EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Roberto Fisk *
Dieciocho adolescentes murieron ayer en una cancha de fútbol al este de Bagdad. La semana pasada, estudiantes también adolescentes de la Universidad de Moustansarriyah –la más antigua de Bagdad– fueron muertos por un terrorista suicida. Se ha convertido en una rutina, que es al mismo tiempo más horrible y más normal cada día. Hace sólo dos años, un terrorista suicida se dirigió hacia un convoy estadounidense en Bagdad, matando a 27 civiles, la mitad de ellos niños que recibían caramelos de los soldados estadounidenses.
En Irak, como todos sabemos, tiran a matar. A ancianos, jóvenes, embarazadas, bebés, soldados, hombres armados, asesinos. Todos mueren violentamente, los inocentes junto a los culpables. Uno de los principales financistas de los insurgentes –nos habíamos encontrado en Amman, por supuesto, no en Bagdad– me lo dijo sucintamente: “Se había tomado la decisión de que debíamos aceptar bajas civiles. Si atacamos a los estadounidenses, morirán inocentes. Todos sabemos eso. ¿Cómo lo llama la gente cuanto mueren mujeres y niños? ¿Daño colateral?”
Exactamente cuál fue el objetivo ayer resulta incierto. El estadio de fútbol donde 18 jóvenes murieron quedaba cerca de una base de Estados Unidos en Ramadi. Pero no había tropas estadounidenses en el campus de Moustansarriyah –salvo que queriendo probar que los intentos de Estados Unidos por devolver la seguridad a Bagdad eran inútiles, los insurgentes decidieran probárselos de la manera más cruel–. Se decía ayer que un imán sunnita local en Ramadi había denunciado a Al Qaida –que opera en cooperación con los grupos de insurgentes sunnitas– y que esto habría provocado un ataque vengativo por parte de la organización.
Pero hoy el nivel de violencia y de anarquía es tal en Irak que todos estos eventos son filtrados por los oficiales de seguridad iraquí proestadounidenses o a través del ejército de Estados Unidos o a través de sitios web de los insurgentes. Se dice que las víctimas de los insurgentes fueron muertos por los estadounidenses y que los civiles muertos por las tropas de Estados Unidos fueron muertos por los insurgentes. Temiendo por sus vidas, los periodistas occidentales ya no pueden investigar estas atrocidades. A los estadounidenses les gusta de esta manera. Uno sospecha que también así les gusta a los insurgentes. La información exacta en Irak es como agua en el desierto: preciosa, rara y a menudo contaminada.
Ramadi es una zona prohibida para cualquier occidental, incluyendo la mayoría de las tropas estadounidenses. De manera que ¿quién detonó la bomba del camión cerca de una mezquita en la ciudad que mató a 52 personas el sábado? ¿O la ambulancia afuera de la comisaría cerca de Ramadi que mató a 14 personas el lunes? ¿Milicianos chiítas buscando más sangre en su guerra contra los combatientes sunnitas? ¿Grupos sunnitas tratando de implicar a los chiítas? ¿Al Qaida? ¿O los otros grupos de las sombras que tienen una relación estrecha con el gobierno iraquí apoyado por los estadounidenses, con los ministerios del Interior o de Salud o de “Defensa”?
La realidad es que la guerra de Irak ahora existe en una bruma a través de la que sólo podemos ver figuras vagas. Pueden ser los insurgentes o pueden ser soldados. O pueden, por todo lo que saben los iraquíes, ser unidades de los 120.000 –sí, 120.000– mercenarios occidentales que se cree que están operando en Irak para un sinnúmero de organizaciones legales o casi legales. Estos hombres armados contratados –de Zimbabwe, Irlanda del Norte, Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Africa del Sur, y muchos otros países– constituyen ahora una fuerza casi igual a todo el contingente de Estados Unidos en Irak. ¿Para quiénes trabajan exactamente? ¿Cuáles son sus reglas? La respuesta a la primera pregunta puede ser “todos”. ¿La respuesta a la segunda pregunta? Ninguna. Aparte de estos grandes misterios, ¿qué le importó ayer al mundo de la vida de los 18 adolescentes?
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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