EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Sigue el baile en Colombia. El mes pasado el presidente Alvaro Uribe, principal aliado militar de Estados Unidos en la región, comunica que va a tomar por la fuerza a los 56 rehenes que la guerrilla de las FARC mantiene cautivos en la selva desde hace varios años. Los familiares de los rehenes se oponen a la medida por considerarla demasiado peligrosa, pero Uribe ratifica su decisión. Una semana después el mismo presidente anuncia con bombos y platillos que en un gesto de grandeza va a liberar a los 2000 guerrilleros de las FARC que el Estado mantenía presos en sus cárceles. Después da a entender que espera un gesto de reciprocidad de la guerrilla, cuyos rehenes incluyen a tres norteamericanos y a la ciudadana francesa Ingrid Betancourt. Después los jefes guerrilleros, con la antipatía que los caracteriza, rechazan el gesto y dicen que se trata de una cortina de humo. Después unos 200 guerrilleros de baja graduación aceptan las condiciones impuestas por Uribe y se acogen a la amnistía. Después interviene el primer ministro francés Nicolas Sarkozy y obtiene la liberación incondicional de Rodrigo Granda, el llamado canciller de las FARC, que había sido secuestrado el año anterior en Venezuela por espías colombianos. Esta semana empieza la liberación de los guerrilleros. ¿Y después?
“La jugada del gobierno es muy arriesgada”, dice el vicepresidente Francisco Santos, entrevistado por el Washington Post. “No sabemos qué va a pasar.” Uno lo imagina arqueando las cejas, encogiendo los hombros y poniendo su mejor cara de inocente.
Pero la movida de Uribe es cualquier cosa menos inocente. Hasta podría decirse que se trata de una jugarreta. En primer lugar, Uribe no les concedió nada a las FARC porque los guerrilleros que soltó tuvieron que renunciar a las FARC para entrar en la amnistía. Es más: la principal preocupación de los amnistiados es que no les saquen fotos porque temen represalias de sus ahora ex compañeros de armas. Hacer que 200 tipos renuncien a las FARC dista mucho de ser una concesión al grupo guerrillero. Lo que los guerrilleros quieren es que Uribe les despeje un par de municipios para reagruparse de los ataques del ejército colombiano. El año pasado un grupo de países europeos hizo una propuesta muy similar a lo que pide la guerrilla, pero Uribe la rechazó. No se lo puede culpar: su antecesor Ernesto Samper les había despejado un tremendo territorio a las FARC durante meses y nunca consiguió nada, salvo una caída libre en su índice de popularidad. ¿Entonces por qué Uribe hace lo que hace?
Primero para quedar bien con el grupo de países europeos –España, Francia y Suiza– que viene presionando a las partes para conseguir la liberación de los rehenes. Uribe tiene mucho interés en mejorar las relaciones con Europa porque se le está cayendo en Washington el acuerdo para un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y de yapa le acaban de recortar la ayuda militar. Además, Uribe tiene un par de temitas pendientes. ¿Cuáles son?
Por un lado, su amenaza de rescatar a los rehenes por la fuerza. Ahora tiene la excusa perfecta si la operación eventualmente falla: hicimos todo lo posible, pero por las buenas no logramos nada. Además está el tema de los trece políticos presos por sus vínculos con los paramilitares, todos ellos uribistas. El presidente ya anunció que enviará al Congreso un proyecto de ley para que los parapolíticos sean excarcelados. Si salieron los guerrilleros, ¿por qué no los políticos uribistas? ¿Quién puede estar en contra de la gran reconciliación nacional?
Y la frutilla del postre: mientras Uribe mantiene la iniciativa en el tema FARC con las negociaciones, el cruce de emisarios, la presión militar y el proceso de rehabilitación de los ahora ex guerrilleros desaparecen de las primeras planas de los diarios y de las aperturas de los noticieros el tema de los paramilitares. O sea, las masacres que cometieron bajo el amparo de fuerzas estatales y de un sector importante del empresariado, la suerte de los miles de desaparecidos por esos ejércitos privados y la responsabilidad penal que les cabe a los políticos y empresarios que los ayudaron. Un tema incómodo, por decirlo así.
¿Entonces qué va a pasar?
“En Colombia finalmente nunca pasa nada”, dice el analista de seguridad Gustavo Duncan, autor de Los señores de la guerra.
“Las liberaciones de las FARC no tuvieron el impacto militar que se pensaba. No son grandes cuadros militares. Las FARC han logrado reconstruir su ejército y mantener el grueso de sus combatientes a pesar de la ofensiva de Uribe que empezó en el 2002. Las FARC sólo existen donde tienen sentido: en las zonas rurales, donde protegen a los cocaleros, a los campesinos y a los oportunistas que siempre hay alrededor de la hoja de coca. Lo que ganó Uribe es que le mostró a la comunidad internacional que el problema de Ingrid y los rehenes no es falta de voluntad de Uribe. Pero las FARC quieren ganancias políticas a cambio de sus rehenes.”
¿Cuáles son esas ganancias?
“Podría ser la exclusión de la lista de organizaciones terroristas de Estados Unidos. Pero por el tipo de movimiento que son las FARC, no creo que eso les interese demasiado. Las FARC han sobrevivido en el interior colombiano sin necesidad de mayor respaldo internacional. No son como el subcomandante Marcos. Por otra parte, los rehenes de las FARC son rehenes políticos. No van a cambiarlos por recompensas. Más importante para ellos es el despeje de un territorio, por eso piden los municipios de Pradera y Florida. Lo que buscan es el reconocimiento de funciones estatales sobre un territorio y la posibilidad de usar ese territorio para entablar negociaciones con diferentes representantes de la sociedad colombiana.”
¿Y qué quieren negociar con la sociedad colombiana?
“Ese es el problema. Los líderes de las FARC se han pasado casi todas sus vidas aislados en zonas rurales y conocen muy poco lo que sucede en la Colombia desarrollada. No se explica por qué un movimiento que basa su fuerza en los campesinos y los cocaleros termina en San Vicente del Caguán (donde tuvieron lugar las negociaciones de paz durante el gobierno de Pastrana) básicamente interesado en la producción industrial. La ciudad más grande que visitó Manuel ‘Tirofijo’ Marulanda (el líder de las FARC) en los últimos 20 o 30 años es Neiva, que tiene una población de 350.000 habitantes, y las únicas fábricas que habrá conocido son las fábricas artesanales de granadas. ¿Cómo pretende un hombre que pasó los últimos 20 años en el monte regir los destinos de Bogotá y sus ocho millones de habitantes? ¿Qué puede ofrecer? Muy poco. Por eso el apoyo a las FARC es casi nulo fuera del monte. Y ni siquiera han fomentado conciencia de clase entre los campesinos. Han forjado relaciones clientelísticas, como regular el precio de la hoja de coca, proteger a los campesinos de otras fuerzas, capturar ladrones, construir caminos y juzgar a algún alcalde de pueblo corrupto. Pero en la mesa de negociaciones no representan a esa población. Imaginan un Estado socialista casi totalitario y siguen fieles a esos principios.”
Pero si son tan rústicos, ¿por qué el ejército mejor equipado de América latina no pudo borrarlos del mapa?
“Lo que pasa es que el ejército tiene la superioridad militar, pero no el resto de la seguridad necesaria para ejercer el poder territorial. El ejército no puede regular el precio de la coca. En las zonas donde están activas las FARC, los campesinos viven del cultivo de la coca. En Colombia, a diferencia de Bolivia y Perú, prácticamente toda la coca se usa para fabricar cocaína. Entonces el ejército tendría que meter presos a pueblos enteros. En esos pueblos las transacciones se hacen con coca, no con dinero. En las tiendas se pesan las hojas y se cambian por víveres. ¿Cómo puede llevar el Estado sus instituciones a esos pueblos? En cambio, en los territorios desarrollados las FARC son un estorbo. No sirven como Estado, no son útiles para la población.”
¿Entonces?
“Cuando llegas a los 40 años siendo un hijo de puta y te va bien, sigues siendo un hijo de puta. No habrá gesto de nobleza ni nada de parte de las FARC. No entregarán nada a cambio de la liberación de Granda, porque Francia no tiene nada para ofrecerles que les interese y Uribe nunca va a permitir un despeje. No va a pasar nada.”
Si no fuera porque está en juego la vida de 56 personas y la angustia de sus seres queridos, podría decirse que la cumbia de Uribe tiene ritmo y sabor.
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