Después de más de tres años en el poder con una política económica ultraortodoxa que convirtió a la brasileña en la segunda economía americana de más bajo crecimiento tras Haití, las cosas podrían cambiar.
› Por Darío Pignotti
Desde San Pablo
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, puso ayer en funciones al nuevo ministro de Economía, Guido Mantega, durante un acto que dio inicio al finalizar las operaciones de la Bolsa de Valores de San Pablo (Bovespa), las más nerviosas de los últimos días. Probablemente el momento escogido para la posesión del funcionario no fue un accidente del protocolo y sí parte del juego de señales entre los poderes político y financiero.
Ayer el índice Bovespa cerró con una baja del 2,55 por ciento y el dólar con un alza del 1,75 por ciento, a 2,209 reales, luego de haber trepado hasta 2,238 reales. Anteayer los números habían sido mucho más calmos: la Bolsa, por ejemplo, había subido un 0,17 por ciento. Un simple cálculo aritmético muestra que el así llamado “mercado” vivió con más recelo la llegada de Guido Mantega que la salida de Palocci. Incluso aunque éste haya dejado el cargo penosamente, involucrado en un escándalo que se arrastraba desde agosto y se hizo insostenible tras la violación del secreto bancario del jardinero que lo espiaba en sus encuentros con una prostituta y fue con el cuento al Senado, dominado por la oposición.
Son varias las razones que explican las oscilaciones abruptas de la Bolsa y el dólar, entre ellas la belicosidad de la oposición y su apuesta a la ingobernabilidad. Pero lo más probable es que el comportamiento de ayer haya sido una respuesta puntual a las declaraciones del nuevo ministro Mantega.
“Brasil debe tener tasas de interés civilizadas, que permitan estimular la producción y el consumo; la inflación está bajo control y nada impide la baja de las tasas”, declaró por la mañana en la TV Globo. Más tarde, en compañía de Lula, Mantega no se desdijo sobre ese punto ni renegó de su perfil “desarrollista”, un ideario que en el pensamiento “monetarista”, cultivado por cinco de cada cinco especuladores, es tenido como una amenaza a los lucros que recogen en Brasil, donde se pagan tasas de interés del 16,5 por ciento anual, que, descontada la inflación, resulta en índices reales del 11 por ciento. Los más altos del mundo.
El presidente defendió la continuidad de los fundamentos macroeconómicos que le valieron la confianza de los inversionistas durante los 39 meses de la gestión Palocci. “No existe magia en la economía. La economía no depende de la voluntad de apenas una persona.” Un discurso estrenado en 2002, luego de ser electo presidente, cuando el riesgo país llegó a superar los 2200 puntos y se daba como cierta una estampida inflacionaria. Ahora, con el riesgo país debajo de los 300 puntos y una inflación oscilando en el 5 por ciento, el mandatario parece dispuesto a correcciones graduales.
Por eso acompañó sin pestañear las palabras de Mantega, inclusive cuando admitió sus discrepancias con el presidente del Banco Central, el ex presidente del Banco de Boston Henrique Meirelles. Aunque ayer hubo rumores sobre la salida del banquero, esa posibilidad no es segura, pero lo cierto es que Mantega lo encontrará en las sesiones del Comité de Política Monetaria (Copom), el órgano que establece las tasas de interés.
Habrá que ver entonces si prevalece la ortodoxia de aquel o el gradualismo de éste. Ese escenario también estremece al mercado, que con el alejamiento de Palocci perdió a otros dos hombres de confianza, el secretario del Tesoro, Joaquim Levy, y el secretario ejecutivo del ministerio, Murilo Portugal, que ya sirvió en el gobierno del presidente Fernando Henrique Cardoso (1994-2002).
Sin Levy y Portugal, puede ocurrir el temido “desembarco” petista en el área económica, lo que relajaría los controles del gasto público y estimularía tasas de crecimiento mayores a las previstas anteriormente. Mantega habló el lunes de crecer un 4,5 por ciento; ayer el industrial Antonio Erminio de Moraes dijo que se puede pensar en más del 5 por ciento. Esos índices podrían afectar la meta de inflación pautada en 4,6 por ciento para este año, pero serían de gran utilidad para el gobierno en un año en que Lula juega todo a su reelección. Son escenarios aún inciertos pero respaldados por el Partido de los Trabajadores, que luego de peleas fratricidas recuperó cierta unidad de acción y no sólo trabaja para la victoria de su líder el 1° de octubre, sino que apuesta a que estos nueve de Mantega marquen el fin de la era Palocci y preludien una política económica expansiva que, en esa hipótesis optimista, sería la marca de un segundo gobierno del PT.
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