Sáb 04.02.2006

EL MUNDO  › OPINION

La vieja basura de Samuel Huntington

Por Robert Fisk *

Así que ahora se trata de caricaturas del profeta Mahoma con un turbante en forma de bomba. Embajadores son retirados de Dinamarca, los sauditas y los sirios protestan, naciones del Golfo retiran de sus góndolas los productos daneses, tiradores de Hamas amenazan a la Unión Europea y a periodistas extranjeros. En Dinamarca, Fleming Rose, editor del diario que publicó estas caricaturas ridículas –en septiembre último, por el amor del cielo–, anuncia que estamos presenciando un “choque de civilizaciones” entre las democracias seculares occidentales y las sociedades islámicas. Esto prueba, supongo, que los periodistas daneses están en la verdadera tradición de Hans Christian Andersen. Oh Dios, Dios. Lo que estamos presenciando es el infantilismo de las civilizaciones.

Así que empecemos con el Departamento de Verdades Caseras. Este no es un tema de secularismo contra el Islam. Para los musulmanes, el profeta es el hombre que recibió palabras divinas directamente de Dios. Nosotros vemos a nuestros santos y profetas como figuras vagamente históricas, en contradicción con nuestros derechos humanos y libertades de alta tecnología, casi caricaturas de sí mismos. El hecho es que los musulmanes viven su religión. Nosotros no. Ellos han mantenido su fe a través de innumerables vicisitudes históricas. Nosotros hemos perdido nuestra fe desde que Matthew Arnold escribió sobre “el largo rugido en retirada” del mar. Esa es la razón por la que hablamos de “Occidente versus el Islam” en lugar de hacerlo de “cristianos versus el Islam”: porque no queda una terrible cantidad de cristianos en Europa. No hay forma de que podamos arreglar esto dejando de lado todas las otras religiones del mundo y preguntarnos por qué no se nos permite tomarle el pelo a Mahoma.

Además, nosotros podemos ejercer nuestra propia hipocresía sobre los sentimientos religiosos. Sucede que puedo recordar cómo, más de una década atrás, un film llamado La última tentación de Cristo mostraba a Jesús haciéndole el amor a una mujer. En París, alguien prendió fuego el cine que estaba pasando la película, matando a un joven francés. También sucede que me acuerdo cuando una importante universidad de EE.UU. me invitó a dar una conferencia tres años atrás. Yo acepté. Estaba titulada “11 de septiembre de 2001: pregunten quién lo hizo pero, por el amor de Dios, no pregunten por qué”. Cuando llegué, descubrí que las autoridades de la universidad habían sacado las palabras “por el amor de Dios” porque “no queríamos ofender ciertas sensibilidades”. Ajá, nosotros también tenemos nuestras “sensibilidades”.

En otras palabras, mientras nosotros pedimos que los musulmanes sean buenos secularistas cuando se trata de libertad de expresión –o de caricaturas baratas–, también podemos preocuparnos con la misma intensidad sobre los adherentes a nuestra preciosa religión. También disfruté de las pomposas afirmaciones de nuestros gobernantes europeos en el sentido de que no pueden controlar la libertad de expresión o los diarios. Si esa caricatura del profeta hubiera mostrado a un Gran Rabino con un sombrero en forma de bomba, hubiéramos tenido los oídos llenos de gritos de “antisemitismo” –con justa razón– tan seguido como oímos que los israelíes se quejan de las caricaturas antisemitas en los diarios egipcios. Además, en algunos países europeos –Francia es uno, Alemania y Austria, entre otros– está prohibido por ley negar acciones de genocidio. En Francia, por ejemplo, es ilegal decir que el Holocausto judío o el Holocausto armenio no sucedieron (esperen a ver los problemas que tendrá Turquía sobre este último si alguna vez entra a la Unión Europea). De manera que, en realidad, no es permisible hacer ciertas declaraciones en países europeos. Todavía no estoy seguro de si estas leyes logran sus objetivos: no importa cuánto se penalice la negación del Holocausto, los antisemitas siempre le encontrarán la vuelta. El punto, sin embargo, es que no podemos ejercer nuestras restricciones o leyes políticas para evitar caricaturas antisemitas o negadores del Holocausto y luego comenzar a gritar sobre el secularismo cuando nos damos cuenta de que los musulmanes objetan nuestra imagen provocativa e insultante del profeta.

Para muchos musulmanes, la reacción “islámica” a todo este asunto es de incomodidad. Hay una razón perfectamente valedera para creer que a los musulmanes les gustaría ver que se introducen algunos elementos de reforma en su religión. Si esta caricatura hubiera adelantado la causa de aquellos que quieren debatir este tema, si hubiera permitido un diálogo serio, a nadie le hubiera importado. Pero claramente la intención fue ser provocativo. Fue tan indignante que sólo causó reacción. Y éste no es un buen momento para calentar la vieja basura de Samuel Huntington sobre un “choque de civilizaciones”. Irán ahora tiene nuevamente un gobierno clerical. Y también lo tiene Irak (que no se suponía que terminara con una administración clerical democráticamente electa, pero eso es lo que pasa cuando uno derroca a dictadores).

En Egipto, la Hermandad Musulmana ganó el 20 por ciento de las bancas en las recientes elecciones parlamentarias. Ahora tenemos a Hamas a cargo de “Palestina”. Hay un mensaje ahí, ¿no? Que las políticas estadounidenses -“cambio de régimen” y “democracia” en Medio Oriente– no están logrando sus fines. Estos millones de votantes preferían el Islam a los regímenes corruptos que les impusimos. Que la caricatura danesa sea tirada sobre este fuego, de verdad es peligroso.

El Corán no prohíbe imágenes del profeta aun cuando millones de musulmanes sí lo hacen. El problema es que estas caricaturas retratan a Mahoma como una imagen de la violencia estilo Bin Laden. Retratan al Islam como una religión violenta. No lo es. ¿O queremos convertirla en una?


* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.

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