EL MUNDO › ENTREVISTA A ALVARO GARCIA LINERA
El vicepresidente de Bolivia reconoce a Página/12 que su gobierno salió victorioso –recibió más votos que para las presidenciales–, pero debe tomar en cuenta que en estos comicios se pidió “una mayor descentralización político-administrativa”.
› Por Pablo Stefanoni
Desde La Paz
Desde joven, su vida fue marcada por las movilizaciones indígenas y su obsesión fue articular marxismo e indianismo. Eso lo llevó a liderar, junto a Felipe Quispe, una guerrilla aymara en los primeros años ’90, conocida como Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK), que le costó casi cinco años de cárcel. Al calor de las sucesivas crisis, García Linera se transformó en uno de los analistas políticos con más llegada a los medios y uno de los más entusiastas impulsores de la Asamblea Constituyente. La vida lo llevó por caminos no previstos y le tocó a él elaborar la ley de convocatoria a esa asamblea desde la presidencia del Congreso. En esta entrevista con Página/12, el vicepresidente boliviano –a cargo de la presidencia por el viaje a Caracas de Evo Morales– reflexiona, con las herramientas del sociólogo, sobre el proceso de cambio que vive el país andino y se define, con una sonrisa, como “jacobino-leninista”.
–¿Cuál es su balance de las elecciones del domingo?
–Tengo una lectura muy optimista. En primer lugar, nos arriesgamos a plebiscitar nuestra gestión de cinco meses. Asumimos estas elecciones como un plebiscito sobre las medidas de gobierno y el resultado es más que halagador. No hay cifras exactas, pero es claro que pasamos el 53,7 por ciento del 18 de diciembre y hemos consagrado una mayoría absoluta en la Asamblea Constituyente (por encima del 60 por ciento).
–Aunque el MAS no llegó a los dos tercios necesarios para aprobar la nueva Constitución.
–Se nos ha dicho que no llegamos a dos tercios pero, de acuerdo con la ley de convocatoria, deliberadamente era imposible que alguien obtuviera los dos tercios. Además hemos logrado ampliar nuestra presencia en Santa Cruz y Tarija y en el departamento de Pando (en la amazonia boliviana) estamos a dos o tres puntos del primero. Hay una impresionante presencia del MAS en todo el país, es la primera vez que la izquierda gana en Santa Cruz.
–¿Y el referéndum por la autonomía?
–Claramente, junto con todo esto que he descripto, hay un fuerte espíritu regional autonomista que como gobierno debemos reconocer y procesar como una de las fracturas sociales que deben ser suturadas en la Asamblea Constituyente. Debemos recoger este mensaje que pide una mayor descentralización político-administrativa. La gente ha dado un doble mensaje: quiere autonomías pero conducidas por el bloque del cambio y no por los grupos conservadores.
–¿Está en la agenda del oficialismo introducir en la nueva Constitución la reelección del presidente?
–Como partido y gobierno no, pero hay movimientos sociales que la impulsan y veremos cómo es procesada en la Asamblea Constituyente.
–¿Hasta dónde es posible cambiar al Estado y no ser cambiado por él?
–El Estado como relación social es más flexible y fácil de cambiar que el Estado como institucionalidad, como materia heredada que sigue reproduciendo mecanismos de marginación. Aquí está la gran tensión en este proceso de ocupación del Estado por los movimientos sociales. ¿Cómo transformar esta institucionalidad rígida en favor de los movimientos sociales y de la sociedad civil? Ese es el desafío de la próxima Asamblea Constituyente.
–Cuando se habla de un gobierno de los movimientos sociales, la imagen que viene a la mente es la de un gobierno asambleísta, y eso no ocurre en Bolivia, donde las decisiones se concentran en el presidente Evo Morales...
–Claro, parece una contradicción. Hablamos de gobierno de los movimientos sociales porque el programa construido y levantado por esas organizacionesen estos últimos seis años, y también en anteriores luchas anticoloniales y antineoliberales, se agolpa hoy en un conjunto de reformas que se está ejecutando. Segundo, la estructura organizativa del Movimiento al Socialismo (MAS) es una coalición de movimientos sociales que definen las políticas generales de este gobierno. Y tercero, las grandes decisiones que se tomaron –nacionalización de los hidrocarburos, Asamblea Constituyente y revolución agraria– han resultado de procesos deliberativos y de consulta con los movimientos sociales. No hay un asambleísmo permanente, sino una combinación de asambleísmo y concentración de decisiones. Otro nivel de esta presencia de los movimientos sociales se verifica en la forma de reclutamiento del personal del Estado, que obligatoriamente pasa por el filtro de los movimientos.
–Sin embargo, los movimientos sociales no están presentes homogéneamente en todo el país.
–Donde los movimientos sociales son más débiles –por ejemplo, en el oriente boliviano–, el Estado se presenta como forma de amortiguar el monopolio clientelar privado-empresarial de chantaje e intimidación que limita la acción colectiva popular; es decir, el Estado libera las condiciones del ejercicio de derechos y el potencial de movilización.
–Suena muy leninista.
–Por su puesto, en el fondo somos jacobinos leninistas (risas).
–La Asamblea Constituyente pasó de la idea de poder constituyente del pueblo (en una versión más cercana al filósofo italiano Antonio Negri) a la de constitucionalizar o blindar decisiones que se tomaron por decreto (más parecida a la posición de Hugo Chávez), ¿hay un cambio en la forma de pensar la Constituyente?
–Cuando no estábamos en el poder la veíamos como el escenario de construcción de un contrapoder frente a un Estado blindado a las demandas sociales. Pero cuando el movimiento popular logró romper el blindaje estatal, se coló por sus huecos, derrumbó sus murallas y ocupó el poder estatal, una buena parte de las demandas comienzan a ser ejecutadas por el nuevo gobierno. Por eso parecería que la Constituyente no tiene hoy el mismo impulso de antaño y algunos dicen “para qué la Asamblea Constituyente si ya estamos en el gobierno”. Sin embargo, sigue siendo un proyecto central. La Asamblea (que se reunirá en Sucre el 6 de agosto) será el gran escenario del ritual de integración y de acoplamiento de la sociedad en un momento de victoria cuando, por lo general, los momentos de unificación de la sociedad boliviana han sido después de grandes derrotas, como la guerra del Pacífico, la guerra del Chaco, etc. Si se logra el gran armisticio nacional, la Constituyente habrá cumplido con creces su misión. Pero también la convención será el lugar de materialización de las nuevas relaciones de fuerza en el país y, por lo tanto, de constitucionalización de las principales medidas tomadas por el gobierno.
–Evo Morales propone una gran alianza de clases entre campesinos, indígenas, obreros, clases medias, empresarios patriotas y militares nacionalistas frente al “imperialismo”; usted, en el acto de cierre de campaña en Cochabamba, dijo “industrialización o muerte” y que la exportación de materias primas es la base del colonialismo. ¿Hay un retorno al viejo nacionalismo ahora con rostro indígena?
–Toda revolución implica un tipo de alianzas, aun la guerra de clases es exitosa si se logra aislar, desmoralizar, debilitar al adversario y acoplar a potenciales aliados, ésa es la idea de una hegemonía. No creo que la alianza de clases sea patrimonio del viejo nacionalismo. La pregunta es quién construye esa hegemonía y hoy en Bolivia hay una modificación en el núcleo de articulación de la sociedad. Hay una reivindicación de patria, de Estado, de soberanía, pero los convocantes ya no son las clases medias letradas de la Revolución Nacional de 1952, sino un conglomerado de movimientos sociales de base indígena. Esto es lo que da como resultado un nuevo tipo de nacionalismo indígena; a mí me gusta más patriotismo indígena plurinacional, que piensa la nación a partir de la diversidad de naciones que conviven en su interior. Esta idea de patria tiene dos dimensiones: como fortaleza estatal y como fortaleza de los movimientos sociales, es una patria bicéfala, un neopatriotismo indígena.
–¿Y el correlato económico es el capitalismo andino que usted propuso o el viejo capitalismo nacional?
–El correlato económico de todo esto es el desmantelamiento progresivo de la dependencia económica colonial que nos condenaba a ser un país exportador de materias primas. Por eso la nacionalización de los hidrocarburos va atada a su industrialización en el país. Bolivia seguirá siendo un país capitalista, pero con mayor fuerza de negociación frente a los modos del capitalismo mundial. Internamente, se trata de potenciar las estructuras comunitarias, por eso hablamos de capitalismo andinoamazónico. Predomina el capitalismo, pero reconociendo y reforzando otros modos de producción a los que se trasvasará excedente, riqueza y recursos técnicos. La revolución agraria en marcha es muy clara: las tierras se distribuyen de manera colectiva. Lo mismo ocurre con la distribución de tractores a municipios para su uso gratuito por la comunidad de productores, o la legislación sobre el agua, que favorece su apropiación comunitaria local frente a las formas de concesión privada. Hay una especie de neocomunitarismo económico que se va a ir potenciando, paralelamente a la economía estatal y a una relación negociada con la inversión extranjera y local.
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