EL MUNDO › LA CRUDEZA DEL INFORME WINOGRAD DEJO AL PREMIER ISRAELI AL BORDE DEL KNOCK OUT
El clima de indignación que prevalece en la población desde el fracaso de la guerra del Líbano aún no ha encontrado un canal político-institucional para provocar los cambios deseados. Cómo juegan los oficialistas, los aliados y opositores.
› Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
Que el premier Ehud Olmert siga aferrado a las riendas de la conducción nacional, luego del rotundo y despiadado mazazo a su credibilidad que le asestó la Comisión Winograd, designada por él mismo para investigar el desempeño del gobierno durante la guerra del Líbano, es un dato de la realidad difícil de explicar aun para los más avezados analistas de la política israelí. Para ilustrar la distancia abismal que existe entre la sensación pública y el estado inercial de la dirigencia no hay mejor ejemplo que la multitudinaria manifestación (entre 100 y 150 mil personas, según los cálculos) que se llevó a cabo el pasado jueves en Tel Aviv exigiendo la renuncia inmediata de Olmert y de Amir Peretz, el ministro de Defensa. “Entraron en la historia como dirigentes que han sido sorprendidos en paños menores en medio de una guerra por ustedes mismos emprendida”, les espetó el escritor Meir Shalev en esa concentración.
Pese a la gravedad de las acusaciones contenidas en el informe parcial de la Comisión Winograd y a su repercusión social, esos ecos no encontraron, hasta el momento, el canal político-partidario capaz de traducirlos en un recambio dirigencial efectivo. El tímido intento proveniente del propio partido de gobierno, Kadima, de la mano de la canciller Tzipi Livni, fue rápidamente neutralizado por el entorno de Olmert. Es que en ese medio la carta fuerte que aún esgrimen los seguidores del primer ministro consiste en asegurar que cualquier alternativa allanará el camino hacia el factible triunfo, elecciones mediante, del líder de la oposición: Benjamin “Bibi” Netanyahu. A un año de los últimos comicios, a muchos de los ministros y diputados de Kadima seguramente no les cae muy bien la idea de renunciar a los puestos del presente y apostar a un futuro incierto en pos de la ética democrática. El vicepremier, Shimon Peres, supo expresar ese temor con grandilocuencia patriótica: “Es un gran día para el partido, para el país y para el primer ministro”, dijo el veterano dirigente en una reunión de la camada parlamentaria de Kadima en la que se frenó el intento de destronar a Olmert.
En el otro pilar de la coalición gubernamental, el Partido Laborista, el malestar ante la dirigencia de Amir Peretz es tan viejo como los resquemores que provocaron su elección a la cumbre partidaria y, aún más, su designación como ministro de Defensa. Como su reemplazo en el primero de esos cargos se supone seguro en las próximas elecciones internas, la responsabilidad que le atribuyó la Comisión Winograd en la fallida conducción durante la guerra contra el Hezbolá no sorprendió ni causó gran revuelo en las filas laboristas. Ehud Barak, uno de los probables sucesores de Peretz, no hizo pública su posición sobre el informe dedicado a la contienda bélica. El otro, Ami Ayalón, está a favor de que el partido abandone la coalición gubernamental. Esa orientación, luego de la manifestación masiva exigiendo la renuncia de Olmert y Peretz, en la que confluyeron tanto simpatizantes de la derecha identificada con los asentamientos judíos de Cisjordania como miembros de las organizaciones de centroizquierda partidarias de renuncias territoriales, podría consolidarse y desembocar en una ruptura de la coalición de gobierno previa a los comicios internos.
Sea como fuera, nadie está dispuesto a apostar por la continuidad de la actual dupla dirigente luego de que el juez (retirado) Eliahu Winograd y su equipo den a conocer el informe final, lo cual sucederá el próximo agosto. Si el gobierno de Ehud Olmert llega hasta esa posta, las condecoraciones que no supo conseguir por méritos en la aventura militar habría que otorgárselas, sin duda, en reconocimiento a su habilidad en materia de supervivencia política en las adversas condiciones de un posguerra gris y nada heroica.
En las conclusiones parciales publicadas la semana pasada por la Comisión Winograd, junto con la falta de preparación del ejército ante la opción del enfrentamiento bélico, se señala la ausencia de una concepción que considere necesario “buscar fervientemente vías hacia acuerdos estables y duraderos con nuestros vecinos”. El debate público en Israel se ha centrado casi exclusivamente en la primera parte de esa consideración, mientras que el abocamiento a la segunda es casi automáticamente negado o postergado mediante el recurso a la muletilla “no hay con quién hablar en el otro bando”. La predominancia de la lógica de la fuerza militar, que contrasta con la falta de una lógica política, también está detallada en las páginas del Informe Winograd a través del ejemplo que describe la manera en que la conducción civil aceptó, sin reparos, los planes operativos que la cúpula militar le presentó con la finalidad de enfrentar la presencia amenazante del Hezbolá en el sur del Líbano. El próximo gobierno, que nacerá del impacto producido por la investigación de la última guerra, se verá obligado a adoptar sus conclusiones como principal componente de su agenda, por lo menos en una primera etapa. A la sociedad civil israelí, la principal damnificada por el vacío de la actual dirigencia, le cabe la tarea de actuar como principal responsable de asegurar que la “acción reparadora” no esté orientada a cómo ganar la próxima guerra, sino a cómo evitarla.
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