Dom 07.05.2006

EL MUNDO

Un general de la Fuerza Aérea puede quedar a cargo de la CIA

Es Michael Hayden, actual número dos de la Dirección Nacional de Inteligencia que encabeza John Negroponte. Bush anunciaría su candidato mañana y buscaría la aprobación del Senado.

El general Michael Hayden, un ex oficial de la Fuerza Aérea estadounidense, con amplia experiencia en agencias de espionaje, sería nombrado nuevo responsable de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), según la prensa estadounidense, en reemplazo de Porter Goss, que renunció a su cargo el pasado viernes, tras menos de dos años al frente de la agencia. Hayden, de 61 años, es en la actualidad el “número dos” del director de Inteligencia Nacional, John Negroponte, un cargo creado por el presidente George W. Bush como parte de las reformas de los servicios de inteligencia del país, tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Según la prensa, Bush dará a conocer el nombramiento de Hayden mañana, y luego deberá ser confirmado por el Senado.

Hayden, vicedirector principal de Inteligencia Nacional, es un militar condecorado que lleva casi cuatro décadas en servicio activo. En su trayectoria se destaca su cargo como director de inteligencia del comando central de Estados Unidos en Europa, el de comandante de la Agencia Aérea de Inteligencia en Texas y sus años en Corea del Sur, con responsabilidades sobre el comando estadounidense en la zona. A esa larga lista se suman varios cargos en el Pentágono, así como la que, según los analistas, se convertirá en la “manzana de la discordia”: sus seis años (1999-2005) al frente de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, según sus siglas en inglés).

De ser designado para el cargo por Bush, seguramente será interrogado en el Senado sobre el programa secreto que llevó a cabo la NSA y en el que las autoridades estadounidenses controlaron conversaciones entre residentes en Estados Unidos y personas fuera del país sin una orden judicial. El presidente había aprobado las acciones sin informar al Congreso. Cuando estalló el escándalo, Hayden defendió enérgicamente el programa y lo calificó de legal. “La NSA intercepta conversaciones, y todo por un motivo: para salvar vidas y proteger los derechos y el bienestar de los ciudadanos estadounidenses frente a aquellos que nos quieren hacer daño”, dijo el general en enero. A causa de esto, tanto representantes demócratas como expertos independientes auguraron un “difícil” proceso de confirmación en el Senado si es nombrado. Como otros posibles candidatos para ocupar el cargo de jefe de la CIA –pero más improbables– se nombró a David Shedd, jefe del Estado Mayor de Negroponte, y a Mary Margaret Graham, que coordinó la recolección de informaciones secretas para el director de Inteligencia.

Las controversias en torno de la dimisión de Porter Goss, que dio pocas explicaciones de su partida, continuaban ayer. Distintos artículos publicados en periódicos estadounidenses indicaban que los constantes conflictos de competencias entre Goss y Negroponte precipitaron su caída. Según los citados artículos, las relaciones entre los otrora amigos se resintieron después de la reorganización de los servicios de espionaje que tuvo lugar el año pasado y que dejó a la CIA bajó el paraguas de Negroponte. Pero también habría otras causas. Al parecer, Bush no estaba satisfecho con su estilo de conducción interna: más de una decena de experimentados funcionarios de la CIA tiraron la toalla durante su período porque se sentían controlados o despreciados por Goss. El director de la CIA también era acusado de no haberse ocupado suficientemente del reclutamiento de agentes secretos en el extranjero y de haber descuidado la colaboración con servicios secretos del exterior.

Sin embargo, la Casa Blanca desmintió tajantemente esos rumores. Dana Perino, una portavoz de la presidencia, rechazó las versiones según las cuales el presidente ya no tenía confianza en el director de la CIA. Perino aseguró que Goss realizó avances significativos para facilitar el período de transición e insistió en que existía un consenso sobre la necesidad de nombrar a un nuevo jefe “que tomase el relevo” e impulsase el avance de la CIA.

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