Renunció el vocero de la Casa Blanca, Scott McClellan, y el asesor de imagen de Bush, Karl Rove, pasó al cargo de estratega electoral.
› Por Rupert Cornwell*
Desde Washington
La mayor reorganización de la Casa Blanca en la presidencia de George W. Bush tomó ritmo ayer, con la partida del secretario de Prensa, Scott McClellan, y el regreso de Karl Rove a lo que mejor hace: tramar cómo ganar elecciones. La renuncia de McClellan, tras tres arduos años como vocero de Bush, no fue sorpresa luego de que John Bolten asumiera como jefe de gabinete la semana pasada, jurando un accionar rápido para dar mayor ímpetu a las operaciones de la Casa Blanca y, por extensión, a la cada vez más complicada presidencia de Bush.
McClellan suplantó como secretario de Prensa a Ari Fleischer en julio de 2003, cuando el brillo de la invasión de Irak se estaba borrando y las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein se negaban obstinadamente a aparecer. Desde ese momento, el trabajo de mayor perfil de la Casa Blanca, sin tomar en cuenta el del presidente, se ha vuelto más difícil, entre escándalos, el creciente desorden en Irak, y el nivel de aprobación del presidente que cae en picada –lo cual ha reforzado un cuerpo de prensa de la Casa Blanca previamente dócil–.
Bush dijo que McClellan había afrontado “una tarea que constituye un reto”. Ultimamente, no ha sido más que una bolsa de arena para la opinión pública. Aunque les agradaba personalmente a los periodistas, salió con el pie equivocado justo cuando se desató el escándalo de filtración de la CIA. Les dijo a los periodistas que le habían asegurado que ni Lewis “Scooter” Libby, jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney, ni Rove estaban involucrados en la revelación del nombre de la agente secreta Valerie Plame, para que luego ambos figuraran prominentemente en la investigación del fiscal especial Patrick Fitzgerald.
Recientemente, periodistas han aporreado a McClellan por las escuchas electrónicas domésticas de la supersecreta Agencia de Seguridad Nacional, confidencialmente autorizadas por Bush. Libby ha sido procesado por perjurio y obstrucción de la Justicia en el caso Plame, mientras la implicación de Rove todavía está siendo investigada –algo que pudo ser factor en la decisión de restringir su función–. Rove permanece como vicejefe de gabinete –pero como una de las tres personas con ese título, en lugar de dos como hasta ahora–. Joel Kaplan, asesor de Bolten por mucho tiempo, se convierte en vicejefe de gabinete a cargo de la formación de políticas públicas. Rove volverá a su función original de estratega político, previendo las vitales elecciones de mitad de mandato en apenas seis meses.
La sensación había sido que esta doble participación, en formación de políticas públicas así como en política, había debilitado demasiado los talentos de Rove. El hombre públicamente alabado por Bush como “el arquitecto” de la reelección del presidente en 2004 ahora dedicará todas sus energías a la lucha republicana por mantener el control de la Cámara de Representantes y el Senado en noviembre. La pérdida de cualquiera de ellas permitiría a la mayoría demócrata lanzar una seria investigación parlamentaria de la guerra de Irak y de otras empresas controvertidas de Bush de las que ha escapado hasta ahora. Anoche, los demócratas, como era de esperarse, compararon la remodelación a “reorganizar la cubierta del ‘Titanic’”. Se espera que McClellan regrese a Texas una vez que se anuncie su sucesor.
Aunque se marcha bajo algo así como una nube, con las encuestas de su jefe en un bajísimo e histórico 35 por ciento, la culpa no es suya. Los críticos han refunfuñado que él es un mediocre vendedor para la administración –olvidándose de que sus políticas han sido difíciles de vender–. En efecto, su participación en uno de los trabajos más extenuantes de Washington habrá sido más larga que la de Fleischer, que tuvo la gran ventaja de ser vocero cuando el país se encontraba unido detrás de Bush luego de los ataques del 11 de septiembre, y la aprobación del presidente era más del doble que ahora.
“He dado todo de mí, señor, y continuaré haciéndolo mientras se realiza la transición a un nuevo secretario de Prensa”, dijo McClellan con Bush a su lado. Pero, en consonancia con los tiempos miserables de esta Casa Blanca, incluso esta salida se estropeó. Luego del anuncio, los dos hombres cruzaron el South Lawn para abordar el Marine One. Pero un problema con la radio del helicóptero presidencial lo mantuvo en tierra. Bush, McClellan y el resto del séquito fueron forzados a tomar una caravana a Andrews Air Force Base y esperar el Air Force One.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Virginia Scardamaglia.
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