Walter Veltromi anunció ayer su candidatura para liderar el Partido Democrático. La formación nacerá en octubre, cuando se fusionen los dos grupos que forman el eje de la coalición de centroizquierda: Demócratas de Izquierda y Democracia y Libertad-La Margarita.
› Por Enric González *
desde Roma
El alcalde de Roma anunció ayer su candidatura a dirigir un partido que aún no existe. La noticia parece poca cosa. En realidad, podría ser cuestión de vida o muerte para el sistema político italiano, enfermo y en peligro de colapso. El paso adelante de Walter Veltroni, largamente esperado, proporciona al centroizquierda un nuevo líder, un recambio para el momento en que Romano Prodi no pueda más y caiga con su gobierno. A la renovación generacional, Veltroni añadió la promesa de una reforma de profundidad histórica: “Haremos una Italia nueva”, dijo.
El político liderará el Partido Democrático, el futuro grupo de Prodi que nacerá, nadie lo duda, el 14 de octubre, cuando los Demócratas de Izquierda (ex PCI) y Democracia y Libertad - La Margarita, los dos grupos que forman el eje de la coalición de centroizquierda, se fusionen en el Partido Democrático y Walter Veltroni sea aclamado como líder. Puede dudarse de todo lo demás. No es seguro que el gobierno resista hasta entonces. Ni siquiera es seguro que el Partido Democrático, concebido para dar unidad a la izquierda reformista, no logre el objetivo contrario: quienes no aceptan la difícil fusión planean escindirse, lo que abre la posibilidad de un Partido Democrático débil rodeado por una nueva constelación de partiditos satélites.
Veltroni, en cualquier caso, está ahí. Y su presencia deja en segundo plano a Massimo d’Alema, hasta ahora indiscutible “hombre fuerte” de la coalición, y al propio Romano Prodi, cuya vida política durará lo que dure un gobierno tambaleante.
El aún alcalde de Roma (no piensa dejar el cargo por el momento) no se limitó a declararse disponible para dirigir el centroizquierda. Pronunció un discurso de más de hora y media de duración en el que combinó el vago lirismo que suele atribuirse a los estadistas (“hablo como italiano, como persona que ama su país”, “no prometo sueños, quiero realidades”) con un estricto diseño programático: menos impuestos, menos influencia política de la Iglesia Católica, más liberalismo, fe en Europa, respeto del ambiente, “pacto generacional” para reformar el sistema de pensiones y lucha contra la precariedad juvenil, unidos a un cambio profundo en el sistema electoral, el sistema parlamentario y las instituciones de la izquierda, cuyos partidos pueden parecer “viejos y conservadores” y cuyos sindicatos “no deben defender solamente a los pensionistas y los empleados, sino también a quienes aspiran a entrar en el mundo del trabajo”.
El carismático Veltroni no olvidó situar la seguridad ciudadana en la cúspide de sus promesas. “Que nadie llame racista a un padre que se preocupa por su hija en un barrio que ya no reconoce, la seguridad no es de derechas ni de izquierdas”, proclamó. “Es una mala copia de Nicolas Sarkozy”, comentaron desde la oposición berlusconiana. Al margen de la calidad de la copia, Veltroni recordó mucho, en efecto, al recién elegido presidente de la República Francesa. Con una peculiaridad: la apertura de Veltroni al centro no procedía, como en el caso de Sarkozy, del flanco conservador, sino de un ex comunista que jamás renegó de los valores de la izquierda y advirtió, sin embargo, que ni “los odios de clase” ni “la defensa de viejos derechos adquiridos” tenían lugar “en un mundo nuevo”. Comunistas Italianos y Refundación Comunista, la izquierda “dura”, acogieron con frialdad las palabras del alcalde.
La irrupción de Veltroni como líder del centroizquierda debería tener consecuencias en el otro frente político. El setentón Silvio Berlusconi podía justificar su mando sobre el centroderecha mientras el rival fuera el setentón Romano Prodi; con un adversario de apenas 52 años, las cosas serán distintas. Gianfranco Fini, de 55 años, presidente de la posfascista Alianza Nacional y aparente “delfín” de Berlusconi, mantiene una buena relación personal con Veltroni. Ambos se han visto mucho últimamente, hablan con frecuencia de la necesidad de reformas y se muestran convencidos de encarnar el futuro próximo. Quizá ya en 2008, si hubiera elecciones anticipadas.
La incógnita que pesa sobre todos los políticos, Veltroni y Fini incluidos, es la estabilidad del sistema. Diversas operaciones financieras en los últimos tiempos han revelado que, como en 1992, cuando se hundió la Primera República, estalló la Democracia Cristiana y surgió el populismo berlusconiano, política y negocios mantienen relaciones perversas. La clase política italiana sigue siendo la más privilegiada y la menos eficiente de Europa. La incapacidad de Romano Prodi, rehén de sus aliados de la izquierda radical (empeñados, por ejemplo, en volver a fijar en los 58 años la edad de jubilación), para acometer la prometida reforma del Estado ha suscitado un inmenso escepticismo.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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