EL MUNDO › UNA PELICULA MUESTRA LA DEUDA DE FRANCIA CON SUS INMIGRANTES
Los franceses perciben como un problema a la inmigración. Chirac tuvo que poner al día las pensiones a ex combatientes extranjeros.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
A quienes se preguntan con legítima prudencia si la ficción puede corregir las injusticias de la realidad y no sólo denunciarlas, una película franco-marroquí estrenada esta semana aporta una breve pero consoladora respuesta positiva. La película Indígenas, dirigida por Rachid Bouchareb, narra la historia de Abdelkader, Saïd, Messaoud y Yassin, cuatro soldados oriundos de Africa del Norte que en 1943 se unieron a las tropas francesas para luchar contra los ejércitos de Hitler. Aunque las motivaciones de los cuatro eran distintas, todos se jugaron la vida por un mismo ideal: liberar a Francia del horror nazi. Escasamente evocada en los manuales escolares, la intervención de esos 130.000 hombres oriundos de Argelia, Marruecos y Túnez jugará un papel determinante en la victoria de los aliados. Esta ficción, además de narrar un episodio que las conciencias de la República evocan con la punta de la lengua, también denuncia la ingratitud con que esos soldados de las colonias del norte de Africa fueron retribuidos. La injusticia de que son objeto desde hace medio siglo no es sólo una cuestión que atañe a la historia oficial de los manuales, sino a la reparación económica.
En cifras concretas, el cuadro de la injusticia es el siguiente: mientras un ex combatiente francés de la Segunda Guerra Mundial recibe 690 euros cada mes por una pensión de invalidez, un senegalés cobra 250 euros, un camerunés 104 euros y un marroquí o un tunecino cobran 61 euros, es decir, más de diez veces menos únicamente por no ser franceses. Las pensiones y las jubilaciones de los ex combatientes “indígenas” fueron congeladas en 1959, por una ley que lleva un extraño nombre, la “ley de cristalización”. Pero lo único que se cristalizó fue la diferencia radical entre los 80.000 ex combatientes del ejército francés venidos del extranjero y los franceses. El director de la película Indígenas, un francés de origen argelino que pasó cinco años trabajando en la cinta y gastó 14 millones de euros para realizarla, consiguió su propósito. Su ambición consistía en “abrir un capítulo de la historia de Francia”, según sus palabras. Y lo abrió, doblemente. Rachid Bouchareb corrió los telones de la memoria y también abrió los bolsillos del Estado.
Conmovido por la película, el presidente francés, Jacques Chirac, decidió poner al día las pensiones de esos combatientes extranjeros originarios de 23 nacionalidades distintas. Los combatientes del Magreb, del Africa negra, de Madagascar o de Indochina recuperarán los derechos que la historia oficial les negó. París anunció que unos 84.000 ex combatientes cobrarían a partir de enero de 2007 las mismas pensiones que los franceses. “Francia realiza hoy un acto de justicia hacia todos aquellos que vinieron del ex imperio francés a combatir por nuestra bandera. Para Francia, esta medida justa es también una manera de reintegrar plenamente esa memoria en la historia colonial”, dijo Chirac cuando reveló la medida reparatoria.
El episodio de la película y la intervención presidencial a que dio lugar podría leerse de manera mucho más simple si la situación global de todo lo que está ligado a la inmigración y al pasado colonial de Francia no fuera tan aguda. Los disturbios que estallaron en los suburbios franceses el año pasado ya revelaron las discriminaciones y los despechos de que eran víctimas los franceses hijos de inmigrados. En Francia, sólo se percibe a la inmigración como un problema o una amenaza. Nadie lleva a cabo la simple labor pedagógica que consiste en explicar que la inmigración y su impacto en la sociedad no es sólo una cuestión racial, sino también económica, que esos emigrados y sus hijos son también contribuyentes, consumidores, estudiantes, médicos, obreros, músicos y profesionales que constituyen un eslabón del progreso social y no una amenaza al orden o a la moral.
El discurso de la extrema derecha ha penetrado a tal punto la piel de la sociedad que películas como ésta y las medidas que la acompañan no pueden sino refrescar un poco la memoria y la mirada actual de la sociedad. Esta es un poco la lectura que hace Rachid Bouchareb, el autor de Indígenas. Para el director, la revalorización de las pensiones “representa una abolición de las discriminaciones y esta abolición tendrá repercusiones en toda la sociedad francesa de hoy”. Queda, sin embargo, una realidad inobjetable, una injusticia que ninguna revalorización podrá reparar jamás. Como lo señaló un ex combatiente senegalés, Turamane Coly, “es una medida satisfactoria pero tardía. Dos terceras partes de los camaradas ya han muerto”. Además de la reparación histórica, Indígenas aporta una lectura nueva de la Segunda Guerra Mundial. Las películas precedentes hacían hincapié en las acciones de la Resistencia, en la colaboración con el nazismo, en el heroísmo o en los momentos épicos de la Liberación. En cambio, Indígenas entra en la historia a través de otra mirada, es decir, la mirada mestiza, el ojo de quienes contribuyeron a la victoria pero que no eran blancos. Fueron, en suma, los perdedores del triunfo. La historia oficial fue blanca y a ellos los olvidaron o los dejaron reducidos a la dimensión de anécdota.
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