Mientras el SDP se acercaba a las encuestas de la alianza CDU/CSU (democristianos y sus aliados socialcristianos del sur), Merkel fue criticada por abstenerse de confrontar la insolencia de Schroeder. ¿Por que no había cuestionado el derecho de la esposa del canciller a sembrar dudas sobre sus credenciales de familia? ¿Por qué no lo había desmentido y puesto en su lugar por igualar falsamente los proyectos académicos del profesor Kirchhof con la política impositiva de su partido? ¿Por qué le había permitido a Schroeder colocarla a la defensiva, como si fuera ella la que hubiera tenido un mal desempeño en el gobierno, cuando fue él quien presidió sobre un record de posguerra de seis millones de desempleados?
Una respuesta podría ser que su ventaja inicial de dos dígitos la haya cegado para ver el peligro que representaba Schroeder. O, más creíblemente, Merkel puede haber esperado ganar por la fuerza de los argumentos. En sus reuniones de campaña como en el debate televisado con Schroeder, Merkel tenía todos los hechos en la punta de los dedos al presentar sus propuestas, fuera la simplificación impositiva o mantener a Turquía fuera de la Unión Europea. El enfoque de Schroeder es diferente.
El intento de Merkel de dar un contragolpe populista, con acusaciones –que se comprobaron ayer– de que el gobierno de Schroeder tiene una secreta lista “venenosa” de colosales recortes de gastos para ser implementados después de las elecciones, puede haber llegado demasiado tarde para marcar una diferencia significativa en el voto de hoy. Pero Merkel, aún con su clara aversión a la autopublicidad, su retraimiento y su reticencia hacia las multitudes, todavía tiene las mejores oportunidades de convertirse en la próxima canciller de Alemania.
Si lo hace, los alemanes se tendrán que acostumbrar a un nuevo estilo de liderazgo en Berlín, así como algunos cambios serios en la política. A veces se dice de Gerhard Schroeder que está lleno de palabras y gestos, pero el contenido pocas veces es substancial. Con Merkel lo opuesto puede ser verdad. Merkel puede haberle vuelto la espalda al marxismo-leninismo que sofocó sus años de estudiante y abrazado del libre mercado y la libertad de opción, pero retuvo el enfoque ordenado y metódico de los problemas que le enseñaron entonces. También mantiene la determinación que la llevó a un doctorado en física de la universidad de Leipzig y desde ahí a un trabajo de investigación en la academia de ciencias de Alemania del Este. Si ella quiere que algo se haga, persiste, buscando distintas perspectivas, pero sin perder de vista el objetivo. Este es un aspecto de la flexibilidad que muchos alemanes del este tuvieron que desarrollar al tratar con las autoridades.
Se dice que tiene una facilidad –desarrollada sin duda en sus años académicos en ámbitos predominantemente masculinos– de adular a los hombres vanidosos, lo que le ha dado buenos resultados en la política alemana. Ni es Merkel, pese a sus dificultades para competir con el estilo ampuloso de Schroeder durante su campaña, una inexperta en la dureza de la política nacional. Tiene un rasgo de oportunismo que le permitió cambiar de la academia a la política cuando se derrumbaba el comunismo de Alemania Oriental. Como protegida de Helmut Kohl, cuando él era el héroe de la reunificación de Alemania, fue la primera en reconocer que su mentor estaba perdido tras verse implicado en un escándalo sobre la financiación partidaria. Su disociación pública del canciller, en una artículo para el diaria Frankfurter Allgemeine, la lanzó al liderazgo del CDU sobre las cabezas de varios otros aspirantes (hombres). A pesar del inevitable resentimiento y las movidas de piso, no pudieron destronarla.
Aunque Merkel a menudo parece tímida en público, es muy segura en reuniones más pequeñas, donde se espera el intercambio de argumentos y puntos de vista –lo que puede explicar su desempeño, mucho mejor que lo esperado, en el debate televisivo–. Pero aun en círculos pequeños, la comunicación se corta de inmediato cuando se le pregunta por su vida privada. Algunos culpan a esto de su educación en el este, donde muchos, especialmente los profesionales, pronto aprendían el valor de la discreción. Pero Merkel también parece como una persona naturalmente reservada, decidida a mantener su vida doméstica lo más lejos posible del dominio público, pese a que –como parece ser el caso– no haya esqueletos en el armario.
En todo caso, Alemania Oriental era en muchas formas más permisiva para las mujeres que Alemania Occidental. Divorciada después de un corto y temprano matrimonio, vivió con Joachim Sauer durante muchos años antes de casarse con él en 1998 bajo presión de la ideología de valores familiares de la CDU. Profesor de química con una reputación internacional en su campo, Sauer tiene un desagrado semejante al de su esposa por la vida pública y ha dejado saber que tiene la intención de convertirse en un Denis Thatcher alemán. Amante de Wagner, se ha mantenido tan oculto que en la campaña lo llamaban “el fantasma de la ópera”.
Mientras esta elección llega a su final, cada argumento, cada rasgo de carácter y cada mácula de un candidato tienen el potencial de influenciar el resultado. Las encuestas ayer, las últimas antes de las elecciones, muestran que ni la alianza de centroderecha de Merkel ni los socialdemócratas con Schroeder llegan a una mayoría segura, aun si van en pareja con un socio. Cada uno de ellos podría forjar una coalición por encima del 50 por ciento necesario para formar un gobierno o quedarse cortos por poquísimo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.
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