La ausencia de la candidata presidencial en la reunión del Consejo Nacional del PS este fin de semana fue aprovechada por el aparato para desplazarla. El PS designó un gabinete paralelo de quince ministros para controlar al gobierno de Sarkozy.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Después del doble divorcio que escindió al Partido Socialista, el de la candidata presidencial, Ségolène Royal, con su compañero, padre de sus cuatro hijos y primer secretario del PS, François Hollande, y el de la propia Royal con el partido, los socialistas se pusieron en orden de batalla. Se trata de desempeñar el papel que las urnas les encomendaron, es decir, el de una oposición que en vez de desgarrarse con sus querellas internas se opone al poder mayoritario. El PS anunció ayer la creación de un gabinete fantasma, un shadow cabinet compuesto por unos 15 miembros encargados de analizar las medidas adoptadas por los ministerios del gobierno conservador.
La situación de los socialistas es una suerte de pieza de teatro que transcurre en dos escenarios simultáneos y en la cual una historia influencia a la otra, aunque ambas no tengan los mismos protagonistas. El interno primero. Ségolène Royal materializó el divorcio con el aparato del PS el pasado sábado, cuando no asistió al Consejo Nacional del PS durante el cual se adoptó un calendario destinado a renovar el partido. Este esquema de cambio lento se extiende hasta finales de 2008 y obedece a la voluntad del primer secretario, François Hollande, cuya cabeza está en juego. Los sectores fieles a la candidata socialista exigían que se pusiera en marcha una auténtica revolución con, para empezar, un congreso extraordinario destinado a destituir anticipadamente a François Hollande. Batalla perdida, tal vez la primera de Ségolène Royal. La ausencia de Royal en el Consejo Nacional consumó la separación entre ella y el PS. La candidata presidencial optó así por apoyarse en la base que le ofrecen los militantes a fin de pasar por encima del aparato socialista. En noviembre del año pasado, los militantes socialistas la habían designado candidata por más del 60 por ciento de los votos.
Royal se nutre de ese vivero y propone: “que voten los militantes a fin de estructurar el nuevo pensamiento político del socialismo para el siglo XXI”. En suma, Ségolène Royal elabora un putsch plebeyo contra la corona de rosas del reino. Sin embargo, pese a la simpatía que despierta en los rangos militantes, Royal perdió el primer acto frente a su ex compañero: tal como lo quería Hollande, el próximo primer secretario será designado dentro de un año en el curso de un congreso extraordinario. Más aún, la candidata empieza ahora a pagar el tributo de su derrota en las presidenciales. Sus adversarios internos le cobran la desventura de las urnas. El ex primer ministro Laurent Fabius, uno de los más acérrimos enemigos, denunció el miércoles lo que llamó “el triple déficit” de la candidata Ségolène Royal: “presidenciabilidad, credibilidad, colegialidad”.
El segundo escenario es el externo. La oposición socialista está confrontada a un presidente extremadamente ofensivo y activo. Nicolas Sarkozy preside, gobierna y hasta se da el lujo de organizar la oposición. La izquierda busca un espacio para existir en un universo donde la silueta de Nicolas Sarkozy salta de una pantalla a otra. El presidente está en todas partes. Omnipresente, el jefe del Estado hasta fue a proponer un “estatuto” a la oposición. La práctica institucional francesa se ve un tanto alterada por la megaactividad del presidente. En una entrevista al diario Le Monde, Laurent Fabius constató esta evolución peculiar: “El mismo dirigente es a la vez presidente de la República, primer ministro y, en suma, ministro de todo”. Nicolas Sarkozy goza aún de un estado de excepción. La opinión pública espera que lleve a cabo lo que prometió y lo que reiteró que iba a cumplir y, de alguna manera, le sigue dando cheques en blanco. La habilidad de Nicolas Sarkozy es notoria. Supo atraer hacia su gobierno ex ministros socialistas y responsables con etiqueta de izquierda, concedió algunos favores a la oposición, a la cual consulta regularmente, y se muestra como el más asiduo militante de la apertura.
Los socialistas parecieron ayer recuperar un poco de la inteligencia política perdida y organizaron la primera contraofensiva hacia la mayoría conservadora. El llamado gabinete fantasma funciona fuera de la arena de la contienda interna. El shadow cabinet está constituido en el seno de los fueros parlamentarios, es decir, por los miembros del grupo parlamentario socialista en la Asamblea Nacional. Idea que permite extraerse de las querellas del PS y ubicar la oposición en el recinto donde debe oponerse, o sea, en la Asamblea. El gabinete consta de unos 15 miembros que representan a todas las corrientes del PS. Cada miembro debe a la vez seguir la huella de los textos de ley y hacer circular una reflexión más extensa, es decir, programática: cultura y nuevas tecnologías, trabajo, asuntos europeos, relaciones exteriores, desarrollo sustentable, finanzas, defensa, justicia e instituciones, todas las áreas cuentan con un shadow minister. Al cabo de inenarrables controversias de conventillo que dejaron a la derecha el terreno libre para actuar a su antojo, la izquierda francesa presentó ayer una estructura opositora inédita y que, fuera de su eficacia por demostrar, tiene el mérito de restaurar al PS en su papel de minoría opositora.
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