EL MUNDO › LA CAMARA DE REPRESENTANTES PRESIONA PARA TERMINAR LA GUERRA EN IRAK
La respuesta al informe del Pentágono sobre la situación en Irak no se hizo esperar y ayer la Cámara de Representantes votó en favor del retiro de tropas de Irak, pero quedó muy lejos de los dos tercios necesarios para torcer el veto prometido por Bush. El presidente contestó en tono desafiante que no es el momento.
La Cámara de Representantes de Estados Unidos votó el jueves a la noche, por tercera vez, a favor de retirar la mayor parte de sus tropas en Irak a más tardar en abril del año próximo, a pesar de la advertencia del presidente George W. Bush de que la guerra en Irak “no es una causa perdida”. Por su parte, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, instó a los congresistas críticos con la guerra en Irak a conceder un plazo hasta septiembre a la administración Bush y al gobierno iraquí para “hacer un juicio coherente de dónde estamos”.
Horas después de la publicación de un informe de la Casa Blanca que verifica progresos apenas parciales en las metas planteadas por Washington a las autoridades iraquíes, la Cámara de Representantes controlada por los demócratas respondieron votando que Estados Unidos retire la mayor parte de las tropas de Irak para el 1º de abril. La iniciativa del retiro de las tropas estadounidenses de Irak fue aprobada por 223 representantes mientras que 201 lo hicieron en contra. Al Senado le faltan sólo tres votos para aprobar un retiro de tropas, pero se esperan más votaciones la semana que viene. Aun algunos republicanos concedieron el jueves que le resultará difícil a Bush mantener al partido unido por mucho tiempo más.
Bush no tardó en contestarles a los demócratas. “La retirada de las tropas es un objetivo que comparten todos los estadounidenses pero hacerlo ahora sería un desastre”, aseguró el presidente con tono agresivo.
Debilitado hasta el raquitismo en su función presidencial, despreciado por sus rivales políticos y marginado por sus propios compañeros de partido, Bush apeló esta semana a su papel constitucional de comandante en jefe para reclamar el respeto que no se le presta en otras dimensiones. Es la última autoridad que le queda para defender una guerra que él mismo empieza ya a admitir como un desastre; en su caso, un desastre necesario, quizá, pero un desastre finalmente. Ocho veces aludió Bush a su condición de comandante en jefe en la conferencia de prensa del jueves en la que presentó el informe de la Casa Blanca sobre la marcha de los acontecimientos en Irak. Dos días antes, en una reunión con ciudadanos de Cleveland, habló tres veces como jefe supremo de las fuerzas armadas.
Es sólo una prueba más de su aislamiento. A Bush le faltan argumentos para defender una guerra que se ha cobrado ya más de 3600 vidas norteamericanas y que cuesta 12.000 millones de dólares al mes, le falta apoyo político para continuar con ella y le falta, por supuesto, el apoyo ciudadano, como demuestran niveles de aceptación inferiores al 30 por ciento. Atrapado en ese círculo ha recurrido al eslogan de que las decisiones militares no las pueden tomar los políticos sino los propios militares.
“Estoy seguro de que nuestro ejército no quiere que su comandante en jefe tome decisiones sobre su futuro basadas en necesidades políticas. No creo que quieran que su comandante en jefe tome decisiones sobre la base de su popularidad”, dijo el jueves en la Casa Blanca. “Yo creo que lo que el pueblo norteamericano quiere es que esperemos a que los militares vengan y nos digan cómo van las operaciones. Y eso es lo que yo voy hacer como comandante en jefe”, explicó en Cleveland.
Por su parte, Rice admitió ayer que el gobierno del primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, no ha conseguido “tantos progresos como nos gustaría”. “Entiendo la preocupación de la población, entiendo la impaciencia”, afirmó. Pero agregó que “deberíamos atenernos” a la estrategia de incremento de tropas anunciada por Bush en enero y esperar hasta septiembre, cuando el comandante de las fuerzas estadounidenses en Irak, general David Petraeus, y el embajador norteamericano, Ryan Crocker, harán público un nuevo informe sobre la situación.
Tal como la Casa Blanca ha presentado las cosas esta semana, toda la estrategia futura en relación con Irak –esencialmente si se procede o no a una retirada paulatina– queda pendiente del informe que el jefe de la expedición norteamericana en Mesopotamia, general David Petraeus, presente a mediados de septiembre. Demasiada responsabilidad para un general que ya ha venido advirtiendo que es muy difícil que en septiembre pueda hacer un diagnóstico contundente sobre la situación.
Y es lógico. Después de cuatro años y medio de guerra, ¿tanto pueden cambiar las cosas en dos meses como para que entonces pueda decidirse lo que no puede hacerse hoy? En el fondo, Petraeus, el mando militar y todo Washington saben que, pese a lo que diga el presidente, el destino de esta guerra tendrá que ser fruto de una decisión política, no de una recomendación militar.
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