Mié 28.02.2007

EL MUNDO  › DIECIOCHO MUERTES EN UN ATENTADO A LA BASE AFGANA QUE VISITABA CHENEY

Bomba talibana dedicada al vice de Bush

Un coche bomba sacudió la base norteamericana de Bagram, Afganistán, que Cheney visitaba supuestamente en secreto. El atentado es un recordatorio de que la guerra de Afganistán está muy lejos de llegar a su fin. Una organización aliada a Al Qaida reivindicó el ataque. Cheney partió hacia Kabul para reunirse con el presidente Karzai.

› Por Antonio Caño *
Desde Washington

El vicepresidente norteamericano, Dick Cheney, comprobó ayer de cerca y en primera persona lo que había ido a averiguar a Afganistán: el desafío creciente de las fuerzas talibanas. Esa organización ultrarreligiosa y aliada de Al Qaida reivindicó el atentado suicida cometido contra la base norteamericana de Bagram, cuando se encontraba en su interior el propio Cheney, quien habría sido el blanco del ataque. Cheney comentó posteriormente que oyó la explosión, en la que murieron unas 18 personas. Su vida no corrió peligro en ningún momento.

El suicida se inmoló en uno de los principales puestos de control de la base, mientras los camiones de entrega hacían fila para pasar, y se teme que la mayoría de los muertos sean soldados afganos. Además, murieron un soldado norteamericano y uno surcoreano. Un portavoz talibán informó que el atentado fue perpetrado por Mullah Abdul Rahim, quien parece haber actuado solo y a pie y aseguró que su organización estaba perfectamente al tanto de que el vicepresidente de Estados Unidos se encontraba dentro de la base atacada.

Aunque las fuentes norteamericanas niegan que la acción fuese específicamente contra Cheney, el hecho mismo de que los talibanes dispusiesen de datos sobre su localización es, ya de por sí, suficientemente revelador. Todo el viaje de Cheney, desde la misma salida desde Washington con dirección primero a Pakistán, ha estado rodeado de enorme secreto, precisamente por razones de seguridad. La estancia en la base de Bagram, de hecho, no estaba prevista en el recorrido y tuvo que hacerse en el último momento porque el avión de Cheney no pudo llegar directamente a la capital afgana por culpa de una fuerte nevada.

Hay razones para sospechar que los talibanes tendrían contactos dentro de Bagram. Uno de los líderes de más alto perfil de Al Qaida, Omar al Faruq, se las arregló para escapar del centro de detención en Bagram junto a otros tres prisioneros en 2005. Cómo lo hizo todavía es un misterio, pero la mayoría de los observadores están convencidos de que tuvo ayuda interna. Faruq murió a manos de soldados británicos en Basora el año pasado.

Después del ataque de ayer, la caravana de Cheney reemprendió por carretera y a toda velocidad el viaje a Kabul para acudir a la cita con el presidente de Afganistán, Hamid Karzai, algo reducida respecto del tiempo inicialmente previsto. Tras la reunión, Cheney dijo que este nuevo episodio de violencia “es claramente un intento de socavar la autoridad del gobierno central”. Pero aseguró que “esto no va a modificar nuestros propósitos iniciales”.

Por mucho que la diplomática reacción de Cheney tratase de ocultarlo, este episodio tiene el valor simbólico de recordar a la más conspicua figura de la administración norteamericana y, de paso, a la opinión pública de su país, que la guerra de Afganistán está aún pendiente de ganar. Cheney viajó a Pakistán y Afganistán para pedir a los gobiernos de esos dos países nuevos y más decididos esfuerzos para luchar contra Al Qaida –presuntamente establecida en las zonas montañosas que separan ambos países– y contra los talibanes. Y se vuelve convencido de que esos esfuerzos son más urgentes que nunca y que Estados Unidos va a tener también que implicarse más, con más dinero y más servicios de información.

Obviamente, el tránsito de información, de personas y de armas entre las fronteras de Afganistán y Pakistán excede claramente al control de las fuerzas de seguridad de esos dos países, que no pueden o no quieren cumplir a fondo con su trabajo. En esas circunstancias, las condiciones de seguridad se deterioran cada día. El presidente George W. Bush ya reconoció la pasada semana que la actividad de los talibanes había aumentado en los últimos meses y que sería necesaria una fuerte ofensiva militar esta próxima primavera para que las fuerzas de la OTAN que ocupan Afganistán recuperen la iniciativa y restablezcan unas condiciones esenciales de seguridad.

El vicepresidente Cheney, uno de los diseñadores de esa estrategia, cree que, para que esta ofensiva funcione, es esencial que los dos presidentes –Musharraf, en Pakistán, y Karzai, en Afganistán–, fuertes aliados de Washington, sean conscientes de lo que está en juego y la respalden claramente. Y Cheney, al que se le podrá acusar de todo excepto de pusilanimidad, se puso ayer literalmente en primera línea en defensa de su política.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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