EL MUNDO › OPINION
› Por Robert Fisk *
¿Cuál contingente de las Naciones Unidas en el sur del Líbano será el próximo? Es una macabra, terrible pregunta después del ataque con cochebomba que mató a seis soldados españoles del fuerte ejército internacional de 13 mil hombres el domingo a la noche, pero una que se están preguntando los funcionarios de la Fuerza Interina de la ONU –Unifil– en sus reuniones de inteligencia. Porque el ejército de la ONU de 30 países bajo la comandancia de cuatro generales de la OTAN –los españoles contribuyeron con 1100 soldados– obviamente va a ser atacado nuevamente. Las expresiones habituales de determinación de los líderes occidentales de que no van a retirarse –tan reminiscente de la guerra de Irak– no van a cambiar eso.
¿Serán los franceses, que son los que tienen los muros de cemento más altos alrededor de su base? ¿O los italianos con sus gruesos blindados, poca protección, parecería, después de que la bomba del domingo hizo estallar uno de los vehículos blindados españoles en el aire? ¿O algunos de los contingentes más pequeños, más vulnerables? Qatar tiene una pequeña unidad ahí. También la tiene China. ¿Los terroristas libaneses se animarán a tocar al Ejército del Pueblo? Hasta los cuarteles de la ONU en Beirut tienen ahora un muro de cuatro metros de alto.
De cualquier manera, la ONU –y miles de tropas occidentales– están ahora en la línea de fuego en otro país árabe, y el pedido del gobierno libanés de que no lo dejen luchar contra sus enemigos solo refleja la preocupación del fracturado gabinete de Fouad Siniora de poder ser abandonado mientras la violencia continúa creciendo en intensidad y área geográfica. Las batallas del domingo en Trípoli entre el ejército libanés y los militantes islamistas, que tomaron un bloque de departamentos en la ciudad, claramente probaron que la brutal lucha guerrillera alrededor de la ciudad no había terminado de ninguna manera. El ejército, sin mostrar evidencia, informó que los muertos incluían a tres sauditas, dos libaneses y un checheno. Y ahora resulta que una mujer se encontraba entre aquellos muertos por el ejército –aparentemente la mujer de uno de los milicianos, Bassem el Sayyed, que según se dice tiene la ciudadanía australiana–.
Lo que es indiscutible es que los muertos inocentes incluían a un oficial de la policía libanesa, Khaled Khodr, que vivía en un edificio de departamentos en el distrito de Abu Samra, junto con sus dos hijas –una de cuatro años y la otra de ocho– y su suegro. Los vecinos dijeron que fueron usados como escudos humanos por los hombres armados y luego fueron ejecutados fríamente, mientras el ejército se cerraba sobre el edificio. La identidad de los hombres armados era discutida: algunos dijeron que eran miembros de Fatah al Islam –el mismo grupo que pelea en el ejército libanés en el campo de refugiados de Nahr el Bared en el norte– o de un grupo llamado Ahl al Hadith, cuyo líder, Nabil Rahim, está prófugo.
En la ONU, todos los sospechosos de siempre están siendo considerados para el ataque sobre las tropas españolas; los sirios, cuyo canciller condenó vigorosamente el ataque, o Hezbolá, que ha estado tratando de proteger al personal de la ONU de combatientes del tipo de Al Qaida; o Al Qaida mismo, cuyos partidarios en el Líbano fueron alentados a “resistir” el ejército de las Naciones Unidas por el vice de Al Qaida, Ayman al Zawahiri. La ONU observó que Fatah al Islam declaró hace sólo unos pocos días que era la ONU la que estaba disparando a sus combatientes en Nahr el Bared desde el mar.
La ONU tiene barcos de guerra alemanes patrullando sus costas –por la ridícula suposición de que Siria podría abastecer a Hezbolá con armas por mar–, pero el ejército libanés ya mostró una grabación de sus propias anticuadas cañoneras construidas en Gran Bretaña, disparando hacia el campo. La susceptibilidad de la actual negativa francesa de hablar con Siria fue enfatizada cuando la mujer del presidente Nicolas Sarkozy, Cecilia, negó a un diario libanés el contenido de un informe francés de que ella se había reunido con la hermana del presidente sirio Al Assad, Bouchra, cuyo marido, Assef Chawkat, es el jefe de los servicios de inteligencia siria.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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