Tel Aviv tuvo contactos secretos con Damasco. Israel sabe que el precio de la paz es la devolución del Golán. Mientras Siria fortalece su ejército, Israel simula un ataque a un poblado sirio.
› Por Sergio Rotbart
desde Tel Aviv
Desde la reanudación de las negociaciones en torno de la devolución de las Alturas del Golán hasta la irrupción de una guerra, tanto una como otra opción son posibles escenarios del futuro de las relaciones entre Israel y Siria, según las versiones variadas y contradictorias que proliferaron esta última semana en los medios de Israel. Una de ellas, publicada por el diario Yedioth Aharonoth, asegura que el gobierno israelí le transmitió a la conducción siria, a través de un canal secreto y por intermedio de mediadores alemanes y turcos, su disposición a reanudar las conversaciones orientadas a concluir el conflicto entre ambos países a cambio del “precio” establecido en los anteriores intentos negociadores (es decir, la retirada israelí del Golán, el territorio conquistado a Siria en 1967). El premier Ehud Olmert –según la misma fuente– recibió “luz verde” para tal paso por parte del presidente George Bush semanas atrás. Sahul Mofaz, ministro de Transporte, confirmó la existencia de una vía secreta mediante la cual Israel se dirigió al gobierno de Bashir Assad, proponiéndole reiniciar el proceso diplomático truncado en el 2000. Pero aclaró que “Damasco aún no respondió el mensaje que le fue transmitido, por lo cual es difícil saber cuáles son sus intenciones”.
Lo curioso, sin embargo, es que ese giro repentino hacia la posición conciliadora se produjo al cabo de un intenso debate, alimentado por las estimaciones de la inteligencia del ejército sobre los preparativos sirios hacia un enfrentamiento militar con Israel presuntamente motivado por la intención de recuperar el Golán a cualquier precio. Consecuentemente con ese cálculo, el ejército israelí realizó un entrenamiento consistente en la conquista de un poblado sirio imaginario. “Nosotros nos preparamos ante la posibilidad de un deterioro en el escenario palestino pero también en el escenario norte”, dijo al término del ejercicio Gaby Ashkenazi, el jefe de las fuerzas armadas. El ministro de Defensa, Amir Peretz, agregó: “No tenemos ninguna intención de crear una situación de deterioro progresivo. No hay un dato que indique que Siria está interesada en iniciar una guerra contra Israel. Yo espero que la escalada de la tensión verbal no provoque una escalada de la tensión en la realidad”. Seguramente Peretz se refirió a las declaraciones que el mismo día efectuó el general Amos Yadlin, el titular del brazo de inteligencia del ejército, en la reunión de la Comisión de Defensa del Parlamento. “Los sirios tienen mucho que perder si comienza una guerra. Assad cuenta con un régimen, con fuerza aérea, sistema de energía eléctrica e infraestructura civil. Todo eso puede dañarse en una guerra”, dijo Yadlin. Por si no bastara, añadió: “Más que nunca, los sirios muestran preparación para la guerra”. Se trata de un análisis hipotético y no de una amenaza, aclararon los integrantes del foro parlamentario, como intentando amortiguar, de inmediato, los posibles efectos de lo dicho.
La preocupación de la conducción militar está centrada en el fortalecimiento del ejército sirio que ha tenido lugar desde la guerra del Líbano, librada hace un año entre Israel y el Hezbolá. Desde entonces, Siria viene modernizando su ejército mediante la adquisición de misiles equipados con tecnología aérea, en su mayoría de origen ruso, en buena medida gracias al financiamiento iraní. Además, ha intensificado y ampliado el entrenamiento de su fuerza militar, fortaleciendo las posiciones ubicadas en la zona próxima a las Alturas del Golán. Lo mismo ha hecho, por el otro lado, Israel. Y esa tendencia también es seguida con mucha cautela y tensión en Damasco. Tal como insisten en explicarlo los especialistas en la doctrina de la disuasión, lo penoso de este tipo de situaciones, una suerte de drama de malentendidos, es que aun cuando ambas parte no quieren la guerra, un “error de cálculo” sobre las intenciones del otro bando es capaz de desencadenar la contienda bélica.
Si, en cambio, el escenario diplomático es más real que la opción del enfrentamiento militar, ambos países saben muy bien cuál es el “precio” a pagar a cambio de un acuerdo de paz. En Israel supo expresarlo con pragmatismo empresarial el ministro Rafael (“Rafi”) Eitan, que propuso encarar la eventual devolución del Golán como si se tratara de un negocio inmobiliario cuyas ganancias deben procurar maximizar los propietarios de la parcela en venta. La posibilidad de reanudar las negociaciones con Siria generó las críticas de los partidos de derecha. El titular de la bancada parlamentaria del partido Likud, Gideon Safar, llamó al partido religioso Shas y al de extrema derecha Israel Beiteinu a retirarse de la coalición gubernamental.
En cuanto a Siria, una normalización de las relaciones con Israel exige la desconexión de la alianza con Irán y, por ende, la suspensión del apoyo a los brazos ejecutores del régimen islamista en el Líbano (Hezbolá) y en los territorios palestinos (Hamas). La ruptura de Bashir Assad con el “eje del mal”, claro está, atraería a su país a la órbita norteamericana, con la recompensa económica y militar que ello garantiza. En el corto plazo, Bush podría desistir de su intención de crear una corte internacional que juzgue a los responsables del asesinato del ex premier libanés, Rafik Hariri, cuyo principal sospechoso es el gobierno de Assad.
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