En su discurso anual ante el Congreso pidió que le den una oportunidad a su plan para Irak y ofreció un menú de reformas en salud, medio ambiente y migración para buscar apoyo de la oposición.
El presidente norteamericano, George Bush, presentó ayer en su discurso anual del Estado de la Unión un ambicioso programa de reformas domésticas. Habló de reforma de la salud, de conservación de la energía, reforma migratoria, de modo de desviar la atención de la opinión pública de la guerra en Irak y de su polémica estrategia de enviar 21.500 militares adicionales al país árabe. El mandatario, que tiene una popularidad de las más bajas de la historia y por primera vez está obligado a enfrentarse a un Congreso dominado por los demócratas, esta vez se preocupó por el calentamiento global y por relanzar la reforma migratoria, hasta ayer trabada por su Partido Republicano.
Bush enumeró iniciativas para contentar a la oposición. Propuso reducir el consumo nacional de gasolina en hasta un 20 por ciento en los próximos diez años, para rebajar la dependencia del petróleo importado. Esa reducción se conseguiría mediante el aumento de la oferta de combustibles alternativos, lo que rebajaría el consumo de gasolina en un 15 por ciento, y de la mejora de la eficiencia de los motores de los automóviles, con lo que disminuiría el 5 por ciento restante. Para afrontar el cambio climático –siendo que EE.UU. no adhiere al Tratado de Kioto–, el presidente explicó que sus propuestas de recortar el consumo de gasolina y promover los combustibles alternativos contribuirán a la reducción de emisiones de dióxido de carbono en un 10 por ciento anual.
Con vistas a garantizar la seguridad energética del país, Bush apostará por vías de producción de petróleo respetuosas con el medio ambiente, planteando la necesidad de duplicar la capacidad de la reserva estratégica de petróleo, que actualmente contiene unos 691.600 barriles de crudo, hasta situarla en 1500 millones de barriles para el año 2027.
Asimismo, planteó resolver el drama de los 47 millones de norteamericanos sin seguro médico. El proyecto incluye desviar parte de los fondos actualmente destinados a hospitales y otras instituciones públicas de salud para dedicarlos individualmente a aquellas personas que carecen de recursos para tener su propio seguro médico.
Otra de las reformas en materia sanitaria que mencionó es la de reducir parte de las ventajas fiscales que tienen los empresarios por los seguros que dan a sus empleados con el fin de beneficiar a quienes contraten seguros médicos por su cuenta. Tradicionalmente, en Estados Unidos se ha dado tratamiento preferente a las empresas para que aseguren a sus trabajadores, pero no se han estimulado con beneficios fiscales los seguros individuales. Bush propone ahora que todos, empresarios y empleados, tengan la misma reducción: 15.000 dólares para las familias y 7500 para los solteros.
Empresarios y sindicatos ya han expresado su oposición a este plan, que tendrá un largo y difícil camino que recorrer hasta llegar a convertirse algún día en ley. Tan difícil como el futuro que le espera a las propuestas previstas para reducir la dependencia de Estados Unidos del petróleo e invertir en energías alternativas o a las nuevas iniciativas –sin el controvertido muro de seguridad– para hacer frente al afluente inmigratorio que está creando situaciones de enfrentamiento en los estados fronterizos.
Así, Bush reiteró la necesidad de una reforma migratoria integral que fortalezca la seguridad en las fronteras, mejore el cumplimiento de las leyes migratorias en los sitios de trabajo y al interior del país, cree un plan de trabajadores huéspedes, resuelva “sin animosidad o amnistía” el estatus de los inmigrantes indocumentados en el país y promueva su integración en la sociedad.
Irak fue el tema insoslayable de la alocución. El mandatario pidió la unidad del Congreso respecto a Irak. “Estados Unidos no debe fracasar en Irak”, afirmó. “Las consecuencias de un fracaso serían funestas”, alertó Bush, dos semanas después de haber anunciado su impopular decisión de enviar 21.500 soldados suplementarios a ese país del golfo, a pesar de la oposición de la opinión pública, de los demócratas y hasta parte de su propio Partido Republicano. “Vamos a demostrar a nuestros enemigos en el extranjero que estamos unidos en torno al objetivo de la victoria”, añadió el mandatario. Bush trató de tenderles la mano a los demócratas con la creación de “un consejo consultivo” sobre la guerra contra el terrorismo, que incluirá a líderes del Congreso de ambos partidos.
Asimismo, pidió al Congreso autorización para incrementar el tamaño del ejército y el cuerpo de infantería de marina, en un plazo de cinco años, en 92.000 soldados el número de efectivos en activo de ambos cuerpos. Además, convertir en permanente el aumento temporal de tropas ya aprobado por el Congreso de 30.000 soldados en el ejército y 5000 marines.
El discurso del presidente llegó después de un fin de semana en el que 27 soldados norteamericanos han muerto en Irak –la segunda cifra más alta de toda la guerra– y sólo un día después de la carnicería ocurrida en un mercado de Bagdad, con más de un centenar de muertos.
La opinión pública manifiesta claramente su frustración por esa situación. Tres encuestas publicadas por los tres principales diarios norteamericanos coinciden en índices de aceptación de la gestión del presidente tan bajos que obligan a remontarse a los de Richard Nixon en vísperas de su dimisión o a los de Jimmy Carter después del caso de los rehenes en Irán. El sondeo de The New York Times con la cadena CBS le da a Bush un 28 por ciento de aprobación, el de The Washington Post con la ABC, un 33 por ciento, y en el de The Wall Street Journal con la NBC sólo un 22 por ciento quiere que Bush esté al frente de la toma de decisiones sobre el futuro del país.
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