Dom 13.01.2002

EL MUNDO

El factor Chiche

Prefeminista, cultiva una imagen de señora de su casa de bizcochuelo y nietos jugando que no alcanza a ocultar su capacidad organizativa. Dice que odia la política, pero fue diputada y está armando una red social nacional. Su gran creación es un bunker familiar irrompible, un espacio de lealtad mutua y también de poderes compartidos.

› Por Sandra Russo

Chiche Duhalde es un personaje paradójico. Es una mujer seguramente mucho más compleja que esa señora de su casa, madre de cinco hijos, abuela de dos nietos, esposa de un marido a la sazón político –por esas cosas de la vida, Presidente– con la que puede confundírsela si se confía en la imagen de la que ella misma parece enamorada. Chiche Duhalde no es feminista, qué va, parece decir cuando se lo preguntan y responde con un dejo inocultable de fastidio. Ella está a favor de la igualdad de oportunidades, pero no quiere estar “por encima del hombre”, explica, sin explicar qué feminista se ha postulado alguna vez por encima de alguien. Chiche no es posfeminista sino prefeminista, a la usanza de las señoras de carácter que han desarrollado a la perfección el arte de la doma: con su discurso contemporizador, Chiche debe haber descubierto hace mucho tiempo que sus deseos son órdenes.
Pero ése es un rasgo característico de Chiche, y acaso sea una de las claves de su personalidad política: Chiche es una señora de clichés al alcance de la mano, una señora aparentemente inofensiva que da la impresión de haberse sacado el delantal unos instantes y haber dejado el bizcochuelo en el horno para irse un ratito al conurbano y armar allí la red de asistencia social más extensa y mejor aceitada que el país vio en mucho tiempo. Una señora que usa trajecitos color pastel y que siempre parece dirigirse a tomar un té con las amigas para hablar de sus cosas, pero en el camino ha hecho un alto y asumió como ministra de Desarrollo Social. Chiche Duhalde avanza con sus clichés sobre la mujer, la familia, la buena crianza de los hijos, sus deberes de esposa, en fin, esos bocadillos que ponen tenso al progresismo agnóstico y deben dejar pimpante a cuanto cura los escuche. Pero lo que ella es, lo que ella hace, el modo que uno imagina que usa para plantarse frente a su marido y sobre todo frente a los enemigos de su marido, el largo aliento de sus ambiciones y la anchura de sus proyectos no tienen precisamente aroma a vainilla. En acto, Chiche huele a dinamita.
Tres huevos y un manual
Medio litro de leche, tres huevos, un kilo de azúcar y un kilo de cereales por semana para ser distribuido entre embarazadas, nodrizas y entre niños de hasta cinco años. El menú formó desde 1997 el eje de ese movimiento que involucró casi a 40.000 mujeres, entre amas de casa y comadres, que fueron conocidas como manzaneras y que Chiche dirigió desde la presidencia honoraria del provincial Consejo de Familia, mientras su marido era gobernador. Tuvo a su disposición, es cierto, fondos millonarios que le facilitaron enormemente una tarea que fue atacada por izquierda y por derecha, acusada de “clientelista” y “asistencialista”.
Tratándose de un fenómeno de la más pura cepa peronista, caben pocas dudas de que al menos en parte las manzaneras fueron usadas políticamente, pero tratándose de un fenómeno de la más pura cepa peronista, tampoco cabe duda de que esa gente fue ayudada a encauzar su propio protagonismo, que fue ayudada a tejer redes sociales allí donde hasta la llegada de los manuales manzaneros y los cursos de capacitación manzaneros solamente había olvido.
Parte del éxito de Chiche en ese proyecto seguramente se debió a su lenguaje, a ese mismo lenguaje que no parece brotarle para entusiasmar a la clase ilustrada sino para hacerse entender en el barrio, en esos barrios periféricos en los que le dicen “la señora” y que ella no ha cesado de recorrer. En las crónicas periodísticas de hace cuatro o cinco años, en las que se descubría con ojos y oídos azorados ese submundo desarrapado en el que las manzaneras se apiñaban en actos al cabo de los cuales se regalaban choripanes, pero también se efectivizaba la entrega discriminada y ordenada de los benditos tres huevos semanales a quienes los necesitaban, se advertía que curiosamente esas mujeres no hablaban de “drogas” sino de “estupefacientes”, ni de “polenta” sino de “cereales”: repetían las consignas de sus manuales de capacitación, en los que cada cuatro palabras aparecía, también, la muletilla “solidaridad”. Discutir esa práctica sería como discutir al peronismo entero, cosa que excede estas líneas. Lo cierto es que los manuales existían, pero los huevos llegaban. Esta última oración, si se prefiere, puede leerse al revés: lo cierto es que los huevos llegaban, pero existían los manuales. Final de párrafo abierto.
Nos une el amor y lo demás
“Cuanto más conozco a los dirigentes, más quiero a las manzaneras”, dijo en 1998 Chiche Duhalde, ya diputada nacional y ya declaradamente antimenemista. Había perdido contra Graciela Fernández Meijide, había experimentado en carne propia el fracaso después de haber surgido públicamente al amparo de la humanidad de su marido, ese hombre con el que está casada desde hace treinta años y que conoció cuando él era bañero de la pileta del sindicato de los ceramistas.
Hilda Beatriz González era entonces una joven maestra que provenía de una familia peronista, con madre –Josefa– modista y padre –Valentín– obrero y delegado de Jabones Llauró. Pasó su infancia y su adolescencia en Avellaneda, en ese nido férreo que habían armado sus padres, protegida y segura, pero un día la seguridad se terminó. Sus padres se separaron y esa fisura parece no haberse cerrado fácilmente. En todo caso, Chiche reparó el primer golpe fuerte de su vida armando su propia familia junto a ese bañero del sindicato ceramista, formando con él un bloque tan compacto, de un hormigón tan fuerte, que es impensable pensar en uno sin el otro.
Eso pareció querer decir hace diez días Eduardo Duhalde cuando, para sorpresa de todo un país, antes de estampar su firma en el Libro de Actas de la Presidencia, le hizo un gesto a Chiche y ella fue a su lado, a firmar junto a él, en una escena que la historia argentina no había registrado nunca. El escribano de Gobierno comentó después que se había tratado de una “gentileza”, pero el gesto de Duhalde excede las gentilezas. El irrompible pacto matrimonial se ha vuelto un pacto político. Y es incluso probable que la salvaje interna peronista que ha mecido al matrimonio en estos últimos años haya reforzado ese pacto familiar, que lo haya vuelto un oasis de lealtad en el que cada uno se recuesta.
Chiche es ahora primera dama, pero ha opinado alguna vez que “el término ‘primera dama’ me parece una antigüedad absoluta, ya no hay primeras damas sino esposas de gobernantes, que tienen derecho a elegir qué camino toman, si el de estar alejadas de la política, si dedicarse a lo meramente protocolar, o si participar políticamente y ayudar”. “¿Usted entre quiénes estaría?”, le preguntaron. “Entre las que quieren ayudar”, contestó Chiche. Ahora hizo un intento de “ayudar” a secas, de “ayudar” sin cargo, pero su figura sentada a la diestra de la del Presidente en las reuniones de gabinete comenzó a urticar a algunos sectores, como los que se expresan a través de Ambito Financiero, sectores que prefieren primeras damas haciendo pruebas de vestuario para viajar a Holanda en lugar de señoras sin temor a empiojarse. El jueves, Chiche fue nombrada ministra de Desarrollo Social por seis meses.
Seis meses. Ese parece ser el lapso mínimo que Duhalde necesita para aquietar las aguas turbulentas de los pobres que ya están haciendo olas y el lapso máximo que Chiche parece poder soportar en el medio de tantas presiones y tantos focos puestos sobre ella. Porque Chiche lo repite cada vez que puede: la política la agobia. Este personaje paradójico que es Chiche debe seguir creyendo sinceramente que no ve la hora de volver a tomar clases de pintura con sus amigas, o de sacar a pasear a sus nietos. Pero si su marido se lo pide, como lo ha hecho, se tomará un tiempito para armar en todo el país redes sociales de contención, para unificar planes de ayuda, para poner a las ONG y a la Iglesia a controlar que las mercaderías lleguen allí donde no llegan sus ojos ni sus delegadas, y después sí, qué suerte, esta mujer que había dejado el bizcochuelo en el horno volverá a ser lo que ella cree que es, nada más que una señora de su casa.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux