EL MUNDO › TRAS LA GUERRA, ANALISTAS EN BEIRUT EXPLICAN EL AJEDREZ DE LAS POTENCIAS REGIONALES
Siria pudo restaurar su influencia perdida gracias a la resistencia de Hezbolá, pero el principal apoyo de la guerrilla proviene de Teherán y Damasco es un cañón que Irán manipula a su antojo, según la opinión de dirigentes políticos entrevistados en Beirut. Por qué Líbano puede recuperar su autoridad territorial.
› Por Eduardo Febbro
Desde Beirut
Una bruma de desolación y tristeza surge de la ruta cada vez que el auto cruza uno de los tantos puentes y rutas bombardeados por la aviación israelí entre el sur y la capital, Beirut. Ni el más brillante de los estrategas se animaría a explicar por qué tantos lugares sin importancia fueron destruidos: puentes modestos, caminos insignificantes. El Líbano duele en el alma. Un país multiconfesional, sin defensa, rodeado por dos Estados, Siria e Israel, que a lo largo de su historia han provocado las más inquietantes catástrofes. Detrás de estas dos potencias se mueven los hilos y los intereses de un fabuloso ajedrez mundial cuyos jugadores no son los protagonistas directos de la guerra sino otros: Estados Unidos e Irán. Washington empuja los peones de Israel e Irán los de Siria.
La guerra entre Israel y el Hezbolá le permitió a Siria iniciar la restauración de su perdida influencia en el Líbano y a Irán afianzar su predominio regional. Teherán es el principal apoyo del Hezbolá, el Hezbolá es el enemigo central de Israel, Estados Unidos es el pulmón exterior del Estado hebreo y Siria un cañón que Teherán mueve a su antojo, según el curso de la geopolítica mundial. Todos esos actores convergen en el Líbano para hacer de este amable país una nación herida. Elias Atalá, dirigente de la Izquierda Democrática, admite que no se puede negar la influencia de Irán. “Afirmar que esa injerencia no existe es falso. El Hezbolá es la vanguardia del proyecto iraní que apunta a que el frente líbano-israelí permanezca abierto. Ello puede servir los intereses de Teherán en su postura frente a Occidente en todo lo que atañe a su proyecto nuclear.” El diputado libanés recuerda oportunamente que el Hezbolá mantiene lazos estrechos con Irán y que, en esa relación, Siria es un intermediario inevitable: “El movimiento chiíta permanece fiel al papel militar e ideológico que Irán le asignó. Hezbolá se beneficia también con las capacidades logísticas y militares de Irán que Teherán suministra a través del régimen sirio”. Para Walid Jumblat, diputado druso y jefe del Partido Socialista Progresista, ese esquema es la peor cosa que pudo ocurrirle al Líbano. Jumblat piensa que Irán ha negociado su programa nuclear bajo los escombros de la guerra israelo-libanesa. “Puede admitirse que lo que ha ocurrido desde el 12 de julio le permitió al Hezbolá romper la invencibilidad de Israel, pero esto se inscribe en el juego de Siria e Irán. Teherán negocia sobre las tierras quemadas del Líbano la continuación de su programa nuclear.” Para Jumblat, que expresa un odio sin reservas a cualquier evocación de Siria, el Líbano es, de nuevo, un campo de experimentos para las fuerzas extranjeras.
El poder libanés está dividido entre los pro y los antisirios. En febrero de 2005, el atentado de que fue víctima el ex primer ministro libanés Rafia Hariri le costó a Damasco su presencia en territorio libanés. La comunidad internacional, en particular Francia y Estados Unidos, acusó a Siria de haber organizado el atentado de Hariri. La presión fue tan fuerte que, en abril de 2005, Siria tuvo que acelerar la evacuación completa de las tropas que mantenía en territorio libanés desde hacia más de treinta años. La ofensiva israelí le entreabrió a Damasco las puertas de un Líbano fragilizado, expuesto militarmente a cualquier empresa. La guerra también esboza otro futuro posible: por primera vez en los últimos cuarenta años, a pesar de sus escasos medios y de las directas influencias regionales, el Líbano puede soñar con recuperar la autoridad territorial perdida. The Daily Star, diario libanés escrito en inglés, comentaba al respecto que la incursión Israelí cambiaba el orden del juego: “Esto terminó con la situación que imperaba desde fines de los años ’60, cuando el Estado perdió el control del sur del Líbano”. Aunque no lo dicen públicamente, algunos hombres políticos libaneses vaticinan en privado una reconfiguración completa del mapa regional. Para ellos, al salir del Líbano sin una victoria, Israel les dio a Irán y Siria un peso mayor al que tenían. Otros interlocutores arguyen lo contrario y resaltan que es Beirut quien salió de las sombras: la resolución 1701 no sólo le permitió recuperar el sur fronterizo, sino también la voz para oponerse a los dictámenes sirios.
Queda, no obstante, el elemento central: la reafirmación del Hezbolá como fuerza militar inevitable y como lazo de unión nacional. El Hezbolá era un actor fuerte, pero la forma en que gestionó la ofensiva israelí lo propulsó a otro plano. Elias el Jury, analista del diario An Nahar, reconoce sin vueltas los beneficios que sacó el Hezbolá: “Ha logrado que haya un consenso en el país con respecto a Israel”. Y no es todo. El primer ministro libanés, Fuad Siniora, introdujo los objetivos del Hezbolá en el plan que elaboró para poner término al conflicto. Israel-Palestina-Líbano-Siria-Irán-Israel-Estados Unidos. Alrededor de este escenario lleno de primeros planos aparecen otras guerras de influencia que no son ajenas al engranaje actual. El prolongado silencio de los países árabes muestra las ambivalencias de las mismas naciones árabes cuando se trata de defender a uno de los suyos. Las famosas pero ya olvidadas caricaturas de Mahoma publicadas por la prensa internacional levantaron una ola de manifestaciones y reacciones diplomáticas árabes un millón de veces más poderosas que los mil muertos civiles libaneses. La mayoría de los países árabes son sunnitas. Los tres grandes mediadores de la región, Egipto, Jordania y Arabia Saudita, mantuvieron un prolongado silencio. En medio de los bombardeos, Arabia Saudita condenó el “aventurismo” del Hezbolá. El programa nuclear de un régimen chiíta como Irán es una obsesión para un régimen sunnita como el saudita. Israel parece al final como el actor que, en nombre de su seguridad, juega la pieza de otros autores.
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