Mar 14.11.2006

EL MUNDO  › OPINION

Un gobierno sin chiítas

› Por Robert Fisk *

Los chiítas, la comunidad más grande del Líbano, no están más representados en el gobierno libanés. Podría ser parte de la empecinada política del Líbano o podría ser el momento más peligroso en la historia de este trágico país. Durante el fin de semana, Hezbolá y el movimiento Amal se retiraron del cuerpo político libanés, dividiendo el suave, totalmente falso y brillantemente concebido (por los franceses, por supuesto) sistema confesional que une a esta torturada nación. Habrá manifestaciones de Hezbolá en las calles –lo que hace y no hace Hezbolá– para exigir un gobierno de “unidad nacional”, que significa que Sayed Hassan Nasralá, ganador de la llamada “victoria divina” contra Israel el pasado julio, insista en otra administración pro-siria en el Líbano.

Para un mundo que ha decidido apoyar la “democracia” del Líbano, esta es una noticia grave. La renuncia de seis ministros del gabinete, dos de Hezbolá, tres de Amal y otro muy próximo al presidente Emile Lahoud, no pueden derrocar a un gobierno (que necesita que renuncie un tercio, es decir ocho de los 24 ministros, para destruirlo), pero en una sociedad confesional significa que la comunidad religiosa más grande ya no está representada en la toma de decisiones del gobierno. Hezbolá es la carta de Siria aquí, el pulmón por el cual Irán respira, y están advirtiendo que las manifestaciones callejeras pueden dividir al país.

¿Lo que está en juego? El tribunal internacional que supuestamente debe juzgar a aquellos responsables por el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri el 14 de febrero del año pasado y la posibilidad de que la “unidad” nacional que Hezbolá demanda pueda crear un gabinete que pueda convertirse una vez más en la criatura de Siria dentro del Líbano. No es tan fácil, por supuesto –nada lo es en el Líbano–, pero es suficiente para asustar al gabinete democráticamente electo de Fouad Siniora, el amigo y confidente de Hariri y aún más, a los estadounidenses que apoyaron la “democracia” en el Líbano y luego no les importó nada durante los feroces bombardeos israelíes al país, el pasado julio.

¿Qué provocó esta extraordinaria crisis en un momento en que miles de tropas extranjeras todavía están llegando al Líbano para asegurar una paz que cada día parece más destructiva? Claramente, un elemento es el tribunal. El viernes, la ONU le presentó a Siniora los términos de la corte que debía juzgar a los sospechosos por el crimen de Hariri, hombres que probablemente resulten ser agentes de inteligencia –tanto libaneses como sirios– del régimen del presidente Bashar Assad, en Damasco. El presidente libanés, Emile Lahoud, el amigo más fiel de Assad, dijo que necesitaba más tiempo para estudiar las recomendaciones de la ONU antes de convocar a una reunión de gabinete el lunes (por ayer) para permitirle al Parlamento votar las propuestas de la ONU. Después de la reunión, el gabinete aprobó el texto de la ONU.

Siniora –un economista amigo de Hariri y ningún caudillo– dijo que no aceptará las renuncias. Está esperando que los muchachos de Nasralá regresen al gabinete, conscientes de que su continuada ausencia –por más legal que sea el gabinete– dividirá al país. Los cristianos probablemente representen menos de un 30 por ciento de la población del Líbano y los sunnitas, que los apoyan, componen una mayoría que los chiítas no pueden superar. El bloque de Hariri tiene mayoría en el Parlamento, pero el general rebelde cristiano Michel Aoun –cuyos partidarios se están cansando de su alianza electoral con Hezbolá– dice que el gabinete no es representativo. Quiere a tres de sus leales en el gobierno.

Los cristianos y los sunnitas musulmanes del Líbano están siendo ahora separados de sus correligionarios chiítas. Las protestas callejeras entre los cristianos y los sunnitas por un lado y los chiítas por el otro, apenas pueden ser persuadidas de que la mayor parte del ejército libanés –una fuerza reformada con alguna integridad– es chiíta. Malas noticias, de verdad.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12, desde Beirut. Traducción: Celita Doyhambéhère

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