EL MUNDO › OPINION
› Por Emir Sader *
Cualquiera sea la opinión que se tenga del gobierno de Lula –o cuán severas sean las críticas– el cuadro político está fuertemente polarizado entre la derecha y la izquierda. La izquierda puede errar muchas veces, la derecha yerra menos. Esta escogió un mal candidato, pero lo apuntó firmemente contra el que considera su enemigo fundamental, hoy representado por el gobierno de Lula. Es una constatación de hecho que constituye el eje central de los enfrentamientos del campo político en el proceso electoral actual.
No entremos a considerar las razones de esa oposición y los ataques brutales contra el gobierno. Sabemos que no es celo por la ética, porque la derecha toleró, participó y ganó con todas las trampas de la dictadura, del gobierno de Collor, del gobierno de FHC y de tantos gobiernos locales. Constatamos su virulencia y su objetivo de desalojar al gobierno de Lula, a pesar de la moderación de tantos aspectos de ese gobierno. Se trata de una ofensiva contra la izquierda, como queda en claro en los temas programáticos centrales de la derecha: menos Estado, reprivatizar Petrobras, Banco do Brasil, Eletrobras, Caja Económica Federal, BNDES, menos tributación, mayor corte del gasto público, mayor apertura de la economía, fin de las regulaciones estatales, privilegio de las relaciones externas con el Norte y fin de la política Sur/Sur, menos soberanía e integración, más libre comercio y ALCA, políticas de seguridad pública más represivas, tratamientos duros con los movimientos sociales.
En el caso que ganara el candidato opositor, ninguno, en el campo de la izquierda, de los movimientos sociales, del campo popular y del pensamiento crítico, será teñido por la saña derechista que se apoderó de la elite brasileña, nadie dejará de sufrir directa o indirectamente los efectos de esas políticas, inclusive en su aspecto de criminalizar los movimientos sociales con políticas directamente represivas.
No bastan los llamados a Carlos Lacerda, las comparaciones con Watergate o la editorial de Folha do Sao Paulo (“Degradación”) del domingo pasado, parecida a la del Correio da Manhà (“Basta”) en vísperas del golpe de 1964 Quieren crear un clima de agosto de 1984 –con comisiones parlamentarias de investigación fungiendo el papel de “República de Galeáo” de marzo de 1964– deslegitimando los gobiernos y preparando un impeachment, en caso de que la voluntad popular se vuelva una vez más en su contra.
Era una derecha unificada, como hace mucho que no se veía –prácticamente todo el empresariado grande, la totalidad de los grandes medios privados monopólicos, todos los partidos de la derecha y otros que alguna vez no fueron de derecha, consolidados en un bloque, unidos en una misma campaña contra la candidatura de Lula–. Como no pueden ganar en la primera vuelta, hoy su objetivo es llegar a la segunda vuelta, contando los votos de todos lo que no votan a Lula. Su objetivo es crear así un clima de virada, con todo el contexto de terror, apoyado en la unanimidad monopolista de los grandes medios privados, valiéndose de todos los métodos de manipulación de los que se han mostrado capaces, ya sea con su maquinaria de pesquisas, ya sea con una editorialización absoluta de los noticieros, o en el uso brutal del poder que sus medios pueden tener a favor de su candidato. La izquierda tiene que demostrar, ante esta feroz ofensiva de la derecha, que sabe poner en práctica una política de frente único, que no confunde enemigos estratégicos con aliados tácticos, que sabe distinguir las líneas de división de las contradicciones irreconciliables entre la derecha y la izquierda.
No abrir más flancos al enemigo –además de los graves errores cometidos por el PT– y aparecer firmemente unida en un frente antiderechista, que fortalezca la izquierda, que apunte a sus enemigos fundamentales: el neoliberalismo, a la hegemonía imperial estadounidense, al monopolio mediático. Contra el poder del dinero, de las armas y de la palabra, pilares del poder en el mundo actual y enemigos fundamentales de la izquierda.
* Nuevo secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). De Carta Maior. Especial para Página/12.
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