Jue 19.04.2007

EL MUNDO  › DOS DENUNCIAS POR ACOSO Y TENDENCIAS SUICIDAS

Los indicios que nadie vio

› Por Yolanda Monge

Desde Blacksburg, Virginia

¿En qué momento un “muchacho raro” se convierte en uno de los mayores asesinos múltiples de la historia de Estados Unidos? Cho Seung-Hui dio pistas de inestabilidad mental en 2005 y mostró tendencias suicidas, por lo que fue ingresado durante un tiempo en una clínica de salud mental, según informó ayer la policía.

El ingreso llegó tras las acusaciones de dos chicas que manifestaron sentirse acosadas por el surcoreano, aunque nunca llegaron a presentar cargos. Pero no hubo nada más. Cho, el solitario, mantuvo su locura bajo un disfraz que sólo mostraba rareza hasta el pasado lunes, cuando puso fin a su vida y a la de otras 32 personas a tiros.

El portavoz de la policía de la universidad de Virginia Tech, Wendell Flinchum, explicó ayer que Cho, 23 años, fue investigado por primera vez en noviembre de 2005 después de que una estudiante lo acusara de tener “un comportamiento inapropiado”. El 15 de diciembre de ese mismo año, ante el temor de que cometiera suicidio, la policía lo trasladó a Access, una agencia de salud mental de Virginia que lo trató brevemente. Ayer no se sabía cuánto duró el tratamiento.

Todos los reporteros se lanzaron ayer a hacer la misma pregunta: ¿cómo pudo Cho comprar dos armas de fuego en un mes –el lapso exigido por el Estado de Virginia– si tenía antecedentes psiquiátricos? La respuesta es muy sencilla: “No había nada en el historial oficial de Cho que le impidiera adquirir un arma”, según explicó el superintendente de la policía del Estado de Virginia, Steven Flaherty. El estudiante surcoreano envió correos electrónicos a una estudiante en 2005 con tanta insistencia que ella acabó por llamar a la policía, dijo Flinchum. El portavoz policial dijo que la mujer se negó a presentar cargos y que Cho fue remitido al departamento disciplinario de la universidad. Así fue como el caso no llegó nunca a la jurisdicción policial.

Hoy parece que hacía años que había pistas de que la salud mental de Cho no era estable. Cuando se le requería firmar algo, lo hacía escribiendo un signo de interrogación. Cuando los profesores le preguntaban si eso era todo, si ése era su nombre, Cho no respondía. Tanto le gusto el símbolo que empezó a hacerse llamar así, “el interrogante” (Question Mark) por los pocos conocidos que tenía, porque amigos no se le conoce ninguno.

John y Andy compartían departamento con Cho. Ninguno de los dos se creyó en ningún momento que la primera chica muerta fuera su novia, por la sencilla razón de que “no tenía novia”. “Tenía una novia imaginaria a la que él llamaba Jelly (Gelatina)”, relataron.

En al menos dos ocasiones este año la policía se personó en su habitación por quejas de compañeras del campus. “Después de que viniera la policía la última vez estaba muy frustrado –dice Andy–. Y me dijo que se iba a matar. Y yo se lo dije a la policía. Y se lo llevaron al centro de asesoramiento psicológico por una o dos noches”.

Con 32 cadáveres todavía sin dar sepultura, hoy parece que lo sucedido era una tragedia anunciada. Nikki Giovanni se encontraba en San Francisco, a punto de embarcar en un avión rumbo a Blacksburg cuando lo golpeó la noticia. “Cuando supe lo que pasó pensé que sabía quién lo había hecho”, dijo refiriéndose a su antiguo alumno.

Stephanie Derry, 21 años, compartió clases con el asesino. Contó que nadie pudo evitar reirse durante la lectura en voz alta el pasado otoño de una obra en la clase de escritura teatral. Recitó escenas escritas por él, de gran violencia, en las que sierras mecánicas y martillos tenían un papel protagónico. “Imagino que podría decirse que las señales estaban todas ahí, ahora todo está claro”. En retrospectiva.

*De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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