Un 42 por ciento no sabe a quién elegir como próximo presidente francés. Según los analistas, esto se debe a que no hay un tema que prevalezca en el debate político y eso lleva a que los electores “revoloteen” de un partido a otro. En 2002, el asunto clave fue la seguridad.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Si las elecciones presidenciales francesas fueran este fin de semana, ganarían los indecisos. La campaña electoral de cara a los comicios del próximo 22 de abril (primera vuelta) se abrió oficialmente ayer con una nueva salva de sondeos de opinión que esbozaron la silueta de un elector masivamente indeterminado: 42 por ciento del cuerpo electoral, es decir, 18 millones de personas, no han decidido claramente por quién votarán. Nada dice que los 85 mil afiches instalados a partir de hoy en las oficinas de voto, ni los videos de los doce candidatos que serán difundidos hasta el 20 de abril puedan influenciar un voto marcado por dos características: la indecisión y la rotación. Los electores no saben y cuando lo saben, no lo saben del todo porque confiesan que pueden rotar su voto y, por consiguiente, cambiar de perfil. El valor pedagógico de los debates vistos hasta hoy está lejos de haber aclarado el panorama. Los analistas franceses constatan que cuando más se empapa la gente en los programas, menos entiende y menos segura está de su decisión.
La ambivalencia de las cifras es un reflejo de la inconsistencia de los temas que están en juego. A diferencia de la elección precedente (2002), donde el tema de la seguridad estaba por encima de todos, 2007 no presenta un tema dominante que haga la diferencia, a la vez en la elección de una postura política y de un candidato. El politólogo Jacques Gerstlé pone de relieve este punto en su análisis: “La atención no logra fijarse en torno de una problemática y los electores están invitados a revolotear”. Inmigración, identidad nacional, banderas francesas en los domicilios, despidos masivos de la empresa Airbus, jubilaciones, seguridad: los temas desfilan en abanico, pero ninguno marca el clima de la campaña. La única constancia es el primer lugar que los sondeos de opinión pronostican al candidato conservador y ex ministro de Interior, Nicolas Sarkozy –entre 28 y 30 por ciento de las intenciones de voto–, para la primera vuelta. La socialista Ségolène Royal se ubica segunda, con porcentajes que oscilan entre 22 y 26 por ciento, seguida por el centrista François Bayrou (19% y 21%) y el jefe de la extrema derecha, Jean-Marie Le Pen (13% y 15%).
Es precisamente en el abanico de los candidatos que están detrás de Sarkozy donde se sitúa el problema. El pase a la segunda vuelta de Royal está amenazado, porque el mayor número de indecisos o de electores rotativos se sitúa en el corredor que va del socialismo al centrismo, y viceversa. La candidata, que cuenta con un discreto apoyo de su partido, no logra cristalizar todos los votos de centroizquierda que antes eran una reserva natural del socialismo y que ahora viajan entre ella y el centrista Bayrou. Ese dato se puede prolongar con otro más que testimonia la extrema volatilidad de los votantes. Los especialistas en encuestas de opinión llaman a eso el voto pasarela: en proporciones notorias, los electores muestran que son capaces de transferir su voto de la extrema derecha al centro, del socialismo a la derecha de Sarkozy, de Jean-Marie Le Pen a Sarkozy o a Royal. Todo parece poder cambiar de un momento a otro, argumenta Jacques Gerstlé: “Los candidatos están expuestos a un tema que puede imponerse en los últimos quince días”.
La avalancha de encuestas y sus proyecciones contradictorias introducen también un factor de incertidumbre. Las encuestadoras reconocen que, en regla general, la sociedad cristaliza su voto entre fines de marzo y principios de abril. Esta vez no ha ocurrido así. Se trata de una elección desdibujada, cuando en realidad su configuración debería dar lugar a una decisión clara: el número de inscriptos nunca fue tan alto, la oferta de los candidatos es a la vez variada y renovada, Royal y Sarkozy representan en cada uno de sus campos respectivos una opción de ruptura, el interés que manifiesta el electorado es tanto más constante y sólido cuanto que existe una conciencia para evitar la catástrofe de 2002, o sea, el paso del candidato de extrema derecha a la segunda vuelta debido a la fuerte abstención y la dispersión de los votos. Y sin embargo, casi la mitad de los electores está dispuesta a rotar. François Miquel-Marty, de la encuestadora LH2, habla de un voto sin marca: “La campaña tuvo núcleos sucesivos y cambiantes. Los electores tienen dificultades para identificarse con un candidato. La identificación sociológica es menos neta que en 2002”. Frédéric Dabi, del grupo IFOP, identificó a los indecisos mayoritarios entre las mujeres y los jóvenes: 48 por ciento de las electoras podría cambiar de urnas de aquí al 22 de abril, contra 35 por ciento de los hombres; 55 por ciento de quienes tienen menos de 35 años declararon que seguirían el mismo camino.
No menos contradictorio resulta el cuadro de convicciones publicado por el diario Le Parisien. Si los sondeos vaticinan que Sarkozy gana en la segunda vuelta contra Royal (54%-46% o 55%-45%), 59 por ciento de los votantes apuesta por la victoria de Sarkozy y 18 por ciento por la de Ségolène. En lo concreto, la candidata socialista suscita más votos a favor que convicciones sobre su victoria.
Apuesta sin fe perceptible en muchos electores. Sarkozy tiene una desventaja que podría jugarle una sorpresa en la recta final: la gente le tiene miedo. Su política del garrote indiscriminado cuando era ministro de Interior y la radicalización de su discurso en el curso de las últimas semanas –llegó a evocar el origen genético de los suicidas y los pederastas– han acrecentado el espectro de un presidente autoritario y, por consiguiente, ello endureció la movilización de quienes duermen con esa amenaza. Pero no es la única probable sorpresa. La segunda es el voto a favor de la extrema derecha, no tan abiertamente declarado en los sondeos como el de otros candidatos. Jean-Marie Le Pen confía en que estará presente en la segunda vuelta (6 de mayo) y recuerda que, en 2002, los sondeos lo ubicaban entre 8 y 10 por ciento de las intenciones de voto. Al final, Le Pen llegó al 16,96 por ciento y, por primera vez desde 1969, dejó afuera de la disputa presidencial a un representante de la izquierda (Lionel Jospin, con 16,16%).
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