Mar 22.08.2006

EL MUNDO  › LA MILICIA CHIITA ES UN CODIGO MORAL, UNA DOCTRINA RELIGIOSA Y UN SISTEMA DE COMBATE

Un viaje al rostro velado de Hezbolá

El misterio rodea a la guerrilla libanesa, que ha librado un fuego continuo durante 33 días con Israel, hasta el cese de hostilidades que comienza su segunda semana. El enviado de Página/12 hizo visibles a esos hombres armados que parecen no estar en ninguna parte.

› Por Eduardo Febbro
Desde Tiro y Bent Jbeil

Malak escucha con una expresión de ensueño los cantos que un altoparlante difunde en un codo del puerto de Tiro. El muchacho dice: “Cantar es una cosa medio ‘haram’ (impura), pero la música de Hezbolá, las canciones que evocan la guerra y la religión, están llenas de pureza”. El local que vende CD con los cantos, los discursos y las banderas de Hezbolá está pegado al barrio cristiano de Tiro, un laberinto de callejuelas nostálgicas donde la gente toma café y fuma el narguile en las veredas y en donde las esquinas están ornamentadas con estatuas de vírgenes iluminadas por la noche. En este cruce de creencias y bajo la sombra de la guerra civil libanesa derivada de la invasión israelí de 1982 se forjó uno de los grupos religiosos, políticos y militares más aguerridos de Medio Oriente.

El Islam es su espina dorsal, el fin de la ocupación israelí, cualquiera sea su forma, su objeto central. El hermano de Malak, Haidar, un muchachón jocoso y bondadoso de 23 años, tiene su convicción bien construida. “Nosotros respetamos a Dios, Israel no. Usted lo ha visto: en los pueblitos del sur, cercanos a la frontera, Israel no dudó en bombardear las iglesias cuando creyó que los milicianos del Hezbolá se habían escondido ahí adentro”. Uno de sus primos, Hassan, sueña desde sus 12 años con tener un futuro con una pelota en el pie. Pero no se puede: “A mí me gustaría ser jugador de fútbol, pero si la guerra sigue prefiero combatir”.

Hezbolá es un código moral, una doctrina religiosa y un temible sistema estratégico de combate. La última incursión israelí ha dejado una prueba contundente que los dirigentes del Hezbolá ponen de relieve: en un país con un ejército de hojalata, sin entrenamiento y con armas que datan de la guerra de las dos Coreas, la dirigida por Hassan Nasralá es la única que cuenta con los medios de enfrentar a Israel, incluso a pesar de la superioridad tecnológica del Estado hebreo. Hezbolá es también una fuerza invisible, una suerte de magma que está en todas partes pero nunca deja huellas. Los simpatizantes del Hezbolá se muestran, sus milicianos son un ejército de las sombras. Hezbolá tiene dos caras: el Partido de Dios consta de instituciones y estructuras sociales apreciadas mucho más allá de los sectores chiítas: escuelas, dispensarios médicos, distribución de alimentos y artículos de primera necesidad, asistencia domiciliaria, medios de comunicación, unos 12 diputados electos en el Parlamento. 54 por ciento de los sunnitas y 46 por ciento de los cristianos apoyan a Hezbolá. Detrás de esas redes sociales existe una capa más impenetrable formada por una andamiaje político-religioso con un sólido brazo militar. Su líder, Hassan Nasralá, lleva puesto el turbante negro de los sayed, es decir, de los descendientes de Mahoma. El hombre posee un carisma inagotable y un arte de la estrategia militar reconocido por sus peores enemigos. Es, también, un bromista oportuno que cautiva a la multitud con sus discursos. Cuando a mediados de la ofensiva israelí el Estado hebreo hizo circular el rumor según el cual Nasralá estaba muerto, el líder apareció en la televisión levantando las manos como una prueba de que seguía en esta tierra. El hombre asumió la dirigencia de Hezbolá en 1992, luego del asesinato de Abas Mussaoui por parte de Israel. Ese atentado desencadenó el primer ataque de Hezbolá fuera del territorio libanés: el atentado contra la embajada israelí en Buenos Aires. Nasralá detesta las corrientes del Islam que llaman a la guerra santa o las nebulosas como Al Qaida. Para él, ambas desfiguran la esencia del Islam. Durante los bombardeos, Israel lanzó volantes para desprestigiar a este dirigente que nació en Beirut en los ’60 y estudió en la ciudad iraquí de Nayaf, lugar santo de loschiítas, hasta que fue expulsado por el régimen de Saddam Hussein. Los panfletos lo representaban como una serpiente a punto de comerse a los libaneses: “Apariencia dulce, venenoso en lo real”, decían los panfletos. Para Nasralá, que en 1997 perdió un hijo en los combates con el ejército israelí, Israel no es Israel, sino “la Palestina ocupada”. “Hezbolá es un hijo de la guerra, una consecuencia de la invasión israelí”, explica Fuad Hassan, un miembro de lo que él llama “la resistencia civil” del Hezbolá en la ciudad de Bent Jbeil. Los ríos profundos del Partido de Dios están en los suburbios chiítas de Beirut y estas colinas del sur del Líbano: pueblos de calles estrechas, huéspedes de colinas de terciopelo pero en cuyas entrañas palpita una fuerza que, según los simpatizantes de Hezbolá, Israel no supo ver. “Acá se preparó la guerra durante varios años, una guerra subterránea, cavada en las montañas, una guerra con dos escenarios: “La superficie, para engañar al enemigo, y la profundidad, para derrotarlo.” La frase de Hajj refleja una realidad inobjetable. El hombre rehúsa dar su nombre completo pero no la exhibición del orgullo por haber participado plenamente en lo que él llama “otro capítulo de la liberación”.

La batalla del sur fue minuciosamente preparada por el movimiento chiíta. Hajj resalta: “Sabíamos que iban a venir, pero no en qué momento ni por qué. Nos preparamos con antelación y les ganamos”. Lo que Hezbolá considera como una victoria territorial se ha extendido al orden mundial en la boca de sus dirigentes nacionales. Hussein Nabulsi, portavoz de la guerrilla, dijo hace unos días: “El reloj avanza y no vuelve sobre sus pasos. Es nuestro tiempo, es el fin de la era de Estados Unidos e Israel en la región”.

Las banderas y las pancartas amarillas de Hezbolá son un enjambre que decora todos los pueblos del sur. Pero sus hombres en armas no están en ninguna parte; sus cañones, invisibles, no apuntan hacia ningún lado. Sin embargo, las pruebas de la rudeza de los combates están a flor de piel en Bent Jbeil, Yarine y Aita Ach-Achaab. También están en Israel con las centenas de cohetes que Hezbolá disparaba cada día desde el sur del Líbano hacia el norte de Israel. Sonriente, en todo de burla, Hajj dice: “El que no ve no sabe contar...”. Los pueblitos bajo la influencia del movimiento islamista se suceden a un ritmo apenas entrecortado por los estrechos caminos entre las colinas y una que otra aldea cristiana del sur. Todo es limpio, disciplinado, discreto, fiel, invisible. Pero Hezbolá ha reemplazado al Estado libanés en casi todo el sur, principalmente en los pueblos fronterizos con Israel.

¿Dónde se entrenan sus combatientes? ¿Quién financia a Hezbolá? ¿Quién le provee las armas? ¿Cuántos son? ¿5000; 7000? Son secretos tan rígidos como la doctrina confesional que profesa. Un Islam obediente y en donde las mujeres llevan la cabeza cubierta. La prensa local estima que Hezbolá funciona con un presupuesto de 160 millones de dólares al año, en parte aportados por Irán, Siria y la diáspora libanesa. Para Estados Unidos e Israel Hezbolá es un grupo terrorista. En el Líbano, el movimiento es visto como “un movimiento nacionalista de resistencia y liberación nacional”, según afirma Hajj.

Rostro público modelado por la actividad social y rostro entre telones diseñado por la religión y la guerra. No existe un acto o una fecha fundadora del Hezbolá. “Nació de una gestación lenta”, explica el sociólogo libanés Wadah Charara. No basta tener el corazón dispuesto a entregar la vida para ingresar a la milicia. “Es un proceso de selección exigente, donde se pasan pruebas severas. Se le puede encargar a alguien que espíe durante semanas una calle o un edificio para ver si es capaz de guardar el secreto”, cuenta Charara. Los combatientes de Hezbolá tienen prohibido hablar con la prensa y jamás cuentan una batalla. En los caminos del sur se los puede reconocer a veces porque casi siempre se desplazan enmoto, llevan una suerte de mochila similar y andan con walkie-talkies. Son hombres de los túneles que sueñan con morir en mártires. Se los conoce a rostro descubierto luego de la muerte, cuando Hezbolá cuelga afiches con sus fotos y sus nombres en las aldeas del sur.

La milicia sabe que no será desarmada, que su futuro está asegurado en un Líbano en el que podría sumarse al ejército nacional como una suerte de “ejército popular”, de columna de apoyo. Ali Fayad, un miembro de la dirigencia de Hezbolá autorizado a hablar, da uno de los ingredientes de la fórmula secreta. “Para nosotros, resistir es ganar.”

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