El republicano todavía tiene que anunciar su candidatura, pero los sondeos lo ubican a la par del ex alcalde neoyorquino. Thompson, como Hillary, estuvo en el juicio político a Nixon.
› Por Leonard Doyle *
desde Washington
El 16 de julio de 1973, con una nación pegada a sus televisores, Fred Thompson, un joven abogado con acento de Te-nnessee, hizo la pregunta condenatoria en las audiencias de Watergate que finalmente haría que Richard Nixon abandonara la Casa Blanca deshonrado: “¿Es consciente de la instalación de algún aparato de escucha telefónica en la Oficina Oval del presidente?”. Por una de esas cosas del destino, Hillary Clinton, también abogada, estaba en la habitación trabajando para el juicio político de Nixon. Treinta y cuatro años más tarde, los dos abogados, una demócrata, el otro republicano, tienen la oportunidad de ser los nominados por sus partidos para las elecciones presidenciales de 2008 en Estados Unidos.
Durante los últimos treinta y cuatro años, ese mismo abogado ha estado forjándose el camino del sueño americano, primero como un joven abogado republicano, luego como un senador de Tennessee y finalmente, cuando se aburrió de eso, como un actor de Hollywood. Como Estados Unidos está pasando por un período de profunda inseguridad, con la derrota en Irak y el incremento del número de jóvenes de clase trabajadora, la perspectiva de otro apacible actor de clase B haciéndose cargo de la presidencia es, aparentemente, muy tranquilizadora para muchos. Esto no es una sorpresa, dado que el promedio de la gente pasa hasta cuatro horas por día frente a un televisor.
El mayor valor de Thompson puede ser que, igual que Ronald Reagan antes que él, su público o sus votantes ya sienten que saben que se comportará como el Líder del Mundo Libre. Es conocido por su papel como el fiscal del distrito de Nueva York, Arthur Branch, en la serie La Ley y el Orden. Thompson es una criatura de la edad de la televisión –un hombre para el cual el axioma de Marshall McLuhan “el medio es el mensaje” podría haber sido escrito–. De sus días de Watergate, cuando inteligentemente hizo la pregunta –que ya era una verdad a voces dentro de la investigación– mostrando a los republicanos en una luz favorable, Thompson entendió el poder de los medios para influenciar a los estadounidenses: “Hasta entonces no había apreciado totalmente el poder de la televisión o el hecho de que una persona que recibe suficiente exposición televisiva es una celebridad de un día para otro”, dijo más tarde.
Cuando veinte años después entró en la política y se postuló para el Senado por Tennessee, Thompson reveló cómo había utilizado la televisión como una fuerza pujante en la campaña: “La cámara no miente. Mira directamente al alma. Soy la única persona en esta carrera que lo sabe. Y ahora está dando sus frutos”. Thompson, que todavía tiene que anunciar su candidatura, es el elefante blanco. Aunque todavía tiene que reunir el dinero –en una competencia que exige decenas de millones de dólares a cada candidato, gastados casi totalmente en spots de 30 segundos en televisión–, la perspectiva de que entre en la carrera ya está causando un terremoto político.
Sube en las encuestas. El veinticuatro por ciento de los votantes republicanos apoya a Rudy Giuliani y a Thompson según la última encuesta. La semana pasada, Giuliani le llevaba a Thompson una ventaja de 6 puntos. Para los republicanos que miran al abismo después de los desastrosos años de George W. Bush, hay una nostalgia que crece alrededor de los años de Ronald Reagan, que ahora son vistos como la era dorada. Poco importa que Reagan parecía dormitar durante la mitad del día mientras estuvo en la presidencia, se lo recuerda por su carisma en las espadas y por capturar el ánimo del país con su tema “Mañana en Estados Unidos”.
Como todos los buenos guiones de Hollywood, el asalto de Thompson a la Casa Blanca está cuidadosamente pensado, como lo está toda su carrera política. Cuando se postuló por primera vez para el Senado en 1994, Thompson era un lobbista de Washington que andaba por la ciudad en un Lincoln Continental. Sus clientes incluían Westinghouse y General Electric, fabricantes de armas nucleares y aviones de caza, entre otras cosas. Un lobbista registrado en la odiosa maquinaria de Washington, Thompson dice ahora que era “solamente un abogado que hacía algo de lobby”. Luego, como el camaleón, decidió que los trajes oscuros y las noches pasadas con clientes en el Washington Grille y el Prime Rib eran cosas del pasado cuando decidió postularse para el Senado. Cuando su compañero de Tennessee, Al Gore, dejó su banca en el Senado, Thompson cambió sus trajes y sus elegantes modos de Washington por una pick-up, blue jeans y un acento sureño.
Como ese otro sureño encantador, Bill Clinton, Thompson puede decir que se hizo solo. Hijo de un vendedor de automóviles usado que nunca terminó la escuela, Thompson nació en Alabama hace sesenta y cuatro años. La familia después se mudó a una pequeña ciudad de Tennessee, Lawrenceburg. Mientras se prepara para declarar su candidatura, lanza un sitio web. En la buena tradición de ser un hijo devoto, que Bill Clinton jugó tan bien, Thompson hizo que su madre actuara con él en su campaña de publicidad para el Senado. Hoy se puede bajar la famosa torta de coco de su madre y las recetas de crema de coco. Steve Gill, un conductor de televisión de Te-nnessee y admirador de Thompson, dice que éste es “el tipo que tiene mucho talento y ninguna ambición”. Thompson, dice, es el único candidato que puede ganarle a Hillary Clinton.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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