Vie 09.06.2006

EL MUNDO  › LOS EXPERTOS ADVIERTEN QUE EL FIN DE LA GUERRA ESTA MUY LEJOS

Bush apenas ganó una bocanada de aire

Por Eduardo Febbro
Desde París


El presidente norteamericano necesitaba buenas noticias y la muerte de Abu Mussab al Zarqawi constituye una. El líder de Al Qaida en Irak se había forjado el mito de ser invencible. Su desaparición tiene al menos el mérito de burlarse del mito, que como todo mito no es más que eso: una creencia humana llena de fe. Nadie razonable apuesta por afirmar que pueda existir una relación inmediata entre la muerte del terrorista jordano y un posible fin de la guerra en Irak.

Gilles Bertrand, un especialista francés en relaciones internacionales, señala precisamente que la muerte de Al Zarqawi tiene un carácter “simbólico”, tanto más cuanto que “detrás de él hay otros ejércitos que esperan”. Algunos expertos europeos creen que, a corto plazo, se producirá una merma en los atentados pero que éstos volverán a pesar sobre la política iraquí en cuanto quede resuelta la sucesión del jefe desaparecido. Patrice Claude, uno de los grandes especialistas franceses de Medio Oriente, predice, al contrario, que “en los próximos días se podría ver una multiplicación de los ataques de parte de los partidarios de Al Zarqawi, aunque más no sea para mostrar que, vivo o muerto, la violencia perdura”. Bin Laden desapareció de las cámaras de la televisión y el terrorismo nunca dejó de desfigurar el mundo. La muerte de Al Zarqawi plantea un enigma de la misma naturaleza. Antes de los atentados de Bali, Madrid y Londres, nadie pareció darse cuenta de que Al Qaida carecía de eje central, de que era capaz de pasar a la acción sin que ningún servicio secreto supiera quiénes eran los operadores locales o los enviados especiales. Al Zarqawi no tenía en Irak un ejército organizado, sino una multitud de galaxias que formaban el sistema del terror. Sistema periódico donde la desaparición del supuesto jefe no hace detener la mecánica infernal. Al Qaida ha demostrado hasta hoy que su fuerza radica precisamente en su capacidad de funcionar sin un jefe jerárquico. Entre otros tantos atentados perpetrados en el mundo, los de Londres –julio 2005– y Madrid –marzo 2004– recuerdan que la red fomentada por Bin Laden es eso que los expertos llaman “una nebulosa autónoma”. Más atrás en el tiempo, la caída del régimen afgano de los talibán –noviembre 2001– y la supuesta fuga “en moto” de su jefe, el Mulá Omar, no puso fin a las acciones de los fundamentalistas afganos. Tampoco se produjo un movimiento linear luego de que la coalición anglo-norteamericana decapitara la dirigencia de Al Qaida, que se había refugiado en Afganistán. Muy por el contrario, los atentados en masa siguieron golpeando las capitales en varios continentes. A su vez, la ola de violencia más cruenta que se abatió sobre Irak cayó después de la captura de Saddam Hussein (diciembre 2003).

Osama bin Laden designó al terrorista jordano como su brazo derecho en octubre de 2004, luego de que Al Zarqawi, que había sido mantenido fuera del círculo de Laden, se pusiera a sus órdenes. El antaño delincuente jordano, jefe de una ínfima organización llamada Tawhid wal Jihad (Unicidad y Guerra Santa), pasó a ser de un día para otro el “Príncipe negro de Irak”, según lo bautizó el mismo Bin Laden. Antes de ello, el movimiento de Al Zarqawi había montado una serie de atentados de gran alcance. Entre ellos cabe contar el perpetrado contra los locales de la ONU en Bagdad (agosto 2003), donde murió el representante de las Naciones Unidas para Irak, el brasileño Sergio Vieira de Melo. Hace un año, Estados Unidos anunció que Al Zarqawi había resultado gravemente herido en el curso de un bombardeo. Lejos de apaciguarse, sus partidarios incrementaron los atentados suicidas en Irak a niveles nunca alcanzados antes. Sus supuestas heridas suscitaron un sinnúmero de vocaciones entre los kamikazes que sembraron la muerte en varias ciudades iraquíes.

Una imagen lo convirtió en el enemigo número uno de los Estados Unidos. En abril de 2004, la decapitación del contratista norteamericano Nicholas Berg le puso una identidad precisa a un actor central de la guerra iraquí. La secuencia filmada muestra a un individuo vestido de negro, con el rostro cubierto por un pañuelo y un cuchillo en la mano con el que corta la cabeza de Berg. Ese hombre era Al Zarqawi. El asesinato casi en directo permitió a Al Zarqawi nuclear a todos los grupos que actuaban de manera dispersa en Irak. La sucesión de atentados terribles es conocida por todos: más que los ejércitos ocupantes, la población civil y los aliados confesionales de Washington, los chiítas, pagaron el tributo más elevado.

Es lícito reconocer que Al Zarqawi reorganizó las redes iraquíes y que su influencia era considerable en todos los ámbitos de la resistencia iraquí. Pero esa influencia no era organizativa sino emblemática. Al Zarqawi mostró un camino posible para intensificar la guerra y muchos lo siguieron. Otros sectores, en cambio, no compartían su estrategia. No obstante, amplificar la sensación de victoria sería apresurado.

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