EL MUNDO
› LA TRANSICION EN LA INSTITUCION DE LA RESERVA ISRAELI
Los civiles de uniforme
Era uno de los pilares de la defensa de Israel: ciudadanos de uniforme un mes al año, por años y años. Pero según cuentan un argentino que cumple y un israelí disidente, la reserva ya no es un deber sagrado sino algo visto como anticuado, levemente inútil, a lo que se puede faltar sin vergüenza.
Por Juan Miguel Muñoz *
La unidad de reserva del ejército en la que sirve Mauricio Obrutsky, creada después de que Saddam Hussein lanzara misiles Scud sobre Israel en 1990, entrena para rescatar a personas bajo los escombros. Pero en el Estado de Israel no han padecido un terremoto digno de tal nombre en las últimas décadas. Así que Mauricio protegió a colonos en asentamientos de los territorios ocupados y custodió presos palestinos en la cárcel de Megido. Es de izquierda, partidario de desmantelar las colonias de Cisjordania y un convencido de que una sociedad debe mantenerse bien organizada. De ahí que no rehúse el servicio y se muestre dispuesto a tragar algún sapo. “Nunca estuve de acuerdo en vigilar los asentamientos. Pero también sabía que un día serían evacuados. Cumplí una orden que no me gustaba, y habría obedecido más a gusto la de desalojar a los de Gaza”, señala este argentino licenciado en Ciencias Políticas que hoy diseña páginas web. Peluqueros que acuden 15 lunes en un período de cuatro meses, psicólogos que sirven 30 días consecutivos, traductores, personal de Inteligencia, electricistas, abogados... La reserva del ejército, el Tsahal, es el vivo reflejo de una sociedad plagada de paradojas.
Todos los hombres israelíes, concluido su trienio de servicio militar –dos para las mujeres, que en casos específicos también son llamadas a la reserva–, son convocados anualmente para enrolarse un mes en filas. Dice la ley que desde los 21 años hasta que entran en la cuarentena, salvo para los oficiales, cuya edad límite son los 45.
El 70 por ciento de los militares, cuyo número exacto es secreto, son reservistas y la mayoría se emplea en la misma función que ejerció durante el servicio. Aunque no faltan casos en que un cambio de profesión en la vida civil acarrea un destino diferente para el reservista, una obligación que supone un contratiempo para casi todos, hombres casados y con hijos, que se separan de sus familias. “A algunos, sin embargo, les sirve para salir de la rutina; otros quieren mantenerse entrenados, pues temen futuras emergencias”, comenta Obrutsky. Eso sí, no pierden un shekel. La compensación es equivalente al promedio del sueldo de los dos meses anteriores a la incorporación. Y los comandantes, aunque lo niegan siempre, hacen la vista gorda con los pequeños excesos de estos veteranos. “En mi unidad hay tipos de origen ruso, estadounidense, francés, belga. Aunque está prohibido, los rusos siempre tienen vodka.” La mayoría de los incidentes se arreglan en el interior de la unidad.
Pero los nuevos tiempos imponen un cambio en esta institución, “pilar fundamental” (según reza el preámbulo del proyecto de Ley de Reforma del Sistema de Reserva) del Estado de Israel desde su fundación, en mayo de 1948. “Ya comenzó un proceso imparable. Hace 15 años, si tratabas de escapar de tus obligaciones con la reserva eras muy mal visto; si hoy acudes te toman por tonto. Es muy sencillo evadirse”, asegura Mauricio, quien en 1985 hizo la aliá, la emigración a Israel con la intención de quedarse a vivir. Nada menos que desde Barrancas, un pueblo en medio de la nada, en plena pampa argentina, cercano a Rosario, donde nació hace 38 años.
“En 2005 nos mandaron la orden para incorporarnos toda la unidad, entre 100 y 120, pero la anularon. Ya no hacemos falta y se ahorran dinero”, asegura. Bastantes de sus compañeros han viajado a Turquía, donde sí se sufren seísmos devastadores. Y sí son útiles. Y a veces molestos. Porque es de la reserva de donde han brotado las organizaciones de jóvenes y maduros que ponen en apuros al establishment militar.
Peretz Kidron es el editor de Refusenik, un libro que recoge testimonios de los pioneros de este movimiento. Son los uniformados a tiempo parcial que se niegan a servir en los territorios ocupados, o quienes, dando un paso más, rechazan ingresar en unas Fuerzas Armadas cuyas directrices consideran incompatibles con sus convicciones morales y éticas.
“No somos objetores de conciencia, ni tampoco pacifistas. Sólo rechazamos la utilización del ejército con objetivos políticos, un ejército que reprime a los palestinos y que invade países”, destaca Kidron. El movimiento de los refuseniks –que nació y avanzó al compás de acontecimientos traumáticos– comenzó espontáneamente después de la guerra de los Seis Días, desatada en junio de 1967, “cuando el Tsahal se convirtió en un ejército de ocupación”, añade. Y lo impulsó gente que trabajaba en movimientos de izquierdas durante 11 meses y que se veía forzada a dedicar 30 días a misiones contrarias a sus creencias. El ejército se topó entonces con un enorme problema que no ha dejado de crecer, aunque a ritmo cansino. “Las Fuerzas Armadas están a la defensiva. Pueden aceptar a los pacifistas, pero no a soldados que se niegan a cumplir órdenes. Mucha gente, no sabemos cuántos, han ido a la cárcel. En 1978, 100 reservistas firmaron una carta en la que se oponían a servir en un ejército de ocupación”, explica Kidron. Pero cada uno batallaba por su cuenta. Hasta 1982.
En junio de ese año, el gobierno, alentado por el entonces ministro de Defensa, Ariel Sharon, se embarcó en la guerra de Líbano. Las tropas israelíes llegaron en escasos días hasta Beirut. Los reservistas contestatarios fundaron Yesh Gvul (¡Basta! ¡Hay un Límite!). La asociación comenzó a organizar manifestaciones frente a las prisiones donde purgaban condena estos rebeldes, a recaudar fondos para sus familias. De ellos, 168 fueron encarcelados. “Hasta entonces estaban solos”, comenta Kidron. En 1984, Moshe Levy, comandante en jefe del ejército, recomendó la retirada de Líbano. Adujo que habían surgido cientos de refuseniks, que podían convertirse en miles o decenas de miles. El movimiento dio un paso más tras la segunda Intifada, que estalló en septiembre de 2000, después de una visita de Sharon a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén.
En 2001, 10 chavales menores de 18 años, próximos a ser llamados a filas, enviaron una carta a los mandos en la que rechazaban servir en un ejército de ocupación. “Ya no importaba si su destino eran los territorios palestinos, sino la naturaleza del cuerpo en el que servían”, señala Kidron. Una vez publicada en los periódicos, alcanzaron los 500. “La cúpula castrense nunca supo cómo manejarlo. Llamó uno a uno a los 10 primeros, y cinco acabaron en prisión y ante una corte marcial, la primera que el Tsahal instituía contra los refuseniks. Los inculpados convirtieron el proceso militar en un juicio político. Hablaron de crímenes de guerra. Juzgaron al tribunal. No ha vuelto a instaurarse una corte marcial”, recuerda.
Hoy no son multitud, pero suponen un quebradero de cabeza para el gobierno. “Somos una minoría muy pequeña; a muchos no los comprendían ni en sus propios hogares”, expone Kidron, activista nacido en Viena en 1933 cuya familia huyó al Reino Unido cuando Hitler invadió Austria, poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Además afrontan el desprecio de compañeros de filas. “El Tsahal está organizado en unidades cohesionadas. Los reservistas observan al refusenik como a un traidor”, apunta Kidron, añadiendo: “Muchos sirven en los territorios ocupados porque no desean enemistarse con sus compañeros, aunque tengan que obviar sus convicciones”. Pero hay infinidad de motivos para no acudir al llamamiento. “No he encontrado a dos refuseniks que me den el mismo motivo para no servir”, concluye el editor. Pero también hay razones para que auténticos opositores cumplan con la reserva. “Casi decidido a no obedecer el llamamiento, me llamó mi comandante para que me incorporara. Me lo rogó. Su argumento me sorprendió: debía ir porque, sólo si yo estaba, los soldados pensarían dos veces antes de cometer algún desmán contra los palestinos”, relata un cincuentón. Acudió.
Como narraba Obrutsky, ya no son necesarios los reservistas como en las guerras de los años sesenta, setenta y ochenta. Hoy no se requieren tantossoldados. La carestía de fondos públicos, en un país en el que el 70% del presupuesto se destina a todo lo relacionado con la defensa, ha hecho el resto. Por ello se debate desde el pasado marzo una reforma legislativa que reducirá, salvo excepciones, la prestación de 30 a 14 días. Según reza el texto, “los reservistas serán llamados sólo en situaciones de emergencia o para entrenamiento y capacitación. Excepto en los casos anteriores, no desempeñarán papel alguno en las tareas de seguridad corrientes...”. Con todo, el Gobierno mantendrá un amplio margen para definir las situaciones excepcionales.
* De El País Semanal. Especial para Página/12.