Vie 09.06.2006

EL MUNDO  › CAYO AL ZARQAWI, LIDER DE LA RESISTENCIA A LA OCUPACION NORTEAMERICANA

Fin de juego para el Nº 1 de Osama en Irak

El jefe más sectario de la insurgencia, el jordano Al Zarqawi, conocido por entrenar kamikazes y ordenar decapitaciones a occidentales, fue abatido al norte de Bagdad. Otros grupos que resisten la ocupación se han desmarcado de él, dada su brutalidad.

Por Patrick Cockburn *
Desde Bagdad


Fue el final de una carrera criminal. Abu Musab al Zarqawi era un criminal de poca monta y poco conocido en Jordania que se convirtió en un fundamentalista islámico, hasta que fue denunciado por Estados Unidos en el 2003 como un líder insurgente muy importante. Esto le permitió reclutar hombres y dinero para enfrentar una guerra cruel, mayormente contra civiles iraquíes. En otra innovación macabra, decapitó hombres occidentales como Ken Bigley y Eugene Amstrong, y luego difundió las imágenes en Internet para asegurar la máxima publicidad posible. Su muerte en un ataque aéreo de F-16 estadounidenses, mientras estaba en una casa al norte de Bagdad con siete compañeros, es importante en Irak porque era el líder más sectario de la resistencia sunnita, asesinaba brutalmente a los chiítas por considerarlos herejes y, por lo tanto, tan digno de muerte como cualquier invasor extranjero.

Su herramienta preferida era el atacante suicida, que usualmente reclutaba afuera del país. Sus objetivos eran casi invariablemente jóvenes chiítas desesperados por conseguir trabajo, haciendo colas para puestos de policías o soldados. Pocos de los 20 mil soldados estadounidenses asesinados y heridos en Irak en los últimos tres años fueron responsabilidad de los hombres de Al Zarqawi, según el ejército estadounidense. George Bush y Tony Blair saludaron la noticia de la muerte del líder de Al Qaida en Irak. Sin embargo, paradójicamente, entre los más satisfechos deben estar los otros líderes insurgentes. “Era una vergüenza para la propia resistencia”, aseguró Ghassan al Attiyah, un analista iraquí. “A ellos nunca les gustó que acaparara toda la atención, y los estadounidenses exageraron su rol.”

Al Zarqawi le debió su ascenso a Estados Unidos por dos razones. Su nombre era desconocido cuando Colin Powell, el entonces secretario de Estado estadounidense, lo denunció repentinamente el 5 de febrero de 2003 en el Consejo de Seguridad de la ONU como el vínculo entre Saddam Hussein y Al Qaida. Finalmente no hubo evidencia de esta conexión y Al Zarqawi todavía no pertenecía a Al Qaida. Pero la denuncia de Powell lo convirtió en un símbolo de la resistencia contra Estados Unidos en todo el mundo musulmán. También fue funcional a la agenda política de Washington, que plantaba el ataque a Irak como parte de la guerra contra el terrorismo.

La invasión le dio a Al Zarqawi un impulso aún mayor. A los meses del derrocamiento de Saddam Hussein, los cinco millones que representa la comunidad árabe sunnita en Irak parecían unidos por la oposición a la ocupación. Multitudes se reunían a festejar cada vez que un soldado estadounidense era asesinado o cuando un vehículo estadounidense explotaba. La resistencia armada era popular y, por primera vez, los militantes sunnitas conocidos como los Salafi, fundamentalistas religiosos que demuestran su fe por medio de la Guerra Santa o la Jihad, tenían una base de apoyo en Irak. Osama bin Laden y sus combatientes nunca tuvieron este nivel de aceptación en Afganistán.

El siguiente momento crucial de la carrera de Al Zarqawi fue la captura de Saddam Hussein el 15 de diciembre de 2003. Antes, los voceros civiles y militares estadounidenses responsabilizaban de todo al ex líder iraquí. Pasó que Saddam fue capturado y los voceros estadounidenses comenzaron a mencionar el nombre de Al Zarqawi en casi todas las oraciones. “Si el tiempo se descompone, lo culpan a Al Zarqawi”, dijo una vez un periodista iraquí. Este año ya había surgido que el énfasis estadounidense en Al Zarqawi como principal líder de la resistencia iraquí era parte de un programa propagandístico cuidadosamente calculado.

Una dudosa carta de Al Zarqawi fue convenientemente descubierta. Un documento interno citado por The Washington Post daba cuenta de una declaración del brigadier general Kimmitt, el jefe de los voceros militares estadounidenses en aquel momento, en la que aseguraba: “El programa de operaciones psicológicas de Al Zarqawi es la campaña de información más exitosa hasta la fecha”. La campaña estadounidense está mayormente dirigida al público de ese país. Está lanzada a probar que la invasión a Irak fue una respuesta razonable a los ataques del 11-S. Esto significaba que era necesario demostrar que Al Qaida era fuerte en Irak y minimizar el hecho de que esto sólo había sucedido después de la invasión.

La toma de Faluja en abril del 2004 y la irrupción de los marines de la ciudad en noviembre de ese año vieron cómo Al Tawhid wal Jihad (Monoteísmo y Jihad), cuyo nombre más tarde fue cambiado a la Organización de Al Qaida en Irak, se convirtió en una fuerza poderosa. La campaña de ataques suicidas ya había comenzado en noviembre del 2003 y, desde el comienzo, fue dirigida contra los chiítas, al igual que tropas y funcionarios extranjeros. La guerra de Al Zarqawi fue diseñada para tener el mayor impacto político posible. Era un enemigo de la simpatía hacia los norteamericanos. Aunque los militares estadounidenses en Bagdad admitieron abiertamente que pocos insurgentes no eran iraquíes, el origen jordano de Al Zarqawi fue útil para sugerir que la resistencia era orquestada desde afuera de Irak.

Siempre hubo diferencias sectarias y étnicas entre los chiítas, sunnitas y kurdos después del derrocamiento de Saddam. Esto hubiera dado un electorado incondicional a Al Zarqawi, aunque también hizo mucho para profundizar el odio sectario al asesinar árabes chiítas. Esto desestabilizaba al gobierno iraquí y también significaba que su fanatismo antichiíta era cada vez más aceptado, al mismo tiempo que los chiítas tomaban represalias en el 2005 contra la comunidad sunnita. Su muerte quizá debilite el sectarismo chiíta-sunnita, pero probablemente llega muy tarde. Dilaya, la provincia en donde lo mataron, ya es testigo de una guerra civil salvaje, en la que las comunidades de Irak se persiguen una a la otra y la minoría debe huir, pelear o morir.


* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Laura Carpineta.

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