Dom 12.11.2006

EL MUNDO  › ESCENARIO

Plan B

› Por Santiago O’Donnell

Antes de las elecciones, Bush tenía un plan para la guerra de Irak y los demócratas ninguno. Después de las elecciones, Bush sacó a relucir su Plan B, y los demócratas siguen sin plan. Sólo piden “cambios” y “resultados” en Irak. Pero no van más allá.

¿Cuál es el nuevo plan de Bush? El nombramiento de Robert Gates como nuevo secretario de Defensa en reemplazo de Donald Rumsfeld marca el retorno a la Casa Blanca de los halcones “pragmáticos”, más identificados con Bush padre. También marca un retroceso para los halcones “ideológicos”, más cerca de Ronald Reagan. En términos prácticos el cambio de nombres significa abandonar la idea de “exportar democracia” a Medio Oriente para priorizar la “estabilización de Irak”. Más programas de entrenamiento, menos operaciones militares. Más asesores, menos combatientes. Presionar al gobierno chiíta para que comparta regalías petroleras con la minoría sunnita. Hacer crecer al ejército iraquí para cubrir un repliegue gradual y silencioso.

Es la línea que viene marcando la comisión asesora para la guerra de Irak formada por el Congreso, y que Bush aceptó a regañadientes cuando las cosas se le complicaron demasiado. La comisión está presidida por el “pragmático” Howard Baker III, el ex secretario de Estado de Bush padre. Baker y el otro líder de los “pragmáticos”, el ex asesor de Seguridad Nacional de Bush padre, Brent Scowcroft, son los padrinos políticos de Gates. El flamante secretario formó parte de la comisión parlamentaria y en esa condición viajó a Irak. Quienes lo conocen aseguran que volvió bastante perturbado.

Y eso que Gates no es ningún nene de pecho. El Los Angeles Times lo describe esta semana como un duro de los tiempos de la Guerra Fría, que quedó como un moderado cuando el eje ideológico se corrió a la derecha después del 11-9. ¿Qué significa eso? Veamos. En 1994, Gates escribió un artículo recomendando bombardear la planta nuclear norcoreana. Pero a las pocas semanas abogó por una resolución pacífica del conflicto nuclear con Irán. Apoyó la primera invasión de Irak, pero también la decisión de retirarse antes de capturar a Saddam Hussein. Seis años después recomendó “una intensa campaña misilística” para desarmar a las tropas de elite del dictador iraquí.

A diferencia de su antecesor, no desdeña las opiniones de los jefes militares, aunque alguna vez escribió que “en Washington las palomas más grandes llevan uniforme”. Rumsfeld estaba convencido de que las guerras las ganaban las fuerzas especiales. Concentraba el manejo de la Inteligencia en la Casa Blanca. Y despreciaba a la CIA. ¿Por qué? Porque la CIA depende del Departamento de Estado, que se encarga de la diplomacia y no el de Defensa, que se encarga de la guerra. Además, la CIA, bien o mal, está sujeta a algunos, mínimos, controles legislativos, judiciales y burocráticos. Todo eso hacía más difícil la tortura, las cárceles secretas, las escuchas extrajudiciales y los ataques “preventivos” tan necesarios a la hora de “exportar democracia”, para decirlo con el léxico de Bush.

Gates tiene otra opinión. Viene a reivindicar a los buenos muchachos de la CIA, que al menos hacían las cosas de manera más prolija. “No pocos veteranos de la CIA, y me incluyo en ese grupo, están disconformes con el dominio del Departamento de Defensa en materia de Inteligencia, y el declive del rol central de la CIA”, escribió Gates este año en un artículo de opinión.

Habrá que ver qué piensa Bush. Bob Woodward le preguntó una vez si solía recurrir a su padre (el “pragmático”) para pedirle consejo. Recibió una respuesta “ideológica”: “Yo le pido consejo al Padre que está más arriba”. ¿Y los demócratas? A mediados de los ’70 el ahogo financiero del Congreso opositor a las fuerzas armadas obligó al presidente republicano Gerald Ford a terminar la guerra de Vietnam. Pero los tiempos cambian y estos demócratas no son los de antes.

Todavía no se habían acallado los festejos del martes cuando Nancy Pelosi le facturó a Bush su derrota electoral con un ultimátum: el presidente, dijo, deberá al menos acusar recibo de un plan ingeniosamente titulado “6 para 06”, que la líder de los demócratas había presentado en plena campaña. Se trata de una agenda con seis temas que los demócratas quieren que Bush destrabe antes del cambio del Congreso en enero. Incluye un aumento del salario mínimo de siete con veinticinco a nueve dólares la hora; financiamiento para investigar células madre; ablandar el muro con una ley que permita legalizar gradualmente a los inmigrantes ilegales; abolir la rebaja de impuestos para los ricos que había otorgado Bush e implementar las recomendaciones de la comisión que investigó el atentado a las Torres Gemelas.

Son temas interesantes, casi todos de tinte progresista. Pero aunque parezca increíble, el documento no menciona la palabra “Irak”. En ningún lado.

Rápido de reflejos, al día siguiente de las elecciones Bush invitó a Pelosi a almorzar pasta salad a la Casa Blanca. Durante el almuerzo le dijo OK, avancemos con la reforma migratoria y el salario mínimo y veamos el resto después. Pelosi no lo podía creer. En los seis años anteriores ni siquiera le contestaba el teléfono. Para que no queden dudas de lo que Bush pensaba de ella, durante la campaña, en varios avisos de televisión, los asesores del presidente pintaron a Pelosi como una radical izquierdista de San Francisco, piantavotos para más datos.

Pero el jueves lucía una sonrisa de oreja a oreja mientras posaba con Bush y su vice Dick Cheney para los fotógrafos de la Casa Blanca. Bush aprovechó el almuerzo para anunciarle a Pelosi su propia agenda legislativa de acá a fin de año: tratado de intercambio tecnológico con la India, tratado de libre comercio con Vietnam y dos medidas para reforzar su “guerra contra el terrorismo”: la confirmación del halcón unilateralista John Bolton como embajador ante la ONU y una ley que permite escuchas extrajudiciales a los sospechosos de terrorismo.

Al salir del almuerzo le preguntaron a Pelosi si podía trabajar con el presidente, a quien había tratado de incompetente y de ignorante durante la campaña. “Por cierto”, contestó. “Los dos somos norteamericanos y queremos a nuestro país”, coincidió Bush. El enemigo, entonces, está en el extranjero.

Queda claro que ni los demócratas ni los republicanos quieren llegar a las presidenciales del 2008 con 140.000 soldados en Irak. Bush quiere ganar. Los demócratas, retirarse. Por conveniencia o necesidad, Bush ya sacó a relucir su Plan B. Los demócratas recibieron un mandato el martes pero siguen pedaleando en el aire.

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