Jue 10.05.2007

EL MUNDO  › OPINION

Cada cual en su rol

› Por Darío Pignotti

Desde Brasilia

Fue el día más frío del año. Cuando el Papa desembarcó en la base aérea de San Pablo, ayer a las 16.23, una masa de aire polar hizo que el otoño pareciera invierno, algo inusual en el Trópico de Capricornio.

La lluvia amainó en el momento en que Joseph Ratzinger comenzó a descender del Boeing 777 de Alitalia para iniciar su primera visita a América latina desde que fue consagrado Papa, en abril de 2005.

Al pie de la escalerilla lo esperaba el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, circunspecto, de traje oscuro, presumiblemente tenso. Recordaba a aquel desangelado Lula de fines de 2002, en su primer viaje a Estados Unidos, cuando aún no había asumido la presidencia.

En menos de veinte minutos, lo que tardaron en pronunciar sus discursos, quedaron expuestas las discrepancias entre los Estados vaticano y brasileño.

Ninguno malgastó su tiempo en palabras de utilería. Cada cual, a su manera, fijó posición. Uno irreductible, el otro conciliador.

El Papa, al que algunos vaticanólogos imaginaron más indulgente desde su llegada al trono de Pedro, exhibió la misma intransigencia de sus tiempos de prefecto para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio).

En correcto portugués, escogió el adverbio “radicalmente” para calificar el modo en que los latinoamericanos cultivan sus valores cristianos y dos líneas después hizo una implícita condena al aborto. “Promover el respeto a la vida” (..) es una “exigencia propia de la naturaleza humana”.

Ninguno de los 4226 caracteres del discurso de Lula fue dedicado al tema que obsesiona al Vaticano.

El mandatario comenzó con un formal agradecimiento al “apoyo entusiasta del Vaticano a la Acción Global contra el Hambre y la Pobreza”, una iniciativa liderada por Brasil y Francia. Pero luego le recordó al Papa la separación entre el poder institucional y la religión al mencionar que “el Estado brasileño y la Iglesia Católica tienen una larga y prolífica historia de respeto mutuo”.

Previamente, a través de su ministro de Salud, José Gomes Temporao, Lula había censurado con todas las letras las presiones eclesiásticas contra un referendo sobre el aborto. El funcionario del gobierno de Lula dobló la apuesta y expresó su solidaridad con los diputados mexicanos amenazados de excomunión por haber votado la despenalización del aborto.

La visita papal es contemporánea con el peor momento de las relaciones entre el gobierno y la Iglesia. El 1º de mayo, Lula no participó, por primera vez en 27 años, de la misa celebrada en el cordón industrial de San Pablo. Hoy los dos jefes de Estado mantendrán una reunión en el Palacio de los Bandeirantes, sede del gobierno paulista.

Será en el Salón de los Despachos, decorado por dos obras, acaso demasiado modernas para los patrones del pontífice. Una es del pintor comunista Cándido Portinarí y otra de Tarsila do Amaral, que con sus cuadros de mujeres antropófagas revolucionó la pintura brasileña del siglo pasado.

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