EL MUNDO › LA DERECHA DE LA UMP, QUE TIENE EL AZUL COMO COLOR EMBLEMA, LOGRA LA MAYORIA
La Asamblea Nacional será una suerte de bipartidismo: mayoría conservadora frente a una oposición socialista. En la primera vuelta de las legislativas cayeron la extrema derecha y el Partido Comunista. El próximo domingo será el ballottage y el PS seduce al elector de centro.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
La apabullante victoria de la derecha en las elecciones legislativas del domingo (la más importante desde 1973) ahondó en Francia la sensación de un cambio impulsado por los mismos responsables políticos que gobiernan el país desde hace cinco años. El vespertino Le Monde destacaba ayer que los conservadores franceses viven una suerte de revancha que estaban esperando desde hacía 25 años. “Flota un clima de mayo del ’81 sobre la derecha francesa”, escribió Le Monde, refiriéndose a esa noche del 10 de mayo de 1981 cuando el Partido Socialista francés, de la mano del difunto presidente François Mitterrand, ganó la presidencia de la República. Al igual que hace 26 años, pero con otro beneficiario, los electores le aportaron a la derecha una aplastante mayoría para gobernar durante los próximos cinco años: 45,52 por ciento de los votos contra 27,67 por ciento del PS, 4,62 por ciento de los comunistas, 3,44 por ciento de la extrema izquierda, 3,29 por ciento de los ecologistas, 4,70 por ciento de la extrema derecha y 7,76 por ciento del centro. En proyección de escaños y según lo que ocurra en la segunda vuelta, la derecha del partido UMP puede quedarse con cerca de 500 de los 577 escaños de la Asamblea Nacional y el Partido Socialista con un estrecho corredor que va de 60 a 180 (todo depende de qué encuestadora de opinión haga el cálculo). El presidente francés, Nicolas Sarkozy, es el abanderado de este “milagro conservador”.
Un dato corrobora la hecatombe electoral sufrida por los socialistas: de los 110 candidatos elegidos en la primera vuelta, sólo uno de ellos tenía la etiqueta del PS. A pesar de la debacle interna y exterior, el PS conserva su estatuto de principal partido de la oposición. Los socialistas esperan un sobresalto republicano para el próximo domingo para evitar verse confinados a una representación tan estrecha como ridícula. La tasa de abstención del 39 por ciento, una de las más altas registradas en los últimos 50 años, no los favoreció el domingo pasado y el PS apuesta por una movilización que les ahorre el oprobio de una sanción. Ayer, sus dirigentes empezaron a seducir a los electores centristas. El primer secretario del PS, François Hollande, propuso incluso que, para derrotar a la derecha y garantizar el pluralismo, los electores socialistas podían votar por otro candidato. Cualquiera sea el cálculo que se realice, la Asamblea será una suerte de reino del bipartidismo: las urnas sancionaron el domingo a los dos partidos que, a lo largo de las épocas, fueron la pieza clave del juego político nacional: la extrema derecha del Frente Nacional –FN– y el Partido Comunista, PCF.
Ambos fueron aniquilados, sobre todo la extrema derecha. La pesadilla de Jean-Marie Le Pen, el jefe de la ultraderecha, perdió casi toda su sustancia. Su 4,3 por ciento equivale al peor resultado obtenido en los últimos 25 años: 15 por ciento en las legislativas de 1997, casi 13 por ciento en las de 2002, la fuga de electores ha sido masiva. En años anteriores, el elevado porcentaje del FN le permitía ser un actor decisivo de la segunda vuelta, sobre todo en caso de duelos triangulares derecha–izquierda-extrema derecha. “El Frente Nacional no está muerto”, dijo Jean-Marie Le Pen. Pero las urnas, a la vez las presidenciales y las legislativas, emiten otro mensaje: está moribundo. El politólogo François Miquel-Marty explica este descenso por tres factores: “Pérdida de carisma de Le Pen, trabajo de Nicolas Sarkozy en las tierras extremistas y cambio del electorado, que anhela reformas y no se contenta más con un voto de protesta”.
El PCF es la segunda víctima. El Partido Comunista, el más viejo de esa corriente en Europa occidental, también había hecho y deshecho mayorías y sueños presidenciales. Del gran partido obrero que fue con su más de 20 por ciento de votantes, los antaño defensores de la hoz y el martillo pasaron a menos de 5 por ciento. Nada detuvo su lento ocaso: el PCF cambió sus signos, sacó la hoz y el martillo, y transformó su lenguaje borrando de él las referencias históricas del comunismo. Hoy, el PCF sólo suena con conservar su grupo parlamentario, posibilidad remota si se cumplen las proyecciones que le otorgan entre 6 y 17 escaños. Cuatro de cada cinco militantes desertaron del PC en los últimos 20 anos. Tanto la extrema derecha como los comunistas pagaron no sólo un tributo político en las urnas sino también uno económico. El Frente Nacional y el PCF tienen serios problemas financieros. En los próximos cinco años, el partido de extrema derecha dejará de percibir del Estado más de la mitad de las subvenciones que recibía hasta ahora (6 millones de dólares). Estas están calculadas en función de los porcentajes obtenidos en las elecciones legislativas. La ultraderecha emprenderá un drástico plan de economías que incluye despidos y hasta la posible venta de su sede de la localidad de Saint-Cloud (en las afueras de París). Le Pen no se mostró preocupado: “Se puede hacer política en una habitación de servicio”, dijo.
Igual de comprometida está la situación financiera de los comunistas. Corrieron insistentes rumores de que el PCF estaba por liquidar hasta las banderas. Sus responsables, no obstante, aclararon que no han de vender su célebre sede de la Plaza Colonel Fabien, en París, construida por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, ni tampoco el famosísimo tapiz del pintor Fernand Léger, que lleva la no menos célebre frase: “Libertad, escribo tu nombre”.
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