Jue 21.06.2007

EL MUNDO

En el divorcio, Royal se quedaría con la casa, los chicos... y el PS

En Francia, la oficialización de la separación de Ségolène Royal y François Hollande, ex candidata y primer secretario del Partido Socialista respectivamente, ahondó la guerra interna por el control del partido. La renovación del PS pasa por un divorcio.

› Por Eduardo Febbro

Desde París

Los divorcios plantean a menudo la pregunta: ¿quién se quedará con las llaves de la casa? En el caso de la candidata socialista a las elecciones presidenciales, Ségolène Royal, y de su compañero y primer secretario del PS, François Hollande, la pregunta es más extensiva: ¿quién se quedará con las llaves del domicilio y con las del Partido Socialista? La oficialización de la separación de Royal y Hollande, una de las parejas más emblemáticas del mundo político francés, ahondó la guerra interna por el control del Partido Socialista. La ruptura sentimental no era un secreto para nadie. Los medios de prensa franceses ya la habían evocado muchas veces y ésta se hizo aún más evidente durante la campaña para las elecciones presidenciales de abril y mayo.

En varias ocasiones, la pareja política había protagonizado enfrentamientos públicos en torno de propuestas defendidas por el uno y criticadas inmediatamente por el otro. El colmo de la contradicción recayó en uno de los portavoces de Royal, Arnaud Montbourg, quien dijo que el problema de la candidata socialista era su compañero. Esa frase no hizo sino poner en evidencia dos situaciones paralelas: una separación sentimental ya consumada y una férrea lucha por el poder. Ségolène Royal se impuso como candidata mediante el voto de los militantes pero en contra de la voluntad de los llamados elefantes rosa del PS y, por consiguiente, de su propio compañero. Insistentes rumores acusaron a uno de los colaboradores más cercanos de François Hollande de haber saboteado el micrófono de Royal en el curso del último congreso del partido.

Situación inédita que ha tenido altos costos políticos: a lo largo de la campaña electoral, Royal contó con más enemigos dentro de la izquierda socialista que en el campo de sus adversarios directos de la derecha. Lejos de sacarla del círculo de pretendientes al control del PS, la derrota de Royal en la segunda vuelta de la consulta presidencial afianzó su ambición de ser ella quien asumiría el liderazgo de un partido abrumado por sus contradicciones. La renovación del PS pasa así por un casi divorcio. “Las decisiones que uno y otro tomarán en adelante sobre la vida política serán leídas con una mirada diferente”, dijo Royal. Muchos se interrogaban sobre el impacto de las relaciones privadas en el espacio público. Royal dejó bien claro que ahora ya no habrá más confusión. La guerra por saber quién encarnará esa renovación y con qué calendario ya empezó. Su ya ex compañero no ha manifestado ni la más mínima intención de abandonar su cargo ni tampoco de ceder el espacio a Ségolène o modificar los tiempos políticos internos. Royal quiere ir rápido mientras que Hollande aclaró que no modificará el calendario: permanecerá en su puesto hasta 2008.

Los partidarios de Royal reclaman en vano que se consulte a los militantes sobre el calendario de renovación y hasta que se organice un nuevo Congreso lo más rápidamente posible. Ese anhelo choca con la línea fijada por Hollande: un congreso si, pero recién en la primavera de 2008 (otoño francés). Todo el proceso de reconstrucción de la izquierda está supeditado a meras cuestiones de procedimiento. El Primer Secretario del PS no está solo en esta contienda. Sus dos mejores aliados son hoy sus antaños enemigos: el ex primer ministro Laurent Fabius, defensor de un PS a la izquierda, y el ex ministro de Economía Dominique Strauss-Kahn, un socialista reformista. Ambos aspiran también a empuñar el cetro de la renovación y hacen todo cuanto está a su alcance para cerrarle el camino a Royal. Bajo el estricto anonimato pero sin medida, las acusaciones contra la candidata emanan del PS a un ritmo frenético: “Mientras su vida de pareja le sirvió como ascensor político, cómo método de comunicación, Royal jugó la carta a fondo. Pero en cuanto esa misma pareja se convirtió en un obstáculo a sus ambiciones, no tardó en anunciar la separación públicamente”, dice un dirigente del PS. Royal refuta esas acusaciones y explica que quiere abordar su actividad política como “mujer libre, que asume sus responsabilidades, que ha aclarado su situación personal. De todas maneras, nunca haré nada contra él”. Sus adversarios alegan que la información sobre la separación de la pareja trascendió como por arte de magia el domingo por la noche, es decir, pocas horas después de que se conocieran los resultados de la segunda y última vuelta de las elecciones legislativas, perdidas por los socialistas. La revelación estaba de hecho programada para ayer y debía aparecer en un libro escrito por dos periodistas, Los entretelones de una derrota. Sus partidarios, en cambio, argumentan que la única manera de dar vuelta la página de los años Hollande y de sanear la confusión entre lo público y lo privado era diciendo la verdad sin demora. Más allá del destino de una pareja está en juego el de un partido político con sólidas bases electorales y que, en los últimos años, navega hacia rumbos inciertos. El epílogo de la historia aún no está escrito. Falta que se consuma el divorcio para que, al fin, surjan las ideas.

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