EL MUNDO › LAS MUJERES, MARGINADAS DE LA CAMPAÑA ELECTORAL
Aunque una mujer se impone en todas las encuestas para las próximas elecciones presidenciales, un nuevo libro pone la lupa sobre la falta de oportunidades para las políticas.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Los secretos de alcoba de los hombres políticos franceses están de moda, tanto como la cuestión nunca resuelta de la paridad entre hombres y mujeres frente a la acción política. Un libro que acaba de salir, Sexus Politicus, cuenta los entretelones de la vida sexual de los dirigentes franceses y rompe un tabú sobre la intimidad del poder, narrando sabrosos detalles sobre las aventuras extramatrimoniales de una clase política donde las mujeres son escasas en la vida pública.
Sexus Politicus se cruza con la actualidad para pintar un paisaje de profusas aventuras donde los presidentes –a imagen y semejanza del difunto mandatario socialista François Mitterrand o del actual, Jacques Chirac– reciben a sus amantes por la puerta de atrás del palacio presidencial o tienen una familia oficial y otra secreta, más una abundante galería de conquistas simultáneas. El libro irrumpe también en un contexto electoral marcado por la pronunciada misoginia de los dirigentes políticos del país, pero paradójicamente dominado por una mujer, la socialista Ségolène Royal, que lidera todas las intenciones de voto para las elecciones presidenciales del año próximo.
En Francia, las mujeres y la política forman una pareja antagónica. Las mujeres quieren ingresar al selecto círculo del poder, pero los hombres –que lo dominan– despliegan un sinnúmero de artimañas para impedirlo. En el país que teorizó buena parte de los conceptos de la liberación femenina y donde pululan los movimientos feministas, la clase política pone candados a las urnas femeninas. Las mujeres sufren una discriminación política poco común en un país occidental y con una tradición humanista e igualitarista tan arraigada. La historia y las cifras son elocuentes. La cuestión de la ciudadanía de las mujeres se planteó desde la Revolución Francesa (1789). Sin embargo, las Constituciones de 1793, 1848 y 1875 las apartaron del derecho a ejercer el sufragio universal. Hubo que esperar hasta mediados del siglo XX para que el general De Gaulle firme, en abril de 1944, una ordenanza que les otorgó a las mujeres el derecho a votar, ordenanza aplicada al año siguiente cuando las mujeres pudieron acudir por primera vez a las urnas municipales. Francia se ubica en sexagésimo cuarto lugar a escala mundial en cuanto a porcentajes absolutos de mujeres que ejercen hoy cargos electivos, con sólo 9 por ciento de mujeres electas; es el penúltimo lugar de la lista de países europeos, apenas por delante de Italia. En Francia, sólo el 4 por ciento son consejeras municipales, apenas tres ocupan la presidencia de las regiones, hay un 12 por ciento de mujeres en la Asamblea Nacional y 9 por ciento en el Senado.
En julio del año 2000, el gobierno socialista de Lionel Jospin adoptó una ley para que se aplique el principio de paridad hombres/mujeres. La ley impone que para todas las elecciones, y en las comunas de más de 3500 habitantes, las listas electorales cuenten con candidatos de los dos sexos en partes iguales. En el caso específico de las elecciones legislativas, la ley prevé una multa para los partidos que no hayan respetado el texto. Pero la ley no resolvió el dilema. La discriminación es doble. Para llegar a los cargos electivos y para mantenerse en ellos. Algunas mujeres se ven constantemente bajo la sospecha de los hombres y son objeto de rumores que ponen en tela de juicio su intimidad. Otras son descalificadas para la función sólo por ser mujeres. Claudine Ledoux, actual intendente de la localidad de Mezières y quien fuera candidata en una circunscripción rural, se vio interpelada de esta manera: “Pero usted no sabe cazar el jabalí”. A lo cual respondió: “Lo cazo y también lo cocino”. Un informe de reciente publicación, Profession, femme politique, elaborado por la investigadora Mariette Sineau, revela la profundidad del apartheid. “Los partidos políticos funcionan como máquinas de exclusión de las mujeres. En la base, las mujeres eran toleradas para repartir volantes y servir el café. Nada más.” Las mujeres también fueron apartadas porque exigían derechos-contracepción, aborto legal, salarios iguales. El diputado de derecha Georges Trom se preguntó una vez: “La política, que suele ser tan dura y violenta, a veces grosera, ¿no es acaso más masculina que femenina?”.
En el juego de los cálculos, los socialistas, hostiles a la paridad y maestros en el arte de complicar las candidaturas femeninas, han corregido la tendencia, mientras que los conservadores del partido UMP se aprestan a violar la ley. Para las legislativas del 2007, el PS dio la investidura a un 50 por ciento de mujeres en las listas electorales, mientras que la UMP limitó el porcentaje a 30. Es cierto que hay una candidata que navega en la cúspide de los sondeos –Ségolène Royal–, una mujer que es ministra de Defensa –Michelle Alliot-Marie–, otra que dirige el Partido Comunista –Marie George Buffet–, y que la ley que legalizó el aborto fue aprobada gracias a la irrenunciable postura de una mujer, la conservadora Simone Weil. Pero la cuestión del poder con polleras suscita reticencias que a menudo rozan con expresiones del machismo más cruel. La sociedad prefiere verlas en la sombra del poder o en los dormitorios de los gobernantes antes que en los bancos de la Asamblea. Los periodistas Christophe Dubois y Christophe Deloire, autores de Sexus Politicus, constatan esa exclusión. “A raíz del carácter afrodisíaco del poder, el lugar de las mujeres en la vida política se mantuvo en una porción estrecha. Las nominaciones decididas por el príncipe no facilitaron la promoción de las mujeres.” Y mientras Francia espera saber si será gobernada por una mujer, puede deleitarse leyendo el libro. Las andanzas del actual presidente, Jacques Chirac; de los ex jefes de Estado, Valerie Giscard d’Estaing y François Mitterrand; y del líder derechista Nicolas Sarkozy aparecen narradas bajo la íntima luz de las velas, con su dote de golpes bajos, de utilización de fondos públicos para pagar escapadas románticas o la utilización de los mismísimos servicios secretos a fin de conocer las intimidades de un rival político.
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