Mié 15.11.2006

EL MUNDO

Fujimori se da la gran vida recluido en Chile

El ex presidente de Perú, prófugo de la Justicia de su país, lleva un año viviendo en un rico barrio de Santiago. Mientras esquiva su extradición, hace excursiones y juega al golf.

› Por Manuel Délano *
Desde Santiago

Recursos, al parecer, no le faltan al ex presidente Alberto Fujimori (1990-2000), que ya lleva un año viviendo en Chile, esquivando la extradición solicitada por el gobierno de Perú para juzgarlo por más de una docena de delitos que van desde la violación de derechos humanos hasta el desvío de fondos públicos en su provecho y otros actos de corrupción.

Desde que salió en libertad bajo fianza, poco después de llegar sorpresivamente a Chile desde Japón el 6 de noviembre de 2005, Fujimori vive en las estribaciones de la cordillera de Santiago, en una casa cuyo alquiler supera los dos mil dólares mensuales, tiene protección policial permanente, juega golf en un club privado, acude a restaurantes lujosos y ha viajado para pescar y comprar vinos a varias de las principales plazas turísticas de la zona central chilena cercana. Mientras no trabaja y sólo disfruta, un estudio jurídico prestigioso se encarga de su defensa y, hasta el momento, ha logrado parar todo intento de extradición. Lo único que no puede hacer Fujimori es salir de Chile.

Sus vecinos del barrio Apoquindo, uno de los más lujosos de la capital, están divididos entre quienes se alegran porque la presencia de Fujimori aumentó la vigilancia y los que están molestos porque atrae a las manifestaciones. En la última de ellas, diez personas fueron detenidas.

En una de sus salidas, al exclusivo balneario de Zapallar, a unos 120 kilómetros al noroeste de Santiago, aprovechó a visitar con su esposa el popular puerto cercano de Quintero. Ahí alquiló “El Maestro”, un pequeño bote pesquero, y no regresó con las manos vacías. Al volver preparó una de las delicias que ha hecho universal a la cocina peruana, un buen plato de cebiche (pescado crudo cocido en jugo con limón).

Cocinero delicado, a la hora de ir a comer, su preferencia ha sido nostálgica, el Mare Nostrum, un restaurante del barrio Providencia que ofrece pisco a la peruana, cebiches y mariscos. Un video lo muestra en el lugar, sonriente y relajado. Cada vez que va a un sitio, aprovecha a conocer los alrededores. Viajó a Santo Domingo, a 105 kilómetros al suroeste de la capital, otro balneario lujoso y recorrió la zona rural circundante. Fue en su coche con lunas tintadas y comió con un empresario local. Hubo un impresionante despliegue policial. Cuando viajó al exclusivo Puerto Velero, una urbanización privada, siguió rumbo a La Serena, una ciudad con bellas playas situada 450 kilómetros al norte de la capital. La prensa lo reconoció al ir de compras a un centro comercial con una de sus hijas, pero logró escabullirse de los flashes.

En sus escalas turísticas figuran también Los Vilos y el lago Vichuquén. Fujimori siguió la ruta del vino en el valle de Colchagua, a 150 kilómetros al sur de Santiago, en una cómoda excursión por varias viñas de exportación, con escalas de degustación desde las barricas mismas. Sólo en una ocasión tuvo un momento de tensión. En la sureña Rancagua, distante a una hora de Santiago, un grupo de estudiantes de secundaria lo reconoció. Corrieron tras él y le gritaron “¡Asesino!”, mientras Fujimori escapaba en coche. “Estoy constantemente viajando”, afirmó el ex presidente peruano a la agencia Reuters, lo que le ha permitido observar el desarrollo chileno que, “en algunos aspectos, es aplicable al Perú”. Negó estar “como se dice, en plan de cocina o plan de pesca. Yo salgo de aquí en plan de conocer experiencias como lo he hecho en Japón, simplemente viendo aspectos técnicos”. Casi no ha hecho declaraciones desde que el gobierno chileno le comunicó que no podía efectuarlas y afectar las relaciones con Perú. Sus cercanos dicen que sigue de cerca la política peruana y que ha aprovechado el tiempo libre para empezar sus memorias. Para relajarse, practica golf en el club Las Brisas de Chicureo. Su esposa, Satomi Kataoka, una empresaria japonesa de 39 años, le enseñó este deporte en Tokio. Ambos se casaron este año, en ausencia, como autoriza la ley japonesa.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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