Dom 16.04.2006

EL MUNDO  › LA EXTRAÑA SITUACION LEGISLATIVA DE LOS REPUBLICANOS

Martillo caído, Congreso quebrado

Esta semana, diputados y senadores abandonaron Washington por el feriado y dejaron tres leyes muy importantes sin cerrar. Los republicanos tienen mayoría en ambas cámaras, pero parecen incapaces de lograr nada. La crisis se debe a la caída de Tom DeLay, el corrupto y hábil “Martillo”.

Por José Manuel Calvo *
Desde Washington


El Congreso de Estados Unidos está de vacaciones. La semana anterior a la pausa de Semana Santa había en el Capitolio tres acuerdos casi a punto: presupuesto, recortes fiscales y reforma de la inmigración. Ninguno se cerró, y congresistas y senadores se fueron a casa a tratar de explicárselo a sus votantes. Demócratas y republicanos se acusan mutuamente. No importa de quién es la culpa; la responsabilidad es del partido que tiene la mayoría.

¿Cómo es posible que los republicanos, que controlan la Cámara y el Senado y ocupan la Casa Blanca, estén en esta situación? La clave, en parte, es la crisis de liderazgo parlamentario en el partido del elefante tras la caída del poderoso Tom DeLay, apodado “Martillo” en sus buenos tiempos: toda una década –de 1995 a 2005, primero como controlador del grupo y luego como su líder– llevando las riendas y garantizando la sintonía entre las familias republicanas. Caído en desgracia por su exceso de celo en Texas y sus vínculos con el lobbysta procesado por corrupción Jack Abramoff, la disciplina del grupo ha quedado dinamitada en el peor de los momentos, con legislativas en noviembre y con un George W. Bush incapaz de llevar la batuta de la hasta ahora bien afinada orquesta republicana. En la opinión pública, y a pesar de una economía que crece y un desempleo del 4,7 por ciento, sus índices de aprobación son escuálidos por Irak y el recuerdo de Katrina. Por eso, algunos de los suyos creen que es un presidente radiactivo del que conviene distanciarse. DeLay tuvo que dejar de ser líder de la mayoría de la Cámara en septiembre del año pasado, al ser procesado por el uso incorrecto de fondos para financiar campañas. Su sucesor, John Bohener, aún es muy nuevo. El líder republicano del Senado, Robert Frist, ya ha demostrado que no da la talla.

La indisciplina dio el primer aviso en diciembre: la Cámara aprobó un proyecto de ley de inmigración represivo, en contra de los planes de Bush, y el Congreso se negó a prorrogar la Ley Patriótica; casi simultáneamente, la Casa Blanca encajó una ley contra la tortura, apadrinada por el republicano John McCain, que fue un trago amargo para el vicepresidente. Dick Cheney, tras haber perdido a su jefe de gabinete, Lewis “Scooter” Libby, procesado por falsedades y obstrucción a la Justicia, se dedicó a rociar de perdigones a un amigo de cacerías. En marzo, el problema llegó de la mano de la operación por la que Dubai iba a gestionar seis puertos de EE.UU.; la demagogia de demócratas y republicanos frenó el acuerdo y sacó los colores a Bush. A finales de mes, Abramoff fue condenado a seis años de cárcel en uno de sus procesos; después, Tony Rudy, ex jefe de gabinete de DeLay, se confesó culpable de corrupción, salpicado por una conexión de Abramoff. Cercado, DeLay anunció a principios de abril que no se presentará a la reelección. Días después, los republicanos no eran capaces de superar las maniobras demócratas para bloquear la reforma de la inmigración, ni de aclararse para controlar un presupuesto lleno de gastos injustificables, ni de aprobar la ampliación de los recortes fiscales tan caros al presidente Bush.

La discordia familiar republicana es honda y el presidente no parece capaz de resolverla, ni de evitar que se contagie a los votantes. “La percepción de que han estado demasiado en el poder, y no los asuntos de corrupción, está en la base del cuestionamiento de los republicanos. Y aunque denunciar la cultura de corrupción anime a demócratas e independientes, el mayor peligro para los republicanos es que su base esté desilusionada o desmotivada en unas elecciones en las que los adversarios estarán llenos de energía”, escribe en el National Journal el analista Charles Cook. ¿Se aproxima una catástrofe electoral republicana como la que los demócratas sufrieron en 1994, cuando perdieron el control de las dos cámaras? “Nadie espera que este año ocurra un tsunami de esas proporciones, gracias a la protección de los escaños y al diseño de los distritos electorales, pero hay estrategas republicanos que ya hablan abiertamente de los paralelismos entre 1994 y 2006”, dice John Fund en The Wall Street Journal.

Por ahora, los demócratas tienen el viento a favor sin haber hecho prácticamente nada. La oposición eficaz al gobierno ha venido casi siempre de los propios republicanos y de la prensa. Sin líderes ni alternativas claras, los demócratas disfrutan del caos y sueñan con noviembre. Pero el timing (el momento elegido) es prematuro: ¿quién sabe cómo será todo dentro de seis meses y medio? Y sería suicida subestimar tanto la capacidad de contraofensiva de Bush –que tiene un nuevo jefe de Gabinete y que podría sorprender con cambios audaces– como la lucha sin cuartel de los republicanos, una vez libres de la carga de DeLay, para tratar de evitar la derrota el 7 de noviembre.


* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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