Un informe desclasificado de la agenciade inteligencia de EE.UU. describe el primer intento de matar a Castro.
“El objetivo de la misión es Fidel Castro.” Así comienza el informe de la CIA que relata, casi sin censuras, el primer intento de asesinato del gobierno estadounidense contra el entonces joven revolucionario y que ayer fue desclasificado junto con otros cientos de documentos secretos. Las llamadas joyas de la familia, publicadas en internet (http://www.gwu.edu/nsarchiv), describen las operaciones ilegales que realizó la agencia de inteligencia estadounidense entre 1950 y los primeros años de la década del setenta. La confesiones van desde la vigilancia de periodistas, activistas negros y estudiantes norteamericanos, hasta la detención ilegal y la tortura –“interrogatorio hostil”, según los agentes de la CIA– de un desertor de la KGB.
El complot contra Castro contó con todos los elementos de una buena novela de espías: mentiras, traiciones, mafias e ilegalidades. Corría el año 1960. El gobierno de John F. Kennedy seguía sin entender cómo un grupo de jóvenes guerrilleros habían pasado de controlar una porción de la selva cubana a manejar toda la isla. Preocupados e inquietos, los agentes de la CIA empezaron a buscar una solución. Su respuesta llegó cuando Robert Maheu, un agente de la agencia, introdujo el nombre de Johnny Roselli, un hombre al que el diario The Washington Post más tarde identificaría como Filipo Sacco, el jefe de las operaciones cubanas de la mafia. A su vez, Roselli contactó al segundo hombre de la misión, Sam Gold. Gold también era un alias. Su verdadero nombre era Momo Salvatore Giancana, el jefe de la mafia en Chicago, y, según sostiene la CIA, el sucesor de Al Capone.
El plan de la agencia de inteligencia era aprovechar los contactos que los dos gangsters mantenían todavía en la isla. Según uno de los documentos desclasificados, se les debía hacer creer que el gobierno estadounidense no sabía nada del plan, que en realidad estaba promocionado por los intereses económicos norteamericanos que se habían visto perjudicados con el ascenso de Castro y del socialismo en Cuba. Se les pagaría 150 mil dólares cuando la misión estuviera cumplida. Ni Roselli ni Gold aceptaron el dinero.
Sólo faltaba el arma y el asesino. Gold convenció al resto de que la forma más discreta de hacerlo sería mezclando unas pastillas envenenadas en la comida o la bebida del líder cubano. El hombre designado para hacerlo fue Juan Orta, un oficial cubano, que venía recibiendo dinero de los empresarios del juego de azar –los grandes perjudicados con los cierres de los casinos de La Habana–. Las píldoras llegaron a manos de Orta, quien después de varios intentos pidió ser retirado de la misión. En su lugar recomendó a un miembro de la Junta Cubana en el exilio, el doctor An-thony Verona. El adinerado anticastrista puso a disposición su dinero para volver a empezar. Desafortunadamente para él, la aplastante derrota militar de los cubano-estadounidenses en Bahía de Cochinos, en abril de 1961, puso un fin –provisorio– a los planes de la CIA.
Para Tom Blanton, director de los Archivos de Seguridad Nacional, un organismo dependiente de la Universidad George Washington y especializado en la investigación de documentos desclasificados, el reconocimiento de este tipo de operación ilegal es todo un avance. “Es lo mismo que si los altos cargos de la CIA hubiesen ido al confesionario a pedir perdón por sus pecados”, sostuvo. La agencia de inteligencia más famosa del mundo tuvo un largo rato en el confesionario ayer.
En las casi 700 páginas desclasificadas, la agencia también reconoció que abrió todas las cartas que fueron enviadas o que provenían de China durante los primeros años de los cincuenta. A fines de los sesenta, siguiendo una lógica similar, interceptó las llamadas de ciudadanos estadounidenses a Rusia y vigiló a los grupos defensores de los derechos de los negros en Estados Unidos, especialmente sus contactos con las organizaciones radicales en el Caribe. Además, hizo públicas las operaciones de espionaje dirigidas a periodistas. La CIA estaba especialmente interesada en aquellos que citaban fuentes gubernamentales. Así fue como pincharon teléfonos y siguieron durante años a periodistas de los principales medios estadounidenses, e identificaron a sus fuentes en la Casa Blanca, el Capitolio, la Justicia e, incluso, la CIA. La operación llegaba hasta el entonces ministro de Justicia, Robert Kennedy.
Un caso al que se le da casi tanta importancia en los documentos como al intento de asesinato contra Castro es al del desertor de la KGB Yuri Ivanovich Nosenko. Como en las películas de la Guerra Fría, Nosenko, harto de las limitaciones del socialismo soviético, decidió entregarse al gobierno estadounidense y abrazar el american way of life. Pero no contó con la naturaleza desconfiada de los espías, incluso los de los países democráticos. No bien entró al país, la CIA lo llevó a una cárcel especialmente construida para él en un lugar aún hoy desconocido. Allí lo sometieron a una serie de “interrogatorios hostiles” durante más de tres años hasta que se dieron cuenta de que no tenía nada que confesar. Lo dejaron en libertad, le dieron un alias y una casa. “Terminó siendo uno de los desertores más valiosos que tuvo la agencia”, señala uno de los documentos.
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