EL MUNDO › DOS MUERTOS Y MAS DE CIEN HERIDOS EN LA HUELGA CONVOCADA POR HEZBOLA
El paro decretado por la organización chiíta islamista en contra del gobierno prooccidental de Fuad Siniora degeneró en choques aislados en distintas ciudades del país. Los manifestantes cortaron carreteras y sitiaron a varios ministros en la capital.
› Por Juan Miguel Muñoz *
Desde Jerusalén
El caos se adueñó ayer de Líbano una vez más. La huelga general convocada por los islamistas chiítas de Hezbolá para derribar al gobierno prooccidental de Fuad Siniora, ampliamente secundada, degeneró en choques armados en varias ciudades del país en los que al menos dos personas murieron y más de un centenar resultaron heridas, antes de que sus organizadores la dieran por terminada. La protesta supone una vuelta de tuerca más en la constante presión que el movimiento islamista y sus aliados ejercen sobre un Ejecutivo que apenas tiene capacidad de maniobra. Y también un episodio más de la eterna pugna soterrada que Estados Unidos y Francia, por un lado, y Siria e Irán, por otro, sostienen en suelo libanés.
La campaña contra el gabinete de Siniora se desató pasado el 1º de diciembre con una manifestación de cientos de miles de personas que acorralaron a buena parte de los ministros en la sede del gobierno, en el centro de Beirut.
Miles de simpatizantes del partido-guerrilla chiíta y del Movimiento Patriótico Libre (MPL), comandado por el general maronita Michel Aoun, acampan desde entonces en la Plaza de los Mártires como método de presión sobre el Ejecutivo de Fuad Siniora, apoyado por el Movimiento del Futuro, liderado por Saad Hariri, y por el Partido Socialista Progresista del veterano cacique druso Walid Yumblat.
Hezbolá pretende la formación de un gobierno de unidad nacional en el que un tercio de los ministros correspondan a los partidos chiítas –Hezbolá y Amal–, para gozar así de capacidad de veto sobre cualquier decisión trascendental sobre el futuro de Líbano. El arribista Aoun sólo desea controlar la presidencia del país. El gobierno se niega a ceder a esa exigencia.
Las carreteras situadas alrededor de Beirut fueron cortadas desde primera hora de la mañana, especialmente la que conduce desde la capital al aeropuerto internacional Rafik Hariri, plagada de neumáticos quemados que provocaban densas columnas de humo negro. Numerosos vuelos de compañías aéreas tuvieron que ser suspendidos mientras partidarios de uno y otro bando se enfrentaban a puñetazos, pedradas y, a veces, a balazos, en las calles de varias ciudades. Dos personas murieron, una en Trípoli, en el norte de Líbano, y otra en Batrun, al norte de la capital. Miles de soldados se desplegaron a lo largo de todo el país para actuar con evidente mesura. Sólo dispararon al aire para poner coto a los enfrentamientos y para desbloquear las carreteras.
La huelga fue convocada en un momento clave, dos días antes de que arranque en la capital francesa una conferencia internacional en la que se pretende reducir la deuda externa de Líbano y recaudar fondos para su reconstrucción, buena parte de cuyas infraestructuras civiles fue arrasada por las Fuerzas Armadas israelíes durante la guerra contra Hezbolá el verano pasado. Por si fuera poco, un informe de Naciones Unidas reveló ayer que el ejército israelí cargó fósforo blanco en las decenas de miles de bombas de racimo que lanzó sobre el sur de Líbano, lo que ha provocado severos daños medio-ambientales y en la agricultura. En el cónclave quedarán claros los apoyos con que cuenta Siniora. Arabia Saudita, Kuwait, Estados Unidos y Francia aportarán la gran mayoría de los fondos. No es un secreto que los gobiernos iraní y sirio ponen toda la carne en el asador –armas y dinero– para ayudar a Hezbolá. El primer ministro libanés permaneció en Beirut y anoche se ignoraba si acudiría al foro de París. “Nos mantendremos unidos contra esta intimidación”, aseguró Siniora a través de un canal de televisión. “La huelga es un intento de golpe de Estado”, clamó Samir Geagea, antiguo señor de la guerra y líder de las cristianas Fuerzas Libanesas, un partido que respalda al jefe del Ejecutivo. “No es una huelga –añadió–, esto es terrorismo destinado a paralizar el país.” Los fieles a Geagea y los leales a Aoun también se zurraron en los feudos cristianos, tal como sucediera en la sangrienta guerra civil que devastó Líbano entre 1975 y 1990. La gran mayoría de los libaneses descarta que pueda reproducirse una contienda fratricida como la de antaño, pero la inestabilidad es notoria. La coalición gobernante cuenta con una exigua mayoría en el Parlamento y en el gobierno, y después del magnicidio de Rafik Hariri, en febrero de 2005, y de otros cuatro asesinatos de políticos y periodistas –el último el del ministro y diputado Pierre Gemayel, el 21 de noviembre–, una dimisión u otro crimen puede dar al traste con esa mayoría. No hay visos de que la contienda vaya a amainar. Al contrario, dirigentes de Hezbolá, de Amal y del MPL declararon que tras la huelga de ayer se impulsarán otras medidas para derrocar un gobierno al que tildan de marioneta de Washington y París. Y lo que es peor, el jeque Hasan Nasralá, líder carismático de la envalentonada organización chiíta, repite hasta la saciedad que el gobierno libanés colaboró con el israelí durante la guerra para infligir el mayor daño posible a Hezbolá. No cabe insulto mayor.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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