EL MUNDO › UN HOMBRE SIMPLE EN EL CORAZON DE UNA MAQUINA DE GUERRA
Se acaba de publicar en Europa Yo fui el guardaespaldas de Hitler; las memorias de Rochus Misch que, a sus 90 años, es posiblemente el último testigo del final del dictador nazi. Su libro coincide con una nueva polémica historiográfica sobre los alcances de esa dictadura.
Rochus Misch era muy joven cuando el destino lo llamó a vivir muy cerca de Adolf Hitler. Misch integró las SS en 1937, cuando tenía 22 años, sin tener una conciencia precisa de dónde se estaba metiendo. Según narra con detalles precisos y a menudo escalofriantes en sus memorias recién aparecidas en francés, J’étais garde du corps de Hitler, Misch no era un nazi propiamente dicho. Sin embargo, tres años más tarde, el oficial SS pasó a formar parte del Begleitkomando, los guardaespaldas personales de Hitler. Rochus Misch sirvió cinco años como sombra oficial de Hitler. Su trabajo, al principio, era por demás modesto: responder al teléfono, despachar el correo, repartir telegramas y comprar ramos de flores. El oficial realizó su trabajo sin hacerse demasiadas preguntas. Misch estaba en el corazón del dispositivo de Hitler y en el centro de la guerra, pero no la vivía realmente. Ignoraba todo sobre el “programa de exterminio”. Paradoja suprema: Rochus Misch vio todo, pero no oyó hablar de nada: “Era un buen soldado, al igual que otros millones. Sólo cumplí con mi deber. Que ese deber se cumpla disparando desde un tanque o respondiendo el teléfono de Hitler, no hay ninguna diferencia”. La “Noche de Cristal” recién entró en su conciencia 10 años después de la guerra, en 1954, cuando lo liberaron de las cárceles de la desaparecida Unión Soviética.
La autobiografía de Rochus Misch es fascinante por las revelaciones que contiene y porque muestra el recorrido de un hombre enquistado en el núcleo de una máquina de asesinar, pero que vivió “al margen”, como un inocente. A sus 90 años, el ex guardaespaldas de Hitler considera que los años que pasó “preso y torturado por un judío” en Siberia valen de “tributo” pagado ante la historia. El momento más fuerte e inédito del libro son los últimos días en el bunker de Hitler, que Rochus Misch fue el último en dejar. El guardaespaldas muestra a un Hitler redactando sus testamentos, el político y el personal, y preocupado por cumplir frente a los suyos. Fue en esos días finales en que Hitler se casó con su compañera Eva Braun antes de que ambos se suicidaran. Misch encontró el cuerpo de la pareja muerta y le fue a anunciar a Goebbels la muerte del amo. El director de la propaganda de Hitler comprobó que los muertos eran el Führer y su mujer y luego le siguió los pasos. Se encerró con su mujer y sus seis hijos. La mujer de Goebbels envenenó a los niños y después ambos se quitaron la vida. Misch descubrió los cuerpos. El final del Tercer Reich fue, dentro del bunker, poco ceremonioso, empapado de una atmósfera lúgubre. El 22 de abril de 1945, Hitler salió de su oficina y declaró: “La guerra se acabó, se pueden ir, yo me quedaré en Berlín”. Misch cuenta que la última vez que vio al Führer con vida fue el 30 de abril, hacia las 11 de la mañana. Lo último que escuchó fue una conversación con Goebbels. Hitler le dijo: “Para que no me ocurra lo mismo que a Mussolini –a quien le cortaron la cabeza después de lapidarlo–, tomen todas las disposiciones para que me quemen después de mi muerte”. Misch tampoco escuchó el disparo final. Fue Heinz Linge, su sirviente personal, quien gritó: “Creo que ya está”. Luego hubo un largo silencio, “como si la muerte lo hubiese invadido todo. Esperamos media hora antes de abrir la puerta de la oficina de Hitler. Me acerqué y vi a Hitler sentado en el sillón. Eva Braun estaba sobre él. Luego sacamos el cuerpo de Hitler y Braun, envueltos en una manta y alguien me dijo: ‘Misch, mejor que subas, vamos a quemar al jefe. Pero yo me negué”.
La biografía es un texto valioso para los historiadores y curioso para los moralistas. Su autor no expresa ningún arrepentimiento posterior, ni en el libro ni en las entrevistas. En suma, según dice, “no tengo nada que lamentar. No me puedo quejar. Para mí fue una buena época, con o sin Hitler. Que él haya sido bueno o muy malo, yo estaba a su servicio y era un soldado”. Lo único que confiesa realmente es que, como todos los alemanes que mantuvieron relaciones con Hitler, él también se “sintió fascinado por su voz, por esa autoridad carismática. Yo era un alemán simple, solo, un campesino. Cuando entré en las SS lo hice por deber porque quería combatir a los bolcheviques”.
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