Mar 10.10.2006

EL MUNDO  › ESCENARIO

La apuesta de Kim Yong II

› Por Mercedes López San Miguel

La prueba norcoreana explotó como una provocación en el plano internacional, quizá uno más de los intentos del hermético régimen de Kim Yong Il de forzar una negociación que lo favorezca. La pelota pasó al Consejo de Seguridad de la ONU y a cómo jugarán Rusia y China –que tiene poder de veto–, que hasta hoy han objetado sanciones contra Pyongyang. Se sabe: Beijing es el aliado más poderoso de Norcorea, que le provee energía y alimento; por eso es tan reacio a las sanciones. Hace sólo dos meses, China les bajó el tono a los lanzamientos de misiles norcoreanos de mediano y largo alcance Taepodong I y II. Quizá una de las motivaciones de Pyongyang fue precisamente compensar su fracaso del 4 de julio en ese test (los misiles cayeron sobre el Pacífico). La nominación de ayer del surcoreano Ban Ki-Moon como nuevo secretario general de Naciones Unidas, un hombre cercano a Washington, también llegó como todo un símbolo.

De no lograr golpearle la muñeca a Corea del Norte desde la ONU, parece improbable que Estados Unidos –a pesar de la amenaza tácita de George W. Bush de ayer, amenaza que puede utilizar indistintamente sea Siria o Irán su interlocutor– se embarque en una ofensiva contra ese país, principalmente porque falta menos de un mes para las elecciones de medio término. De hecho, ayer el tema nuclear norcoreano fue usado en la campaña legislativa: los demócratas acusaron a Bush de fracasar en la política exterior –por hacer foco en Irak– y los republicanos cerraron filas en torno del gobierno. Corea del Norte pudo querer dar una señal más dura siendo consciente del calendario electoral norteamericano.

Desde una perspectiva regional a largo plazo, cabe preguntarse si la actitud norcoreana impulsará la remilitarización de sus vecinos Japón y Corea del Sur, esto es, que se ocupen de su propia defensa. Japón tiene desde 1947 una Constitución pacifista que le prohíbe hacer uso de la fuerza en caso de conflicto y, por lo tanto, llevar a cabo un ataque preventivo. Sin embargo, Tokio tiene un ejército sólido y además un flamante premier, Shinzo Abe, que sigue la línea de Koizumi –más favorable a Estados Unidos–. Por último, los surcoreanos pueden verse tentados a contrapesar el poderío de su vecino.

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