EL MUNDO › A 60 AÑOS DE NUREMBERG, HABLA EL HISTORIADOR ABRAHAM ZYLBERMAN
Más de medio siglo después de la creación del tribunal internacional, el historiador señala que “mucho no se aprendió” de ellos y que hoy día se siguen cometiendo crímenes de lesa humanidad. Pero rescata el valor de la sentencia, a pesar de los manejos políticos.
› Por María Laura Carpineta
Marcó historia y nunca más volvió a repetirse. Esta semana se cumplen 60 años de que el primer tribunal internacional, compuesto por los cuatro ganadores de la Segunda Guerra Mundial, condenaba una de las mayores matanzas que haya conocido la humanidad. Bajo el régimen alemán nazi, y sus gobiernos aliados, murieron seis millones de judíos, seis millones de eslavos, cuatro millones de prisioneros de guerra soviéticos, tres millones y medios de polacos no judíos y casi tres millones de disidentes políticos, gitanos, discapacitados y homosexuales. El Juicio de Nuremberg reveló los secretos de este genocidio y condenó a sus principales responsables políticos. La mayoría fue sentenciada a la horca y el resto a penas de 25 a 10 años. El historiador de la Fundación Memoria del Holocausto, Abraham Zylberman, analizó los éxitos y los fracasos del proceso y los intereses que estuvieron por detrás.
–¿Cuál fue la importancia de Nuremberg?
–La importancia de los juicios tenemos que buscarla en el momento en que se hicieron porque, con el tiempo, fueron superados y mucho no se aprendió de ellos. Nos acordamos ahora porque es el aniversario.
–¿Superados cómo?
–Los jerarcas nazis fueron juzgados por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y acciones de crueldad. En los últimos 60 años, muchos estados superaron por lejos esas acusaciones y debieran estar, quizás, en otro banquillo de acusados. En ese sentido, me parece que mucho no se aprendió. Pero en su momento fue una importante reivindicación, más que de la Justicia, de la ética. Desde el punto de vista jurídico, nadie puede ser condenado por delitos cometidos previa existencia de una ley. Los condenados en Nuremberg fueron juzgados por quienes habían ganado la guerra y fueron acusados de delitos que empezaron a ser considerados delitos a partir de esa experiencia. Por eso, lo jurídico no es muy importante en este caso. Aquí lo ético trasciende a lo jurídico. De alguna manera, fue una lección de ética que sentó un precedente. Que no se haya tomado en cuenta es otra cuestión. Incluso no todos los criminales fueron juzgados, sino sólo las cabezas. Pareciera que ya en ese momento se le daba plena validez al concepto de obediencia debida.
–¿Por qué se hizo esa distinción de juzgar sólo a los jerarcas y de derivar al resto a los países adonde habían cometido los crímenes?
–En primer lugar, porque se estaba entrando en la Guerra Fría. Había muchos intereses en juego y, además, se tendría que haber juzgado a media Alemania. Políticamente esto no se podía hacer. Había que dar un ejemplo, juzgando a los peces gordos y comenzando ya la reconstrucción de Alemania.
–Usted habla de numerosos intereses en juego, ¿cuáles fueron?
–Uno puede preguntarse qué rol cumplió cada uno de los países que formaron parte del tribunal. La Unión Soviética fue la que pretendía lograr veredictos más extremos, como fue la horca. Una hipótesis es que fue una forma de hacer justicia por haber firmado un pacto con Alemania y haber sido traicionada en la invasión de 1941. Además, muchos soviéticos sufrieron en esta invasión.
–¿Y por qué Francia no actuó de la misma forma?
–A Francia hay que tomarla con pinzas. En los años setenta, cuando fue traído a París el responsable del asesinato del héroe de la resistencia de Lyon, Jean Moulin, muchísima gente se negó a que fuese juzgado porque tenían miedo de que en el juicio saliera a relucir toda la historia podrida del colaboracionismo francés. Además, después de la ocupación, Francia no tenía la capacidad de decidir. Pero el caso estadounidense fue diferente. Dentro de ese país había un movimiento bastante importante que simpatizaba con el nazismo, e inclusive se oponía a que Estados Unidos entrara en guerra con Alemania. Cuando Roosevelt fue candidato a la Presidencia, el otro candidato del Partido Republicano era el aviador Charles Lindbergh, un abierto simpatizante del nazismo. Incluso, hay fotografías de Lindbergh con Hitler. Esto sirvió para que luego de la guerra técnicos y científicos encontraran allí un refugio de primera, colaborando en el desarrollo de la tecnología atómica y espacial.
–Hay quienes dicen que las presiones llegaron a definir algunas de las sentencias, ¿fue así?
–Por ejemplo, Hjalmar Schacht, el que fuera ministro de Economía y presidente del Banco Central de Alemania, tuvo una condena muy leve porque él luego colaboró en la reconstrucción de la economía de Estados Unidos. Schacht murió recién en los setenta. Pero antes, durante los años del deshielo, él colaboraba como asesor económico de países occidentales. Fue funcionario del gobierno de Hitler, pero de ahí a decir que fue nazi es algo incierto. En cambio, los que fueron condenados a la horca eran realmente criminales. Por ejemplo, Julius Streicher, el director del diario de propaganda Der Stuermer (El Asalto). Como difusor de una ideología, era responsable. Estaba tan convencido que antes de morir gritó: “Heill Hitler”.
–¿Y un ministro de Economía no es responsable?
–Es que no era él quien hacía el diseño de la economía. El rearme fue diseñado por Goering. Las condenas fueron... no se puede encontrar una lógica a por qué a algunos se los condenó a 25 años, a otros a diez y a la mayoría a la horca.
–¿Fueron decisiones políticas?
–Yo creo que sí. Fue un juicio político. Por 1942, cuando se toma conocimiento cabal de los crímenes que se estaban cometiendo, la respuesta fue que cuando termine la guerra ellos juzgarían a todos los culpables.
–¿Las potencias occidentales sabían desde 1942 lo que sucedía en Alemania y en el resto de los países que estaban bajo su influencia?
–Absolutamente. Por ejemplo, hubo testimonios de miembros de la resistencia polaca no judíos que habían visitado el Ghetto de Varsovia antes de viajar a Estados Unidos para poder relatar los horrores que allí se vivían. Además, estos hombres llevaban la información al gobierno polaco en el exilio y al gobierno inglés. Lo sabían también porque en 1944 la Fuerza Aérea estadounidense fotografió el campo de Auschwitz. En ese momento, se le pidió a Inglaterra y luego a Estados Unidos que bombardeen las vías férreas para dificultar el transporte. No impedir el exterminio porque eso hubiese sido mucho más complicado, pero sí dificultar el transporte de los detenidos a los campos de concentración. La respuesta fue que los aviones no tenían la capacidad para ir y volver y que tenían que volar de día, con el consiguiente riesgo de ser abatidos. Pero más que nada, la prioridad era terminar la guerra, porque cuando se terminase se podría juzgar a los responsables. Uno de los mayores temores de Inglaterra era que si se salvaba a los judíos –durante la guerra hubo negociaciones para intercambiar camiones por judíos de Hungría, pero Londres se opuso– éstos terminarían yendo a Palestina. Allí, los ingleses querían asegurarse un buen vínculo con los árabes, que en ese momento eran la población mayoritaria. Inclusive, ya habiendo entrado los ejércitos aliados –no hablo de la Unión Soviética– a los campos de concentración en Alemania y viendo ese espectáculo, Inglaterra se siguió oponiendo a la entrada de judíos a Palestina. Hubo una política antijudía durante estos años. Terminada la guerra se abren los campos de desplazados para los sobrevivientes. Había campos que funcionaron en Alemania hasta 1957. ¡Más de diez años después de terminada la guerra!
–Esta política antijudía de la que usted habla, ¿cuándo nace?
–Mucho antes del estallido de la guerra. En ese momento había posibilidades de emigrar de Alemania y el mundo no quiso abrir las puertas a los inmigrantes judíos. Por ejemplo Australia, que en ese momento decía: nosotros no queremos que haya antisemitismo y, si traemos a los judíos, vamos a crear el antisemitismo en el país. O como decían en la Argentina y en otros países: nosotros necesitamos inmigrantes que sean agricultores y los judíos no lo son. Por eso, no los podemos dejar entrar.
–¿Por qué las evidencias del genocidio que se conocieron en Nuremberg no causaron una conmoción instantánea en el mundo?
–Yo te pregunto: ¿llamó la atención mundial el genocidio armenio? No. Entonces, ¿por qué tendría que hacerlo el genocidio judío?
–Pero más tarde se convirtió en un tema de gran importancia para todo el mundo...
–El Holocausto empieza a llamar la atención cuando se hace el juicio a Eichmann en 1960. No antes. Ese juicio reveló al mundo todo lo que sucedió con detalles.
–¿Y los juicios de Nuremberg no ayudaron a poner el tema sobre la mesa?
–Yo creo que no. El gran Juicio de Nuremberg termina el 1º de octubre de 1946 y la idea era que enseguida se empiece una nueva vida; había que olvidar. Igual, Nuremberg es digno de ser estudiado como pieza jurídica. Sus testimonios, además, son muy valiosos para entender lo que pasó. Hay un testimonio de un ayudante de Eichmann que declaró que sólo escuchó una vez a Eichmann decir que había que matar a los judíos. Esto es importante ya que, según la documentación que existe, a los judíos nunca se los mató. Sólo quedaron las fotos que tomaron los nazis. En parte, porque creían que nunca perderían la guerra y serían juzgados. Y en parte porque, como decía Hitler, nadie quería a los judíos. Hitler decía: todos se quejan de que nosotros maltratamos a los judíos pero por qué no aceptan a los judíos en sus países. Esto lo dice en 1939, seis años después de llegar al poder. El aprendizaje para mí fue nulo.
–¿El aprendizaje fue nulo porque los ganadores de la guerra siguen siendo los mismos que están hoy en el poder?
–En realidad, los perdedores de ayer son también los ganadores de hoy. La reconstrucción alemana fue producto de un acuerdo tácito entre ganadores y perdedores porque era necesario reconstruir Alemania. Era necesario porque enfrente había un enemigo que había que contener. El juicio fue un juicio con todas las letras. Pero, en realidad, fue un manejo político por las necesidades del aquel momento. La muerte de los responsables nazis fue un hecho de justicia y un hecho ético. Dejar libre a los peces no tan gordos y no hacer nada por buscar a los peces gordos que se refugiaron en otros países fue, en cambio, un acto de injusticia. Todos sabían dónde estaba Eichmann, dónde estaba Mengele. Por ejemplo, Walter Rauff estaba en Chile y fue asesor de Pinochet durante su presidencia. Klaus Barbie vivía en Bolivia y dirigía una empresa de navegación a la vista de todos.
–¿Qué frase o testimonio le gusta recordar de Nuremberg?
–Cuando el fiscal estadounidense Robert Jackson dijo: si no hubiésemos hecho el juicio de Nuremberg es como si no hubiese habido guerra, no hubiese habido muertos. Una forma de cerrar la guerra fue hacer justicia.
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