El periodista turco-armenio Hrant Dink trató de echar luz sobre el genocidio armenio para empezar un diálogo de reconciliación entre los dos pueblos, pero su osadía le costó primero un proceso judicial y, ayer, la vida. Fue abatido en las calles de Estambul.
› Por Robert Fisk *
Hrant Dink se convirtió ayer en la víctima 1.500.001 del genocidio armenio. Periodista y académico, educado y generoso –editor del semanario turco-armenio Agos–, trató de establecer un diálogo entre las dos naciones para alcanzar una narrativa común sobre el primer holocausto del siglo XX. Y pagó el precio: dos balas disparadas a su cabeza y dos a su cuerpo por un asesino profesional en las calles de Estambul ayer a la tarde.
No sólo fue un golpe terrible para la sobreviviente comunidad armenia de Turquía sino un revés a la esperanza de Turquía de unirse a la Unión Europea, una propuesta visionaria ya en peligro por la ruptura de las relaciones del país con Chipre y su negativa a reconocer el genocidio por lo que fue: el asesinato masivo deliberado de una raza entera de gente cristiana –1.500.000 en total– cometido por el gobierno turco otomano del país en 1915. Winston Churchill fue uno de los primeros en llamarlo un holocausto pero, hasta el día de hoy, las autoridades turcas niegan esa definición, ignorando documentos que los propios historiadores de Turquía han desenterrado para probar la intención genocida del gobierno.
El periodista de 53 años, y padre de dos hijos, fue asesinado en la puerta de su periódico. Hace un poco más de un año, fue convicto bajo la notoria ley 301 de Turquía de “sentimiento antiturco”, un cargo que él negó enfáticamente aun después que recibiera una sentencia de seis meses en suspenso por una Corte de Estambul. La Unión Europea ha exigido que Turquía revoque la ley por la cual el país también trató en encarcelar al novelista ganador del Premio Nobel, Orhan Pamuk. En el momento de su juicio, Dink apareció en la televisión turca con lágrimas en los ojos. “Estoy viviendo con turcos en este país”, dijo entonces. “Y soy totalmente solidario con ellos. No creo que pudiera vivir con la culpa de haberlos insultado en su país.”
Era una ironía asombrosa que Dink fuera acusado por sus compañeros armenios de permitir su animosidad hacia los turcos por el genocidio como “efecto venenoso en su sangre”, y que la Corte sacara el artículo de contexto y declarara que se estaba refiriendo a la sangre turca como venenosa. Dink les dijo a los reporteros de una agencia de noticias en 2005 que su caso había surgido de una pregunta sobre lo que sentía cuando, en la escuela primaria, había tenido que hacer el tradicional juramento turco: “Soy un turco, soy honesto, soy trabajador”. En su defensa, Dink afirmó: “Yo dije que era un ciudadano turco, pero un armenio; y aunque era honesto y trabajador, no era un turco, era armenio”. No le gustaba una estrofa del himno nacional turco que se refiere a “mi raza heroica”. No le gustaba cantar esa estrofa, dijo, “porque estoy contra el uso de la palabra ‘raza’ que lleva a la discriminación”.
Pamuk se había enfrentado antes a una Corte por hablar sobre el genocidio de 1915 en una revista suiza. Los principales editores turcos dicen que hay ahora una atmósfera incendiaria en Turquía hacia todos los escritores que quieran decir la verdad sobre el genocidio, cuando vastas áreas de la Armenia turca fueron desposeídas de sus poblaciones cristianas. Decenas de miles de hombres fueron masacrados por la gendarmería turca –y por los kurdos– mientras muchas mujeres y niños armenios eran violados y masacrados en los desiertos sirios del norte. Los pocos sobrevivientes que todavía viven han descripto cómo se quemaban niños armenios vivos en las hogueras.
En realidad, un libro publicado en Turquía y en Estados Unidos por el erudito Tamer Akcam da detalles documentados de las órdenes que fueron dadas por el gobierno otomano en lo que era entonces Constantinopla para la matanza deliberada e industrializada de los armenios. Miles fueron sofocados en cuevas subterráneas en lo que fueron las primeras cámaras de gas. Hitler les preguntó a sus generales en 1939: “¿Quién recuerda a los armenios?”. Y comenzó el holocausto de los judíos de Polonia.
Si la policía turca descubre que el asesino de Dink es un nacionalista turco –o aun, si bien podría parecer inconcebible, un nacionalista armenio furioso por sus comentarios anteriores–, será una prueba importante para la voluntad del país de confrontar a su pasado.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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