Mié 11.04.2007

EL MUNDO

La izquierda de Francia tiene cinco candidatos

En la actual Francia derechizada, la extrema izquierda va a las urnas con cinco candidaturas, con proyecciones modestas. Parte de ese electorado votaría por el socialismo en el ballottage.

› Por Eduardo Febbro

Desde París

En una época fue creativa, revolucionaria, agitadora, espontánea, marginal, revoltosa, llena de ideas nuevas que a menudo servían de fuente de inspiración para la izquierda oficial del Partido Socialista: la extrema izquierda francesa tiene hoy un rostro más integrado al sistema, participa de igual a igual en los debates políticos de la televisión y, con contadas excepciones, ya no agita con tanto vigor los pañuelos rojos ante los toros del liberalismo. La llamada izquierda de la izquierda concurre a las elecciones presidenciales francesas con vientos contrarios. Sus propias divisiones internas, que no le permitieron elegir a un candidato único, y el éxito que consiguió en la consulta presidencial de 2002 juegan como factores adversos. Hace cinco años, la polifonía de candidaturas de la izquierda radical privó al primer ministro socialista Lionel Jospin del puñado de céntimas que le faltaron para pasar a la segunda vuelta. Los resultados y los sondeos de opinión de 2002 son hoy un momento que pertenece a lo memorable: 10, 7, 5, por ciento. Esas cifras otorgadas hace cinco años para cada candidato se aúnan en un modesto 11 por ciento para el conjunto de los cinco que representan a la izquierda radical.

La extrema izquierda también se mueve en un terreno de derechización global de la Francia electoral. Todas las izquierdas confundidas, la oficial del PS y sus extremos, totalizan el porcentaje más bajo que se haya contabilizado desde 1969. Dispersa y con el telón de fondo de una sociedad netamente a la derecha, la extrema izquierda se presenta con cinco candidatos de perfiles muy distintos. Marie-George Buffet (2,5 por ciento de intenciones de voto), la candidata del cada vez menos consistente Partido Comunista que apostó por ser la representante de la izquierda popular y antiliberal, pero se hizo despojar de ese título por otro representante de la extrema izquierda, el campesino y militante antiglobalización José Bové. Bové, que se reivindica como diferente porque es campesino, saltó a la fama en 1999 cuando participó en la destrucción de un McDonald’s, gesto que le costó la cárcel y el renombre internacional. Bové quiere encarar una “alternativa a la izquierda”, pero apenas pesa uno por ciento de intenciones de voto.

El tercer representante, Gérard Schivardi, es un novato con la etiqueta del Partido de los Trabajadores que está por debajo del uno por ciento (0, 50%) en las proyecciones. Los otros dos tienen en el escenario actual el mayor peso: Arlette Laguiller, 67 años, la candidata de Lucha Obrera, la pasionaria trotskista que, en 1974, fue la primera mujer que se presentó en Francia a una contienda presidencial. Pero al cabo de una carrera política de 34 años, su sexta participación en una elección suprema no ha focalizado la atención en ella. Luego del 5,72 por ciento obtenido en la primera vuelta de las presidenciales de 2002, Laguiller aparece estancada en 2 por ciento de las proyecciones de voto. El último es el renovador de la extrema izquierda, Olivier Besancenot, el representante de la Liga Comunista Revolucionaria, cartero de profesión, de aspecto juvenil (tiene 32 años), discurso incisivo y al mismo tiempo suave, capaz de debatir con ministros y banqueros sin perder jamás la calma ni la coherencia de sus construcciones verbales (casi cinco por ciento de votos posibles).

José Bové, el agitador; Marie-George Buffet, la defensora de un PC en plena extinción; Gérard Schivardi; Arlette Laguiller, la combativa mujer a quien los resultados electorales la hicieron pasar de las tribunas populares a las revistas de moda y de papel de seda, y Olivier Besancenot son la modesta reserva de votos de toda la izquierda con vistas a la segunda vuelta. Las urnas del 22 de abril son una suerte de pase de autoridad: el éxito y sus mareos hicieron que Laguiller, a quien todos llaman Arlette, se extinguiera en las encuestas bajo el peso de sus propias contradicciones y de las acusaciones de sectarismo que algunos militantes de Lucha Obrera lanzaron contra ella (prohibición de casarse o tener hijos, por ejemplo). La inagotable demoledora del capitalismo (“el capitalismo es un robo programado”), la devoradora de todos los enemigos de los trabajadores deja la escena en beneficio de la renovación encarnada por Besancenot. En un lapso de cinco años, este militante trotskista con aspecto de estudiante, apodado “Tintin trotskista”, que gana un salario de 1400 dólares por mes como cartero del Estado, impuso su estilo oratorio en los sets de televisión en el curso de memorables agarradas en directo con ministros y parlamentarios de la derecha.

A diferencia de Arlette Laguiller, para la cual Francia es una catástrofe, Besancenot argumenta lo contrario: nunca como hoy hubo tantas riquezas en el país y hay que repartirlas. El candidato de la Liga Comunista Revolucionaria también rehúsa poner en la misma órbita al Partido Socialista y a los partidos conservadores. En estas dos últimas semanas de campaña, Besancenot se benefició con los votos de los desencantados del discurso de la socialista Ségolène Royal. La representante del PS se puso a hablar de identidad nacional, autoridad, represión y orden, temas tradicionales de la derecha que espantaron al electorado socialista más apegado a los valores de la izquierda. Besancenot dice: “Para derrotar al patronato hace falta mucho más que el ‘orden justo’ promovido por Ségolène Royal: se precisan medidas de urgencia, sociales y democráticas, y un reparto de las riquezas. Si se ataca a los privilegiados es posible aumentar los salarios, desarrollar la protección social y los servicios públicos”. Besancenot cita un ejemplo que todos entienden: “Entre 1978 y 2003, la remuneración de los empleados se multiplicó por cuatro, mientras que los dividendos de los accionistas se multiplicaron por trece”.

Frente al oficialismo partidista de la comunista Buffet y la candidatura de extrema izquierda oficial de Laguiller, Bové y Besancenot aparecen como hombres de ruptura. Con destinos dispares en los sondeos de opinión, ambos son espectaculares en sus intervenciones públicas: Bové se presentó en un anfiteatro norteamericano levantando un queso roquefort y Besancenot, en un programa de televisión, delante de la ministra de Defensa, la gaullista Michèlle Alliot-Marie, sacó una granada lacrimógena que la policía había lanzado contra los obreros que ocupaban una fábrica y, con la granada en la mano, le preguntó: “¿Este es el gaullismo social?”. Aun con sus modestas proyecciones, estos cinco candidatos de la izquierda detentan parte de la victoria de la socialista Ségolène Royal. Una buena primera vuelta transfiere esos votos a las urnas socialistas en la segunda. Con un puñado de puntos más, la extrema izquierda puede romper el hechizo de una Francia derechizada.

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