La visita oficial del impresentable dictador de Guinea Ecuatorial puso en apuros a Zapatero, pero la petrolera YPF quiere normalizar relaciones para explotar los campos de petróleo del país africano.
› Por Oscar Guisoni
Desde Madrid
La visita oficial del sanguinario dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema, a España se transformó ayer un gran escándalo político cuando el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se vio obligado a suspender su anunciada visita al Congreso ante la rebelión de los grupos parlamentarios de Izquierda Unida, Ezquerra Republicana de Cataluña y el Partido Nacionalista Vasco.
Los preparativos habían comenzado oficialmente el 23 de octubre de este año cuando el ministro de Relaciones Exteriores, Miguel Angel Moratinos, viajó a Guinea acompañado, no por casualidad, por el presidente de Repsol YPF, Antonio Brufau, con el objetivo de invitar al dictador africano a Madrid y dejarle en claro que la prioridad para España es el cumplimiento de una apretada agenda económica contenida en el Plan Africa 2006-2008 adoptado por el gobierno español y que fija las relaciones con Guinea Ecuatorial como prioritarias a raíz de la enorme reserva petrolera que se encuentra en su territorio.
El gobierno español ha tratado de darle un perfil bajo a la visita del hombre que rige con mano de hierro la ex colonia española desde 1979, cuando derrocó con un golpe militar a su propio tío, el también dictador Francisco Macías. Obiang controló durante los últimos 27 años a sangre y fuego el poder en el pequeñísimo país africano, de apenas 28 mil kilómetros cuadrados y poco más de medio millón de habitantes. La revista Forbes le concedió recientemente el honor de ubicar a la familia del dictador guineano entre la de los diez políticos más ricos del mundo.
Pocos días antes de su visita, la prensa española denunciaba la vida de magnate que lleva su hijo, Teodorín, un firme aspirante a sucesor del padre, que en los últimos años no ha parado de comprar mansiones en Ciudad del Cabo, Los Angeles, París y también en Buenos Aires.
A petróleo huele también la visita diplomática a España que ayer terminó por propinarle un serio disgusto interno a Zapatero. Con el viaje de su presidente junto a Moratinos a Malabo, la capital guineana, Repsol YPF dejó muy claro qué es lo que espera de una futura normalización de las relaciones entre los dos países. Y es por este motivo que España no ha podido arrancar nunca, durante el último cuarto de siglo, grandes concesiones al hombre que rige un país que desde su independencia en 1968 no ha hecho otra cosa que pasar de dictador en dictador, siguiendo la estela de muchos de sus vecinos en el continente.
Teodoro Obiang, que por si fuera poco se graduó como militar en la Academia de Zaragoza, ha llevado las discusiones con el gobierno de Zapatero hacia el terreno que él sabe que controla, poniendo por delante de las objeciones a su política de derechos humanos, la zanahoria de los campos petrolíferos codiciados por Repsol.
A última hora de la tarde, fuentes no confirmadas por el gobierno español hicieron correr la versión de que el dictador africano se habría comprometido a liberar a los presos políticos, como parte del precio que le paga a la diplomacia española por esta normalización de relaciones entre los dos países.
Pero ello no bastó para ocultar el escándalo de su fallida visita al Parlamento, donde en teoría tenía que firmar el Libro de Honor y ser recibido en una entrevista por su presidente, el socialista Manuel Marín. La fuerte queja de los grupos minoritarios en la cámara y la anunciada presencia de un reducido grupo de guineanos opositores en la entrada del edificio hicieron que el gobierno prefiriera ahorrarse el papelón y alegando motivos de agenda clausurara la visita.
Teodoro Obiang no concedió entrevistas a ningún medio local ni compareció en la típica conferencia de prensa ante los medios luego de su encuentro con el primer ministro Zapatero y cuando fue interrogado sobre el incidente ocurrido en el Congreso sólo atinó a musitar que se trataba de problemas internos del país anfitrión sobre los que no iba a hacer ningún comentario.
Pero el traspié de Zapatero ante la opinión pública se complicó aún más durante la tarde, cuando el líder de la oposición, Mariano Rajoy, que también se entrevistó oficialmente con el dictador guineano, dijo que su gesto se había debido a una cortesía con el gobierno español que se lo había solicitado explícitamente.
Los socialistas se apresuraron a desmentir al jefe del Partido Popular, pero no pudieron evitar que se hiciera evidente la incomodidad de la administración Zapatero ante esta visita.
Al primer ministro español le encanta presumir de que su política internacional se rige por sólidos principios y le costará mucho explicar ahora en dónde quedaron esos principios. Acaba de recibir a un hombre que utilizará con toda seguridad esta visita para legitimar sus intereses políticos internos y reafirmarse como dictador ante las próximas seudoelecciones, convocadas para el año 2008, a las que la mayor parte de la oposición ya ha denunciado como amañadas y fraudulentas.
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