Vie 16.06.2006

EL MUNDO  › EN ECUADOR CRECE LA MOVILIZACION SOCIAL, PERO NADIE CUESTIONA EL 1 A 1

Un país de nacionalistas dolarizados

La población cree que la convertibilidad es mala, pero el miedo al caos económico frena la devaluación. Mientras tanto, va madurando la idea de un frente electoral entre el indigenismo y la centroizquierda para las elecciones presidenciales que se realizarán en octubre.

Por Pablo Stefanoni
Desde Quito


“Ahorita acá el tema es el Mundial”, coinciden los quiteños, después de vencer a Polonia y poco antes de que el nuevo triunfo de la selección nacional ante Costa Rica elevara a la enésima potencia las expectativas mundialistas de los ecuatorianos. Al igual que en la Argentina de la convertibilidad, la dolarización implementada por el presidente Jamil Mahuad en enero del 2000 ha generado un efecto de “modernización” efectista, visible en el acceso de sectores medios y altos a bienes importados, y ya perceptible en la estética de la capital, incluyendo su renovado parque automotor y la apertura de decenas de restaurantes chic.

“Las encuestas dicen que un 60 por ciento de la población cree que la dolarización es uno de los peores males de nuestro país, pero se opone a abandonarla porque hay temor a un caos financiero”, dice el economista Alberto Acosta desde su oficina en el Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (Ildis), explicando la aparente paradoja con argumentos que resultan familiares para cualquier argentino que vivió la época del 1 a 1. Sólo que Ecuador dio un paso que la Argentina evitó: la desaparición de su moneda nacional, que en el país andino fue completamente reemplazada por la divisa norteamericana.

Los “forajidos”, el movimiento que derrocó a Lucio Gutiérrez el año pasado –transformando en nombre propio el insulto presidencial contra el movimiento–, no dieron lugar a voceros ni a organizaciones estables, pero sí a un nuevo sentido común que promueve una mayor independencia nacional y a una expectativa subterránea de algo nuevo. Radio La Luna queda como uno de los ecos de esas jornadas que movilizaron a decenas de miles de quiteños. El gobierno de Alfredo Palacio ha interpretado esas demandas sociales decidiendo, por ejemplo, la caducidad del contrato con la firma estadounidense Occidental Petroleum (Oxy), cuyas explotaciones, que pasaron a manos de la estatal Petroecuador, producen la quinta parte del petróleo ecuatoriano. Esa medida, reclamada por fuertes movilizaciones sociales y percibida como poco amigable por Washington, excluyó a Ecuador del Tratado de Libre Comercio (TLC).

De esa forma, el movimiento indígena alcanzó dos objetivos centrales de su agenda: modificar la política petrolera y enterrar el TLC, percibido como una “recolonización del país”. Para Acosta, no puede hablarse hoy de “crisis de la dolarización” en el sentido de que pueda anticiparse un próximo final. Pese a sus efectos negativos para una parte del aparato productivo, el esquema dolarizador cuenta con abundantes fuentes de financiamiento. Entre ellas, el economista menciona el aumento de los ingresos estatales provenientes del petróleo a partir de la nueva ley que establece un reparto 50/50 de los ingresos extraordinarios generados por el excepcional aumento del oro negro; las remesas de los emigrantes, calculadas en casi 2 mil millones de dólares anuales (por encima de las exportaciones conjuntas de bananas, café, camarones, cacao y pescado); el crecimiento económico de Estados Unidos, que absorbe más del 40 por ciento de las exportaciones ecuatorianas, y los nada despreciables narcodólares. También sostiene el 1 a 1 el masivo endeudamiento externo privado que se ha multiplicado por cuatro desde el inicio de la dolarización, superando actualmente los 8 mil millones de dólares. Este año se espera un crecimiento económico del 4 por ciento, un punto más que el año anterior.

En este contexto se alinean las fuerzas para las elecciones presidenciales del 15 de octubre. Después del “que se vayan todos” coreado sobre todo en la sierra (en la costa sobrevive una fuerte hegemonía de partidos tradicionales, como el socialcristiano del viejo caudillo León FebresCordero), hoy muchos temen “que se queden todos” y la derecha se haga con el triunfo en medio de la fragmentación de la izquierda y los indígenas. “Es cierto que aquí también soplan vientos de cambio, pero también soplan vientos conservadores y muchos verían con buenos ojos un Uribe ecuatoriano”, señaló Acosta, que apoya la postulación del ex ministro de Economía de Palacio Rafael Correa. Definido como un “Stiglitz ecuatoriano” por un analista político, Correa es el candidato de Alianza País, que cuenta con la simpatía del venezolano Hugo Chávez e intenta conseguir la masa de votos necesaria para pasar a la segunda vuelta; por el momento, las encuestas le dan alrededor del 15 por ciento de intención de voto. “El TLC es un proyecto que destruye al país, tenemos que parar esa intromisión de la embajada norteamericana”, señaló el ex ministro para que no queden dudas. “Si fuera elegido presidente, expulsaría al representante del FMI y el Banco Mundial”, agregó. Para ingresar a la segunda vuelta, Correa tendrá que desplazar a los candidatos del sistema político tradicional: el socialdemócrata y abogado de bancos, León Roldós, quien abandonó recientemente el Partido Socialista; la diputada socialcristiana y ex presentadora de televisión Cynthia Viteri y el multimillonario bananero Alvaro Noboa, quien fue derrotado en la segunda vuelta por Lucio Gutiérrez en el 2003 y, anteriormente, por Jamil Mahuad en 1998.

Resulta significativo el actual apoyo a Gutiérrez, derrocado por una asonada popular en el 2005. Si el ex coronel lograra vencer las actuales trabas legales y constitucionales y postularse, según las encuestas rondaría hoy el 10 por ciento, una cifra nada despreciable puesto que ningún candidato traspasa el 25 por ciento. “No hay que olvidar el lado racista en la rebelión antigutierrista. Aunque fue minoritario, un sector hablaba del Cholo Gutiérrez y para sectores populares beneficiados con sus políticas clientelares el ex coronel fue volteado por la oligarquía”, dice Marc Saint-Upéry, un analista político francés radicado en Quito.

En un contexto adverso, el Movimiento Pachakutik, brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), postula a Luis Macas, quien encabezó el histórico levantamiento indígena de 1990. Pero las encuestas no lo acompañan. Después de su frustrado apoyo a Lucio Gutiérrez, con quien cogobernó seis meses, hasta que el entonces presidente los echó del gobierno, el movimiento indígena no logró recuperar su capacidad para seducir a los no indígenas. En Ecuador, los “originarios” representan, en la versión optimista, apenas el 15 por ciento de la población. Por eso fue tan valorado el apoyo del presidente boliviano Evo Morales. “A riesgo de que me acusen de entrometerme en asuntos internos del Ecuador, doy mi apoyo al Movimiento Pachakutik”, dijo Morales el martes aquí, ante una multitud. Los indígenas le retribuyeron, postulándolo al Premio Nobel de la Paz.

“Sin un frente social que incluya a Correa y a Macas, no hay posibilidad de que una candidatura progresista llegue a la segunda vuelta”, dijo Acosta a modo de pronóstico, y reparte entre todos los actores la responsabilidad por la actual fragmentación política de los sectores progresistas. “El problema para Pachakutik es que la mayoría de los pobres están en la costa y no votan por indígenas de la sierra”, agregó Saint-Upéry.

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